jueves, 10 de septiembre de 2015

"Creí que lo mejor era escribir tal cual sobre mi propio temor"



Por Oliver Milman

Naomi Klein, la escritora, cineasta y activista social canadiense, llega a Australia a finales de este mes de agosto para una serie de actos en Melbourne y Sydney. La autora de No Logo y La doctrina del shock –amante confesa de las tostadas con aguacate– debatirá sobre cambio climático y capitalismo, los temas clave de su nuevo libro, éxito de ventas, This Changes Everything [Esto lo cambia todo, Paidós, Barcelona, 2015]. La entrevista Oliver Milman, periodista de The Guardian Australia.
En su libro escribe usted que era una “negacionista del clima”, no en el sentido de negar la ciencia sino en el de no querer comprometerse con el tema. ¿Por qué cree que usted y otros actúan así?

Hay tantas razones, la mayoría de nosotros nos contamos múltiples historias diferentes todos los días. Vuelo hasta Australia, así que para llegar al final del día, tendré que recurrir al negacionismo climático. Sólo que niego muchas menos cosas de lo que solía.

¿Qué ha cambiado?

Hace diez años estaba en Nueva Orleans cubriendo el huracán Katrina; en aquel entonces estaba escribiendo La doctrina del shock. El fotógrafo con el que había ido a Irak me dijo: “Tienes que venir, es una locura, la gente va pegando tiros por las calles”.

Fue este cóctel de tiempo pesado, racismos e infraestructuras que se derrumbaban. Tenía la impresión de estar atisbando el futuro. La gente decía que era como ciencia ficción, con un país rico que abandonaba a los habitantes de una de sus ciudades, con los vigilantes merodeando por la ciudad, y en la que después del toque de queda cualquiera podía servir de blanco.

Para alguien formado en la preocupación por la justicia económica, lo que me daba miedo del cambio climático no es solo que suba el nivel del mar y tengamos más tormentas, es cómo se entremezcla con ese cóctel de desigualdad y racismo.

Este es mi intento de exponer a qué se parece el colectivismo del desastre. La razón primordial por la que la gente aparta la vista del cambio climático es porque no le ven salida y se les dice que las soluciones al cambio climático consisten en darse por vencidos.

Si podemos delinear una vía a un economía más allá del carbono, eso entrañará ganar muchas otras cosas. Podemos gozar de una mayor calidad de vida, ciudades más vivibles, sanar agravios históricos. Puede ser emocionante.

No puede ser el temor lo que nos impulse. Ese es el gran error que cometió el movimiento ambientalista: “Te vamos a meter el miedo en el cuerpo para que te conviertas en activista”.

Ha de haber un contra relato consistente en que podemos tener una economía diferente con más y mejores empleos.

La prosa del cambio climático puede resultar, en fin, un poco seca. ¿Cómo enfocó la tarea de escribir este libro, en términos de estilo y tono?

No fue tan diferente de la forma en que enfoco siempre al hecho de escribir. Cuando estaba escribiendo No Logo, creía que la gente estaba en general aburrida de libros sobre la globalización, de manera que la tarea consistía en escribir de un modo que no fuera aburrido.

Hay una triple capa de jerga cuando se escribe acerca del cambio climático. Están los científicos, que se muestran muy cautelosos debido a las dimensiones de los negacionistas del cambio climático. Y luego está la jerga de las Naciones Unidas: tenía que andar con un glosario de términos. Era como una sopa de siglas.

Después tenemos la jerga del mundo de la política. Los EE.UU. estuvieron debatiendo un año entero sobre la legislación de límites y compraventa de emisiones. Según una encuesta, sólo el 13% de los australianos sabía que tenía algo que ver con el medio ambiente. Todo esto se confabula para hacer del hecho de escribir sobre el cambio climático algo muy estrecho de miras.

Escribir sobre la naturaleza es otra disciplina –y bien hermosa– pero la gente de ciudad puede sentirse ajena porque se siente puñeteramente alejada de ella.

¿Y cómo lo ha resuelto?

Intento sólo escribir para la persona que no quiere leer el libro. La decisión de escribir de un modo más personal fue deliberada. Buena parte de la razón por la que desconectamos es que sentimos hondamente la crisis y eso resulta algo extremadamente emocional para quien cree que su hogar está en peligro. De manera que pensé que lo mejor era escribir tal cual acerca de mi propio terror.

Acudió a la cumbre sobre el clima en Copenhague en 2009. ¿Qué tal fue la experiencia?

