lunes, 28 de septiembre de 2015
La barbarie civilizada del capitalismo
Por Homar Garcés
El escritor portugués José Saramago, Premio Nobel de Literatura, auguró: “El desplazamiento del sur al norte es inevitable; no valdrán alambradas, muros ni deportaciones: vendrán por millones. Europa será conquistada por los hambrientos. Vienen buscando lo que les robamos. No hay retorno para ellos porque proceden de una hambruna de siglos y vienen rastreando el olor de la pitanza. El reparto está cada vez más cerca. Las trompetas han empezado a sonar. El odio está servido y necesitaremos políticos que sepan estar a la altura de las circunstancias”.
Los pueblos de Afganistán, Irak, Libia, Siria y Yemen -víctimas desde 2001 de la codicia inconmensurable de las grandes corporaciones transnacionales petroleras que operan desde Estados Unidos y Europa occidental- se han visto obligados a sufrir penurias de todo tipo, gracias a la cruzada protagonizada por estos países “civilizados” en su combate sin límites ni fecha de terminación contra el “terrorismo internacional”, el cual sólo tiene como enemigos presuntos o potenciales a aquellos pueblos y regímenes que no comulgan con su credo de superioridad racial, religiosa y/o cultural, ni aceptan continuar sometidos a una tiranía mundial compartida donde sobresale Estados Unidos -con su mando de la OTAN- como el policía de mayor rango. Esto sin incluir la ofensiva militar de Arabia Saudita a Yemen o las decenas de miles de muertos y heridos provocados por los bombardeos y ataques de Israel a zonas residenciales de Gaza y Cisjordania en su empeño por exterminar de la faz de la tierra al pueblo ancestral de Palestina, condenado a sufrir privaciones de toda clase bajo el régimen sionista israelí.
Con Libia, Estados Unidos y la OTAN cambiaron en parte el formato de agresiones aplicado en el resto de naciones invadidas. Esta vez la agresión a Libia (a diferencia de Afganistán e Irak) estuvo concentrada en los bombardeos y el uso de mercenarios pro-occidentales, los mismos que darían nacimiento al grupo Al Qaeda, acaudillado por Osama Bin Laden, ex pupilo de la Agencia Central de Inteligencia estadounidense (CIA) durante la Guerra Fría, del cual -a su vez- deriva el denominado Estado Islámico (ISIS o Dáesh). Además, se debe mencionar que dicha agresión neo-imperialista se basó en dos resoluciones de la ONU, las números 1970 y 1973, emanadas del Consejo de Seguridad, con lo que sus acciones adquirían cierta dosis de legitimidad ante el mundo, ya que se trataba de “proteger a los civiles y a las áreas pobladas bajo amenaza de ataques” por parte de las fuerzas leales a Muamar el Gadafi. Esto ha servido de fundamento para aspirar en hacer lo mismo en territorio sirio. No obstante, ni Estados Unidos ni Europa occidental supieron calcular las consecuencias de sus acciones belicistas en Oriente Medio y África subsahariana.
Al producirse abruptamente la disminución de sus condiciones materiales de vida, con destrucción sistemática de toda la infraestructura existente hasta entonces y, además, padecer el terrorismo y la inestabilidad política en sus países, viendo completamente trastornada la realidad socio-política, socio-económica y socio-histórica en la cual se desenvolvieran toda su vida, muchos de sus habitantes optaron por migrar en masa a las naciones responsables de su nueva condición, convertidos así en una “onda expansiva” de migrantes, al parecer incontrolable, que ahora sí preocupa a los gobiernos europeos. Éstos son los residuos poblacionales que antiguamente constituían el ejército de reserva del sistema capitalista avanzado y periférico; y que hoy, a riesgo de perder la vida -como pasó con muchos durante la travesía por el mar Mediterráneo, incluyendo a niños que no rebasan la edad de tres años- prácticamente, ante la indiferencia absoluta de la ONU y la opinión pública mundial, constituyen la mayor demostración respecto a que el sistema capitalista no contabiliza como haberes la dignidad ni los sueños rotos de los demás seres humanos; incluyendo en ello la destrucción irracional de poblaciones enteras y de vestigios de civilizaciones antiguas, en una estrategia por acabar con cualquier sentido nacionalista y/o de pertenencia de quienes resisten la barbarie civilizada del capitalismo actual.
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