sábado, 19 de septiembre de 2015
Para debatir en septiembre
En septiembre es cuando más hablamos de independencia, libertad y soberanía. Al recordar los 194 años de independencia que los criollos lograron ante los españoles, hay un dato que los analistas toman para explicar la fragilidad de nuestros Estados: Centroamérica tiene un problema de origen, nunca se logró la “unión centroamericana” y desde el arranque se desmembraron minúsculos Estados que por sí solos nunca han podido salir airosos con propuestas nacionales. Cada país se convirtió en feudo de un puñado de señores oligarcas. Somos un error de origen.
Al nacer dividida, Centroamérica perdió su capacidad para impulsar un Proyecto político común para aprovechar racionalmente sus bienes, su ubicación geográfica estratégica, impulsar programas turísticos comunes con respeto a la diversidad cultural y étnica, y planes de auténticos bienestar sin estar sometidos a los capitales externos.
Divididos, los Estados cayeron víctimas de los grandes, cumpliéndose aquello de que a las sardinas se las acaba comiendo el tiburón. Al convertir la parcela centroamericana en mini estados facilitó el impulso de proyectos económicos históricos sometidos a multinacionales y a caudillos locales que tanto daño han hecho a la región como los enclaves mineros, bananeros o la depredación de las maderas preciosas y los bienes de la naturaleza.
Hoy, en pleno siglo veintiuno, los políticos centroamericanos han dado muestras precisas de seguir profundizando este error de origen de los Estados centroamericanos, y por supuesto los políticos hondureños van a la cabeza. El proyecto de las ciudades modelo, o la ley de minería, no hacen otra cosa que dividir aún más el territorio, dividir a la sociedad y debilitar más la capacidad de cada uno de los paisitos para competir en un mundo globalizado y con un liderazgo depredador.
Mientras los historiadores, la propia realidad nos plantean que solo somos viables si trabajamos en alianza o impulsando proyectos con una visión centroamericana, los políticos hondureños tiran a la basura las lecciones del pasado e impulsan planes que nos hacen vivir como rémoras del capital multinacional, incluso prefieren alianzas oscuras con grupos ilegales que acaban destruyendo la precaria institucionalidad.
Al recordar un año más de la independencia que un día proclamó una élite criolla para impedir que el pueblo luchara por alcanzar su libertad, es necesario que debatamos sobre el Estado y la sociedad que tenemos, y sobre el Estado y la sociedad que necesitamos. Hay mucho por debatir y por consensuar, aquí ofrecemos algunas preguntas para iniciar un debate: ¿Es viable el Estado impulsado por la clase política y la élite empresarial actual? Cuándo los diputados hablan de que somos soberanos, libres e independientes, ¿de qué realmente están hablando? Las ciudades modelo o leyes que exoneran a multinacionales del pago de impuestos o que favorecen en extremo la explotación de la riqueza minera, ¿fortalecen o debilitan el Estado hondureño?
A pesar de los ruidos de los tambores y los discursos grandilocuentes, septiembre también puede ser ocasión no para diálogos, que no pasan de ser espejismos, sino para hacer frente al debate por un Estado que nunca hemos tenido, en base a la lucha y los consensos.
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