viernes, 11 de septiembre de 2015
El peligro del reformismo
Por José López
La estrategia revolucionaria debe adaptarse al tiempo y al espacio, al momento histórico y al lugar. Ésta es una de las grandes lecciones que nos legaron los revolucionarios clásicos. Sus errores no invalidan sus aciertos. Para que se produzca una revolución debe darse cierta combinación de factores objetivos y subjetivos. Entre estos últimos la estrategia es un factor clave. Sin una estrategia correcta no es posible superar el actual sistema. Por un lado, hay que tener en cuenta la situación actual, hay que ser realistas, pero, por otro lado, también hay que buscar cierto futuro, hay que ser también idealistas. Es necesario cierto equilibrio: ser suficientemente idealistas pero también suficientemente realistas.
Al intentar alcanzar este difícil equilibrio es muy fácil caer en cualquiera de los dos extremos: quedarse en un mero reformismo que se verá superado por la dinámica del sistema capitalista, haciendo que la reforma sea muy insuficiente o simplemente no llegue ni siquiera a ser, o quedarse en un revolucionarismo imposible, utópico, permaneciendo en la marginalidad, imposibilitando siquiera empezar a arrancar en dirección a una sociedad mejor, posponiendo indefinidamente una revolución pura pues, como bien dijo Lenin, ninguna revolución lo es. Es evidente que hay que acudir a donde están las masas en vez de esperar a que éstas vengan a nosotros. Y para ello, es ineludible tener en cuenta el estado objetivo y subjetivo de éstas, en particular, su estado de conciencia, sus prejuicios ideológicos. Quienes se limiten a repetir un discurso megarrevolucionario, impecable desde el punto de vista teórico, aun teniendo toda la razón en sus reivindicaciones, pero que no tenga en cuenta dichos prejuicios, predicarán en el desierto. Por el contrario, quienes opten por tener en cuenta dichos prejuicios para llegar a las masas, para por lo menos ser escuchados, sufrirán el peligro latente y creciente de perder por el camino ciertas ideas imprescindibles para superar el actual sistema, acabando por ser ellos cambiados por el sistema en vez de al revés. Existen numerosos ejemplos prácticos en la historia que demuestran todo esto. El más reciente lo tenemos en Grecia con el gobierno de Syriza encabezado por Tsipras.
Peor que no alcanzar el poder político es alcanzarlo para practicar lo contrario de lo propugnado. El sistema está deseando que sea Syriza quien lleve a cabo el programa neoliberal, pues así asestaría un duro golpe a las clases trabajadoras griegas e internacionales. ¿Qué mejor manera de asentar el pensamiento único que una izquierda supuestamente radical y anticapitalista aplicando a rajatabla el programa de las élites oligárquicas? Los graves errores cometidos en el corto mandato de Syriza pueden pasar una enorme factura a la ciudadanía de todo el mundo. Está en juego mucho. Estamos en una encrucijada crucial de la historia de la humanidad, en la que se puede decidir su futuro por muchos años, quien sabe si incluso su propia supervivencia. Tsipras quería cambiar Europa y fue ésta quien le cambió. Y es que no se puede ingenuamente pensar que quienes oprimen a la mayoría social van a entrar en razones negociando con las simples armas de las argumentaciones. Las élites sólo entienden de la fuerza, no van a renunciar a sus privilegios voluntariamente. Nunca lo han hecho, ni lo van a hacer. Cambiarán las formas pero no el fondo de la cuestión. Ahora bien, la fuerza no tiene por qué ser la violencia física. En estos tiempos actuales la fuerza viene dada por las movilizaciones en las calles, por los movimientos sociales, por la ciudadanía organizada y activa, por el éxito en las urnas, por la existencia de planes B,... Un partido (o frente) político que pretenda transformar el sistema deberá tener una gran base social, promover el activismo de las bases, darle el máximo protagonismo posible (y mantenerlo, incluso acrecentarlo en el tiempo, y no al revés), deberá también adoptar un discurso y una simbología que le permitan llegar a la gran mayoría social, teniendo en cuenta los prejuicios de ésta, combatiéndolos progresivamente, deberá partir de un programa mínimo, no demasiado radical al principio, pero también suficientemente radical para iniciar una dinámica de cambio, que le permita empezar a superar el sistema actual, pero también que le permita no volver para atrás, no quedarse a mitad de camino.
