miércoles, 23 de septiembre de 2015

La posibilidad de la independencia nacional



Por Gustavo Zelaya

Ahora casi todos los políticos hondureños afirman ser admiradores de los que impulsaron la independencia, se declaran  seguidores de José Cecilio del Valle, Pedro Molina, José Matías Delgado, pero también de  Mariano de Aycinena y Mariano de Beltranena, algunos de ellos firmantes del acta de independencia; viejos funcionarios coloniales, comerciantes, hacendados, admirados por actuales políticos y considerándolos por igual, sin diferencias,  como humanistas a carta cabal.

Tal admiración puede significar que son  continuadores directos de ese proceso; por si alguien duda, los gobernantes se declaran afines al humanismo cristiano en tiempos de eficacia, competividad, eficiencia, libre mercado y fuerte campaña por vender porciones del país bajo el nombre de zonas especiales de desarrollo. Es decir, en tiempos en donde la idea de humanismo suena a puro anacronismo y está desechada de la práctica de los políticos tradicionales. Aunque existe la no tan remota posibilidad de salvar ciertos elementos del humanismo renacentista que concebía a la persona como integra,  racional, emotiva, respetuosa, solidaria y tolerante. Todo ello no es tomado en cuenta por los abanderados del pensamiento neoliberal, del supuesto humanismo cristiano, que han hecho de la cultura, los valores ciudadanos y de la identidad nacional, elementos absolutos, rígidos, útiles, para uniformar las opiniones y para imponerlos desde un sistema comercial y educativo que hace tabla rasa de las ideas y de los gustos.

En septiembre es cuando más se esfuerzan por mostrar patriotismo, su  humanismo, con la mano en el pecho y al ritmo de marchas militares. Es en este mes en donde vimos la opera burlona, grotesca de la OEA con su mediador tratando de apuntalar al gobierno ladrón de Juan Hernández y desacreditando a los opositores; es el mes de las masacres en Choloma, voraces incendios en los mercados capitalinos, de los diez asesinatos de mujeres en todo el país, doce muertes violentas en Tegucigalpa y  la prohibición de portar sombrillas y otras armas de destrucción masiva en el estadio de la independencia. Es tanta la libertad que tenemos que se ocupan doce mil militares el 15 de septiembre para que algunas personas simulen que hay seguridad. Son apenas quince días de un mes en donde se hace gala de civismo, seguridad y apertura democrática. Tales son los nuevos elementos del discurso oficial con la muerte segando vidas en el territorio nacional.

Es Honduras, la de Valle, Morazán, Visitación Padilla, Manuel Flores, Margarita Murillo, Daniel González (Jerónimo) y Vanessa Zepeda; pero también es la del entreguista gobierno de Roberto Suazo Córdova, la de  Juan Hernández y su pandilla de ladrones; con la más importante instalación militar norteamericana en América Latina y la incontestable presencia económica  y política de la narcoactividad; es donde se ponen en práctica avanzados sistemas de seguridad que promueven inseguridad colectiva; donde funcionarios públicos declaran ser parte del asalto al sistema de seguridad social y se lleva a cabo una profunda operación de privatización de los sistemas de previsión con leyes recién creadas; y es aquí, en donde con mucha lentitud y paciencia, a veces con imperceptibles acciones, se van edificando sencillos elementos identitarios desde los movimientos sociales y políticos, diversas y complejas identidades que nutren la conciencia nacional, que contribuyen en la formación popular que permita la puesta en su lugar de todos los gobernantes desde el momento de la independencia. Esos y otros elementos son los componentes activos de nuestra historia, contradictorios, inseparables, dinámicos, que participan en la vida diaria y nos impactan.

El Estado nacional contiene todos esos momentos y el grupo dominante le ha inculcado un fuerte sello entreguista, servil, organizando cuerpos de seguridad eficientes para enfrentar y controlar a lo que llaman “enemigo interno”, o sea, contra los que han pugnado por formas de relaciones más democráticas en una Honduras que logre elevados grados de independencia. La posibilidad de un país más digno y justo fue indicado por algunos próceres, en tal sentido se requiere mejor comprensión de la obra de Valle y Morazán, sacarlos de los museos y bajarlos de las estatuas en donde los han congelado los grupos políticos y económicos que han dominado el país. Incluso, hay detalles que parecen muy simples pero sugerentes, puede verse en el Morazán del parque central, espada en mano, señalando el futuro. La espada es el medio, desde ella se indica el rumbo.

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