Me acuerdo de un momento en el que se trató de los refugiados climáticos, en el que se habló del concepto de países enteros que desaparecían de un modo bien fáctico.

Hay momentos en los que la profunda crisis moral se deja sentir, sin embargo, momentos en los que se rompe el guión. Hay momentos en los que no se trata de porcentajes sino de decisiones que afectan a innumerables vidas.

Había tantas yuxtaposiciones raras. Teníamos a los países isleños que protestan diciendo “1,5º grados para poder sobrevivir”, y luego estaban los delegados norteamericanos y europeos esquivando la mirada como si vieran a un mendigo por la calle.

Le intranquilizó relacionarse con el Heartland Institute (movimiento negacionista norteamericano generosamente financiado)?

No sé si fue más extraño que una convención del Partido Republicano o el hecho de que Donald Trump vaya en cabeza en las encuestas, la verdad.

Creo que resulta más difícil enfrentarse a un negociador de Naciones Unidas que conoce los datos científicos y decide no hacer nada. Eso lo encuentro más inquietante que las multitudes del terruño del Medio Oeste norteamericano.

Ha afirmado que hay que reformar el capitalismo con el fin de afrontar el cambio climático. ¿Por qué?

Bueno, mi libro representa una argumentación en pro de una profunda transformación ideológica, debido a que el péndulo ha ido demasiado lejos en favor del fundamentalismo de mercado.

Tenemos este debate político tan constreñido y una clase política que no cree que debiera estar gobernando. Está buscando constantemente formas de salirse de la vía del mercado. Mientras eso continúe, seguiremos hablando de este problema, como hemos hecho en los últimos 25 años.

El cambio climático llega monumentalmente a destiempo porque ha aterrizado en el cénit de este movimiento ideológico. Fíjese en lo que está pasando en el sur de Europa: se ha impuesto una austeridad brutal a Grecia y otros países, y están haciendo recular las renovables, incrementando la fracturación hidráulica y las perforaciones petrolíferas en mar abierto. No es ese el modelo económico que nos hace falta para actuar contra el cambio climático.

Así pues, ¿qué se necesita para substituirlo?

Sabemos lo que tenemos que hacer. Tenemos las medidas políticas que podrían permitirnos alcanzar ese punto, cosas que no derribarán el capitalismo, como la tasa de carbono, o una revolución de las renovables. Mi libro se refiere al por qué no lo estamos llevando a cabo y al andamiaje ideológico que hay detrás de ello.

Australia acaba de anunciar su objetivo de reducción de emisiones antes de la cumbre de París de este año. ¿Cree que es suficiente?

Este juego de los dirigentes de distintos países que dicen de otros países que “ellos también lo hacen” resulta tan infantil...Diría que resultaba chocante, pero luego [Tony] Abbott [primer ministro liberal australiano] intentó eliminar la cuestión climática de la agenda del G20.

Creo que hemos de ser muy cautelosos a la hora de suscitar expectativas en torno a París, no habrá un acuerdo que esté en consonancia con el saber científico.

Una cosa que encuentro particularmente chocante es que Australia está en primerísima línea del cambio climático. En Canadá, la mayoría de la gente no experimenta una meteorología extrema, pero en Australia es severa…

No se trata solo de que la cosa esté más caliente, también se pone más mezquina. Lo vemos en Australia, donde el tratamiento de los emigrantes supone una profunda crisis moral. Está claro que a medida que sube el nivel del mar este lado mezquino y el racismo abierto se van a volver más extremos, el cambio climático acelera todas estas otras cuestiones.

Es usted miembro de la junta del grupo de activismo sobre el clima 350.org. ¿Cree que el activismo sobre el cambio climático tiene resultados tangibles?

Nunca he visto un movimiento que se extendiera tan rápido como el movimiento de desinversión en combustibles fósiles. Seguimos teniendo victorias: la Iglesia Unida del Canadá acaba de votar a favor de la desinversión en combustibles fósiles.

Ya ha visto lo que está sucediendo con la mina de Adani, dicen que no se abrirá gracias al activismo. El oleoducto Keystone no se ha aprobado todavía y las operaciones de minería se han reducido, debido a que las empresas no estaban seguras de que pudieran proseguir a causa de la fuerte oposición en contra.

Es un movimiento arrollador, solo que es una carrera contrarreloj. Si tuviéramos algunos decenios más, diría que estamos bien de forma, pero tenemos que conseguir darle la vuelta a las cosas en esta década. Así que tenemos que hacer más, siempre.

* Traducción al castellano de Lucas Antón para sinpermiso.info.


No hay comentarios: