viernes, 18 de septiembre de 2015

Periodismo y Sociedad


Por J Donadin Álvarez *

Una mentira repetida constantemente acaba por considerarse como verdad. Sin embargo, la mentira sigue siendo eso mientras que la verdad no dejará de serlo aunque pocos o nadie la crea.  Para desdicha de los amigos de la verdad muchas personas han hecho de la mentira su rutina y lo que es peor: se han vuelto ricos traficando con ella.

Lo anterior tiene especial relación con el papel que desempeñan los medios de comunicación en Honduras y la información que ofrecen a su audiencia. Durante muchos años se han dedicado a coquetear con el poder político, se han ofrecido al mejor postor y han encontrado la forma de enriquecerse como consecuencia de sus impúdicos servicios que tienen por hábito aplaudir la mentira y pisotear la verdad.  Esta última la han ventilado solamente cuando les ha convenido o cuando el dueño de cierto medio por alguna razón ha estado abiertamente en contra del gobierno o de  algún funcionario.

Algunos medios de comunicación ya no cobran por informar sino por callar. El simple hecho de no decirle la verdad al pueblo y quedarse en silencio es más fácil que la vociferación de una vil mentira. En consecuencia, el sistema político hondureño premia a los propietarios otorgándoles ciertos privilegios económicos o políticos. Otros medios han tergiversado el verbo “informar” y se han vuelto partidarios de la corrupción galopante en el país. De tal manera que los célebres personajes que el pueblo reconoce como consagrados ladrones son elevados de la noche a la mañana a la categoría de héroes y los oprimidos que reclaman en las calles por una vida más humana son satanizados. Sus titulares cuando de asuntos de corrupción se trata no conllevan otra finalidad más que la de acaparar audiencia para sus escándalos mediáticos que transmiten financiados por el gobierno. 

Aunque se considera que este problema de desinformación masiva es propio de los medios de comunicación de derecha tampoco los de izquierda están intactos de ciertas prácticas no del todo correctas. Paralelamente algunos medios de izquierda, aprovechando la indignación popular, han desarrollado un “populismo” informativo; una extraña mezcla de amarillismo, sensacionalismo y criticismo descarnado donde la intolerancia al oficialismo roza con la calumnia en no pocas ocasiones. Esta tendencia es más frecuente en aquellos canales con cobertura reducida y baja cotización comercial que procuran competir en audiencia con los todopoderosos medios de derecha. Es decir, la confrontación al gobierno obedece más a principios de ranking y aceptación popular que de verdaderas aspiraciones por  mantener un pueblo bien informado.

El daño que los medios de comunicación están provocando a la sociedad hondureña es enorme. Gracias al apoyo del poder mediático la actual tiranía azul ha logrado desinstitucionalizar el Estado, al margen de los preceptos constitucionales. Tales han sido los nocivos efectos que la otrora correlación de los tres poderes estatales se ha esfumado y hoy todos actúan al unísono bajo la voluntad de una persona a la que pocos consideran como su presidente.

Pero no se debe juzgar a los medios en general sin tomar en consideración el papel del periodista hondureño. Los hay tan éticos como deshonestos. Los primeros son aquellos profesionales que mantienen una conducta moralmente aceptable y a los cuales el micrófono o una cámara no les empañó el compromiso de servir al pueblo ávido de conocer la verdad. Algunos incluso arriesgan hasta su propia vida en el afán de interponerse al atropello que se hace desde el poder. Los de la otra línea son aquellos comunicadores sociales a los que las ligeras comodidades materiales que su profesión les puede ofrecer –a veces un cheque barato–  les desorientó la brújula social y se convirtieron en cómplices de la mentira.  

Un comunicador social que se pone de lado del poder sólo puede hacerlo por dos razones: en primer lugar porque es un sinvergüenza de pura cepa y toma su profesión como un mecanismo para recibir algunas prebendas. Esta gentuza se siente bien al conocer los actos de corrupción y obtener provecho material al  ocultar deliberadamente la información sobre lo que acontece en la administración pública; éstos son, pues, enemigos de su propio pueblo. En segundo,  están aquellos comunicadores  que siendo estudiantes de las Ciencias de la Comunicación soñaban con ser agentes de la información verdadera, no obstante,  al entrar al mercado laboral se dieron cuenta  que los empresarios de la comunicación tenían otros intereses que no calzaban con la ética que profesaban siendo universitarios.  Ante esto sólo les quedaba dos opciones: elegir la línea  política editorial del dueño y acomodarse para trabajar ahí; o escoger la verdad y permanecer desempleado o siendo parte de otro medio de comunicación de menor audiencia. La mayoría elige lo primero. 

A pesar de lo evidente que resulta la influencia que los medios de comunicación ejercen en la configuración del pensamiento político del pueblo hondureño poco se está trabajando para que el ciudadano promedio deje de interpretar su realidad sociopolítica expuesto a la recepción acrítica de influencias externas. Un cambio de pensamiento implica abandonar la devoción a los medios de comunicación con los que tradicionalmente se “informa”. El resultado será un pueblo pensante, o como se dice por ahí, un pueblo desapendejado. 

* Estudioso de las Ciencias Sociales de la UPNFM


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