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jueves, 15 de septiembre de 2011

"El genocidio argentino hubiera sido imposible sin el apoyo y la solidaridad de EE. UU."

La Maza Nº 4

Por Mario Hernandez

El pasado 4 de setiembre, en horas de la madrugada, murió el filósofo León Rozitchner
Rozitchner, nació en el partido bonaerense de Chivilcoy el 24 de setiembre de 1924, y estudió Humanidades en la Universidad de la Sorbona. Siempre en París, hizo cursos de posgrado con Maurice Merleau-Ponty, Lucien Goldman y Claude Lévi-Strauss.

Codirigió la revista Contorno (1954-58) junto a David Viñas, Ismael Viñas, Oscar Masotta y Noé Jitrik. Como docente se desempeñó en la Universidad de Buenos Aires, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad del Litoral y en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional de La Plata.

Con el golpe militar de 1976 se exilia en Caracas, Venezuela, donde trabaja en la Escuela de Filosofía de la Facultad de Humanidades de la Universidad Central.

Retorna al país en 1986, donde ejerce en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA y es investigador principal del CONICET.

Publicó casi una veintena de libros, entre los que se destacan "Freud y los límites del individualismo burgués" (1972),"Las Malvinas: de la guerra sucia a la guerra limpia” (1985), "Perón, entre la sangre y el tiempo" (1985) y "La cosa y la cruz: cristianismo (en torno a las Confesiones de San Agustín)" (1997).

En el año 2004 recibió el Premio Konex diploma al Mérito en la disciplina Ensayo Filosófico.

Un año antes, en el Nº 4 de La Maza dedicado a la agresión imperialista a Irak, publicamos una larga entrevista, realizada en febrero, donde León Rozitchner desarrolla una serie de temas, entre otros, la mencionada guerra contra Irak, el atentado a las Torres Gemelas, el genocidio argentino y el peronismo.
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MH : León, hace una semana escribiste un pequeño artículo en Página 12 donde planteás algunas cuestiones sobre las cuales queremos profundizar el análisis, por ejemplo, señalás que "la política del gobierno de Bush es inscribir el miedo en el cuerpo y en el imaginario de los ciudadanos para que acepten la destrucción de otros pueblos". LR: El problema de la guerra contra Irak forma parte de toda la historia de EE.UU., de las veces que atacaron países de Latinoamérica, el caso de Panamá, de Cuba, para no referirnos al caso de Japón donde tiraron la bomba atómica, matando a la población en forma inmisericorde. Hablemos simplemente de lo que pasó entre nosotros. El genocidio argentino hubiera sido imposible sin el apoyo y la solidaridad de EE.UU. y formaba parte de un plan de dominación sobre toda Latinoamérica que lograron a través de la creación de dictaduras que luego hicieron posible la democracia. Lo mismo está pasando ahora. EE.UU. quiere implantar el terror para hacer que la sociedad norteamericana tema por lo que pasó en las Torres, ponga todo el problema en un enemigo exterior y que para garantizar su propia seguridad tenga que ser destruido.

Entre nosotros pasó algo parecido. El genocidio militar en la Argentina también aterrorizó a la gente. Luego, sobre el fondo de ese terror hizo que todo lo que pudiera suceder fuera tolerado y hasta exigido, a partir de allí es cuando se abre el campo de la democracia; a partir del genocidio. Todo esto tiene que ver con la guerra, es decir, es la guerra por otros medios, ahora por los medios económicos pero sobre el fondo de la domesticación, el terror y el pavor del conjunto de la población argentina, eso hace posible que aparezca entre nosotros una democracia, que es la que estamos viendo, esta democracia que existe en la medida que no la transformes, porque si intentás hacerlo inmediatamente aparece la designación “son terroristas” y, por lo tanto, nuevamente el poder militar y la dictadura. Ahora entre nosotros ya no es más necesario el poder militar, basta con la policía que prolonga el terror militar en la democracia.

MH: ¿Entonces, deberíamos pensar la política como guerra?
LR: Mirá, yo pienso que hay que pensar la política desde la guerra. En la guerra hay una situación extrema, una situación límite, donde lo que consigue -y así se define la guerra-, es el dominio de la voluntad del hombre. Evidentemente, el que lleva la guerra adelante no querría matar a la población, lo que quiere simplemente es que se someta, no querría que la población resista, si entregan los bienes pueden seguir subsistiendo como población, de manera tal que el dominio de la voluntad tiene múltiples formas. Una de las formas de dominar la voluntad de aquél que se resiste a ser dominado es la guerra. Cuando aparece este extremo límite que es la guerra, la definición de política o de guerra adquiere un tinte diferente. También en la democracia lo que se persigue es el dominio de la voluntad de los demás por otros medios, por medios económicos, así como el dominio de la voluntad también se ejerce a partir de lo religioso. El temor al más allá, el sentimiento de culpa, de identificación con el crucificado hace que el temor también te penetre. Quiere decir que en cada uno de los campos en los que vivimos, fundamentalmente la economía, los militares y la iglesia señalan tres formas de dominar la voluntad, de acceder al dominio de la voluntad. Y ahora encontramos otra: la televisión. Los medios de comunicación se han convertido en los grandes dominadores de la voluntad ajena a través de formas muy sutiles o muy torpes también pero, al mismo tiempo, muy efectivas. Son aquellas figuras que se ejercen para imbecilizar a la gente a través de lo que se trasmite cotidianamente.

