jueves, 10 de septiembre de 2015

En memoria de las personas desaparecidas



Teresa de Jesús Sierra Alvarenga, hondureña, desaparecida el 31 de agosto de 1982, en el barrio Villa Adela de Comayagüela, es uno de los nombres escritos en la base de datos del Comité de Familiares de Detenidos Desaparecidos en Honduras (Cofadeh). Al igual que Teresa hay 200 expedientes de desaparecidos en la década de los ochentas, todas víctimas de la Doctrina de seguridad nacional impulsada por los militares.

El domingo recién pasado se conmemoró el “Día internacional de las víctimas de desapariciones forzadas”, y siendo Honduras un país tan chiquitito, sus gobiernos militares y civiles dan cátedra de cómo marcar el territorio con sangre de personas desaparecidas. Los desaparecidos son hombres y mujeres que con sus sueños y su sangre nos siguen indicando la caricatura de país que tenemos, sus ideales siguen alimentando la lucha, la rebeldía, la poesía y el canto.

Los desaparecidos han sido indígenas, religiosos, campesinos, mujeres, en su mayoría han sido jóvenes. Hombres y mujeres que lucharon por un modelo de desarrollo alternativo, que se sustente en la distribución social de lo que también se produce socialmente, donde el centro principal sean los seres humanos y no el capital. Un modelo que promueva los intereses y necesidades desde la perspectiva pública.

“Cambia todo cambia, cambia el rumbo el caminante aunque esto le cause daño”, dice el canto latinoamericano, y con los desaparecidos también los cosas cambian. Hoy tenemos nuevos perfiles de los desaparecidos. Están los campesinos desaparecidos en el valle del Aguán, que con el tiempo se han ido convirtiendo en cifras; están los jóvenes desaparecidos por militares, policías y el crimen organizado. Y están los nuevos desaparecidos en la ruta del “sueño americano”, que según la base de datos de Comité de familiares de migrantes de El Progreso suman al menos 600 migrantes hondureños desaparecidos.

“Cambia todo cambia, pero no cambia el dolor de mi pueblo y de mi gente”, nos siguen diciendo las voces de Julio y Mercedes Sosa. Los nuevos desaparecidos, son los empobrecidos de toda la vida, los que luchan por seguir viviendo. Son los sin tierra, los abandonados por el Estados y excluidos por el modelo económico. Los desaparecidos son también los soñadores de un mundo más humano, son los que perdieron el miedo y salieron a la calle, son los que nunca renunciaron a una vida digna y compartida.

Uno de los pilares en la cual se sostienen los últimos 30 años de democracia es la sangre y la impunidad de los desaparecidos. Hoy al recordarles, también aflora lo miserable y macabra que es la élite política y económica hondureña, la cual ha multiplicado sus capitales con la sangre y el sudor de sus víctimas. Han pasado siete gobiernos y el paisaje de la impunidad se mantiene intacto. Sin embargo, hoy las cosas están más claras que nunca, solo la presión popular con el apoyo de una Comisión internacional contra la impunidad será posible desmontar la mafia corrupta e impune que controla el Estado, y avanzar a construir una nueva institucionalidad. El pueblo guatemalteco nos está indicando el camino.

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