miércoles, 16 de septiembre de 2015
Diamantes sobre la arena
Ronald Dworkin, un influyente filósofo norteamericano recientemente fallecido, dejó escrita una máxima que devuelve el aliento en tiempos de zozobra globalizada: “Si vivimos una ‘buena vida’, convertiremos nuestras vidas en pequeños diamantes en las arenas del cosmos”. Queda encerrada en una breve y hermosa metáfora lo que quizás sea la razón última para tratar de llevar una existencia digna, útil y amable para nuestros semejantes. Los referentes éticos que toda sociedad necesita para fortalecer la convivencia vienen a ser como esos pequeños diamantes que brillan sobre la arena. Aparentemente insignificantes, pero imprescindibles, más aun en sociedades que viven acorraladas por la violencia, el miedo y la corrupción.
En los últimos años, la carencia de referentes éticos en nuestro país no ha hecho más que acrecentarse. Sobrevivimos en medio de un importante trastoque moral que el golpe de estado del 2009 no hizo más que profundizar. Los héroes y los villanos circulan a nuestro alrededor enmascarados o irreconocibles. En medio de la maraña de intereses cruzados que nos circundan resulta una tarea titánica distinguir el bien del mal y encontrar conductas ejemplarizantes que ayuden a retomar la senda hacia un proyecto colectivo. Los medios de comunicación no han sido ajenos a esta ceremonia de la confusión. Entre la escasa calidad ética y profesional de los mismos, pocos como Radio Progreso se han desmarcado de la ignominia, sostenidos por su coherencia. Pero el pasado 17 de agosto leíamos con sorpresa y cierto sonrojo un editorial de esta emisora titulado “En reconocimiento”, dedicado enteramente a resaltar la figura del conocido periodista David Romero Ellner y homenajear su reciente trayectoria.
Nuestra sorpresa sobreviene tanto por los antecedentes como la proyección del personaje. Los primeros, suficientemente desarrollados y escudriñados en medios hermanos años atrás (Moreno, I. Junio 2002. “Diputado y abusador sexual: un caso que nos abre los ojos”. Revista Envio) invitan, cuando menos, a la cautela. Por otra parte, sus ambiciones como coordinador de una corriente política que busca la presidencia, obligan a permanecer alerta y no deslizarse hacia posicionamientos improvisados o ingenuos.
Pero el sonrojo sobreviene a propósito de los débiles argumentos utilizados en la defensa de Romero: se dice que su trabajo “es la muestra del verdadero papel que deben desempeñar los periodistas y comunicadores sociales”. La vaga reflexión sobre que nadie es monedita de oro, que la vida está llena de luces y sombras o de que todo ser humano puede “cambiar”, parece casi pueril cuando se trata de analizar la labor de un periodista camaleónico, con una trayectoria personal tan poco edificante y una improbable aportación a la democracia hondureña.
Es preciso aclarar conceptos. Lo que Romero Ellner practicó siempre durante su trayectoria profesional, y todo indica que ha seguido haciendo en los últimos meses, es un periodismo que nada tiene que ver con el servicio desinteresado a la cosa pública. Ningún paralelismo, por poner un ejemplo, con aquellos héroes del Washington Post que hicieron doblar la rodilla a Richard Nixon a base de un periodismo de investigación de calidad, o del caso Walmart en México, que puso al descubierto la cultura de la corrupción en aquel país. La forma de proceder de David Romero más bien podría denominarse como periodismo de filtración o incluso de chantaje. ¿En qué consiste? El informante, gracias a su cercanía a grupos de poder, recibe una información privilegiada que responde a intereses que permanecen ocultos y la difunde tratando de obtener el mayor beneficio personal posible. Se trata del mismo tipo de periodismo que David Romero llevaba a cabo cuando trabajaba a las órdenes de Callejas o de Carlos Flores, y, pese a su célebre vinculación con la izquierda más combativa, hacía buenas migas con altos militares acusados de violaciones a los derechos humanos. Desde luego, Romero era desde entonces uno de esos periodistas estelares, sin cuya “colaboración” no se podía gobernar ese país.
Es cierto que, como resultado de esta filtración interesada, ha salido a la luz un escándalo mayúsculo que ha puesto al descubierto una vez más la desvergüenza de parte de nuestra clase política (al tiempo que sospechosamente se sigue encubriendo a otra parte). Sin duda se trata de una coyuntura favorable para que la ciudadanía adquiera conciencia sobre los dirigentes que tenemos y se organice para fiscalizarlos y ayudar a que surjan otros, completamente diferentes.
Pero así como en casos opuestos no es justo matar al mensajero, en este caso no conviene deslumbrarse ante las presuntas virtudes del mismo: ni mucho menos estamos ante un periodismo diferente al que tanto daño ha hecho a este país; tampoco hay signos que permitan pensar que ha cambiado en esencia el modo de ser del personaje referido.
A nuestro modesto entender, con la legitimidad que nos dan años de ser oyentes, colaboradores cercanos y hasta actores protagónicos en tiempos pasados del consorcio ERIC/Radio Progreso, la labor de la emisora debería ser la de ayudarnos a toda la sociedad a abrir los ojos para acercarnos a conocer la verdad, entre las confusas sombras que proyectan los graves acontecimientos del momento.
Esta labor la ha hecho Radio Progreso incontables veces a lo largo de su dilatada historia. Y de este modo se ha ganado con creces el cariño de sus oyentes y el respeto de quienes no lo son. Ojalá el editorial del día 17 de agosto sea simplemente un desafortunado tropiezo, fruto de un espejismo engañoso, como aquellos que ciegan a los peregrinos por el desierto, ansiosos como van hasta la desesperación por encontrar agua fresca que sacie su sed y devuelva la salud. Ojalá Radio Progreso nos siga ayudando en el futuro a encontrar, apartando del camino los falsos profetas, esos diamantes sobre la arena, tan escasos como imprescindibles para mantener la cordura y la ilusión en un país mejor.
Alejandro F. Ludeña
Amado Mancia
María Elena Cubillo
Alicia Reyes
José Antonio Funes
Gerardo Martínez
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