Para todo ello nunca hay que subestimar al enemigo, hay que plantearse distintas alternativas en función de sus previsibles movimientos. La política actual es una guerra y nunca debe perderse de vista este trascendental hecho. Hay que hablarle al pueblo muy claro sobre, por un lado, la posibilidad de una sociedad mejor, pero también, por otro lado, sobre las enormes dificultades para alcanzarla, hay que darle en todo momento el protagonismo, hay que informarle adecuadamente, dándole a conocer todas las alternativas en igualdad de condiciones,… Una titánica labor. Muy difícil, pero necesaria y posible. Siempre que se tengan muy claras las ideas desde el principio, siempre que haya, entre otras cosas, constancia, paciencia, coraje, determinación, coherencia, astucia, flexibilidad para reaccionar ante los movimientos del enemigo, que nunca se queda de brazos cruzados y tiene mucha más experiencia, que tiene el poder en sus manos,… Está claro que una sociedad radicalmente distinta, en la que todos sus individuos tengan las mismas posibilidades de sobrevivir dignamente, de vivir plenamente, de ser felices, no podrá alcanzarse en poco tiempo. El cambio social es un camino muy largo y lleno de obstáculos que, como la historia ha demostrado tozudamente, puede revertirse. Para iniciarlo habrá que ser al principio más moderados en los objetivos, éstos tendrán que ser al principio bastante modestos, para ir progresivamente radicalizándolos a medida que los ciudadanos comprueben en la práctica que otro sistema es posible, que éste se va abriendo paso, pero también dichos objetivos iniciales deberán ser suficientemente ambiciosos para posibilitar un salto suficiente, para iniciar una dinámica. La cantidad debe transformarse en calidad, como nos dice la dialéctica materialista. Se necesita una transición para “conectar” el futuro deseado con el presente vivido, pero también un salto para desprenderse de las telarañas del sistema actual, para que ese impulso nos evite volver a la situación inicial, nos permita realmente despegar.
Quiere esto decir que quienes pretendan superar el actual sistema deberán prescindir de aquellas banderas ideológicas que ya no sirven (que despiertan los prejuicios de las masas), pero deberán también adoptar un discurso y una praxis que se diferencien de las fuerzas prosistema. Deberán ser un poco radicales (al principio) en el programa defendido, muy radicales en la manera de organizarse (dando el máximo protagonismo a los de abajo), tremendamente ejemplares, pero bastante moderados en los discursos, en las formas. Progresivamente habrá que irse radicalizando, a medida que las circunstancias lo permitan habrá que plantear nuevos objetivos cada vez más ambiciosos, a medida que el pueblo se radicalice así deberá hacerlo también su gobierno transformador, y viceversa. Tsipras desaprovechó el contundente triunfo del no a la austeridad en el referéndum en el que el pueblo griego no se dejó amedrentar por la oligarquía internacional y sus cómplices. Esa oportunidad perdida posibilitó el contraataque de la Europa del Capital en el que Syriza claudicó. Pero no sólo eso, Syriza, que ahora podría retomar la iniciativa, plantearle al pueblo la posibilidad de dejar el euro para recuperar la soberanía nacional y popular, por el contrario, se divide (impidiendo el debate interno) y pretende convertirse en el nuevo ejecutor de las viejas políticas. Un gran y profundo error, o incluso podríamos afirmar que una gran traición a sí misma y sobre todo al pueblo griego y europeo. En España debe tomarse nota de este gravísimo hecho. Preocupante es ver a dirigentes de Podemos apoyar sin ninguna crítica a Tsipras y la deriva que está tomando la ya vieja Syriza.
Ciñéndonos al caso español, yo creo que hay que decirle claramente a la ciudadanía lo que ha hecho bien Syriza y lo que ha hecho mal. La Revolución es un complejo proceso de aprendizaje en el que toda la humanidad participa. Y es imposible el aprendizaje sin la crítica (constructiva). Yo creo que, de acuerdo con todo lo dicho anteriormente, Podemos (o el frente unitario que pueda constituirse) en España debe tener un programa lo suficientemente ambicioso pero también realista para posibilitar el salto. Su programa gira en torno a dos grandes ideas: rescate ciudadano y desarrollo democrático. Yo opino que dicho programa mínimo no puede prescindir de esas ideas que hicieron que se agitaran las aguas de la política en nuestro país como no se recuerda: creación de una banca pública, renta básica universal, auditoría de la deuda con posibilidades de renunciar al pago de la deuda ilegítima, proceso constituyente,… Ahora bien, hay que decirle claramente al pueblo que algunas medidas podrán adoptarse más temprano que otras, hay que advertirle también de todas las dificultades que habrá, plantearle las posibles alternativas,… Si en España se toma nota de lo ocurrido en Grecia, pero no para repetir los errores cometidos allí, sino para evitarlos, entonces sí que habrá posibilidades de que se abran las puertas de un sistema mejor. Si no, habrá que esperar a otra ocasión, que seguro volverá a surgir y, probablemente, antes de lo esperado.
Las profundas e irresolubles contradicciones del capitalismo hacen acto de presencia recurrentemente, de una u otra forma. La izquierda real, la anticapitalista, debe estar preparada para la ocasión, debe tener una guía de acción revolucionaria actualizada a los tiempos actuales, además de tener la suficiente flexibilidad para responder ante lo que no puede preverse. Aun así yo creo que la ventana de oportunidad que se abrió con la crisis capitalista actual todavía sigue abierta. Siempre que se reaccione a tiempo, siempre que se aprenda de los errores propios y de los compañeros de viaje. Y siempre que no se renuncie a lo esencial, a las señas de identidad.
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