MH: Después de los golpes que vivimos en América Latina en la década del 70, EE.UU. desarrolló una política de exigencia de la democracia con todas estas limitaciones que vos decís, sin embargo, actualmente ha cambiado por una estrategia de resolución de los conflictos por la vía exclusivamente militar.
LR: Por la vía exclusivamente militar en la medida que no se pliegan a los requerimientos que ellos señalan como democráticos. ¿Qué es la democracia? La democracia es el ámbito político que, de alguna manera, hace aparecer el proceso globalizado, que en última instancia también es un proceso cultural, en la medida que tiende al dominio de la voluntad de los sujetos, sin la compulsión de la fuerza que debe ejercerse a nivel militar o policial, pero ¿qué pasa? Es evidente que en la Argentina, la represión que aparece a través del terror policial, que prolonga el terror militar, no aparecería si la gente no hubiera salido a la calle, si los piqueteros no existiesen, si las demandas insatisfechas de la gente no buscaran de todas maneras, a través de las reuniones públicas, los cortes de rutas, las tomas de las fábricas cerradas, si no existiera todo esto, si la población viviera tranquila dominaría la pura política sin guerra.

Porque hay dos extremos. Cuando la gente se resiste a ser invadida, a ser dominada en su voluntad es cuando el extremo límite de la dominación frente a la resistencia está dado por el uso de la violencia guerrera, por lo tanto, la represión y la muerte. Este es el caso en que la gente se resista, entonces este extremo límite sería el de la dictadura, de la guerra dictatorial, estoy hablando de guerras nacionales, guerras civiles. Una cosa es esta guerra a la que se ve llevada la política cuando hay resistencia.

Cuando no hay resistencia, por lo tanto la dominación de la voluntad de los hombres ha sido ya conseguida y lograda, puede aparecer la política sin guerra como si fuera puramente política, es decir, como pura democracia. En realidad, la democracia no es más que una de las formas de prolongar la guerra de otro modo, eso es lo que estamos viendo claramente en nuestro país. Tampoco quiere decir que no haya una contradicción en el campo de la democracia que aparece planteada de una cierta manera y, por lo tanto, también significa una especie de conquista, no digo que sean iguales la dictadura y la democracia, digo, la democracia se abre como un campo de tregua viniendo desde la dictadura militar del terror entonces, cuando se ha aterrorizado a la población puede abrirse el campo de la democracia, es decir, el campo de la política aparentemente sin guerra ¿Por qué? Porque el país no puede funcionar bajo el terror, el país no puede indefinidamente ser llevado por la pura fuerza porque crea resistencia, poco a poco la gente comienza a insistir y a resistir de una manera imprevista para los que ejercieron el terror y de una manera tal que puede llevar hasta a una pueblada que ellos temen, los militares temen, acordate que eso pasó en la época de Alfonsín, cuando Alfonsín cede ante los militares y los vuelve a integrar miserablemente al dominio de los carapintada. Entonces, una cosa es esa situación en la cual la democracia aparece porque habiendo vencido a la población se instala como una forma de hacer política y la otra es cuando la gente se entrega y, por lo tanto, la democracia puede permanecer continuamente sin temor a ser modificada, sin que los dominadores teman porque en la población ya no hay resistencia.

MH: Desde el punto de vista que estás analizando el tema ¿qué significado tienen para vos los 30.000.000 de movilizados en todo el mundo el 15/2 contra la guerra en Irak?
LR: Bueno, evidentemente es un fenómeno importante, creo que es la primera vez en la historia que se produce una aparición pública de gente resistente en contra de la guerra como se ha producido ahora. En ese sentido pienso que ha comenzado dentro de la globalización, que es en última instancia la mundialización del capital, creo que ha comenzado a despertar resistencia y justamente porque en el campo de la democracia se abre una lucha en su interior tratando de utilizar todos los recursos para oponerse al poder militar desde el cual la democracia gobierna, para decirlo de otra manera. Los medios de comunicación, la economía, la religión, el deporte, no han logrado hacer que la población entre en la concepción económica, política, de los esquemas de poder, en este caso el gran centro de poder imperial que es EE.UU., entonces cuando eso no se logra y no lo han logrado pese a todo, es como si la gente dentro de ese campo pudiera comenzar también a distinguir que tiene la posibilidad del enfrentamiento y la salida a la calle sin ser muerto. La democracia tiene esa posibilidad, si la gente se anima, si sale a la calle, si más allá de la representación que los llevó a delegar el poder en ciertos grupos políticos ha sido expropiada y, por lo tanto, ejercida en contra de nosotros, cuando aparecen estas situaciones es como si la democracia, la política, abriera el campo a una irrupción masiva de la gente en la calle que es absolutamente indetenible. ¿Cómo hacés para reprimir un millón de personas en la calle? En Francia ¿cómo hacés para reprimir 500.000 personas o en Italia un millón y medio? Con todo el poder y los medios que tienen ¿pueden salir a reprimir eso? Es evidente que hay situaciones donde las fuerzas se equilibran y, por lo tanto, no es posible destruir toda una población para poder imponer tus propias ideas. En ese sentido pienso que el equivalente del poder militar que se ejerce por la violencia, pero en un sentido completamente distinto, es el poder no violento de la gente que se hace cargo multitudinariamente y sale a la calle para defender sus propias ideas. Ahora, esto es también un enfrentamiento, un enfrentamiento físico pero que está dado desde un lugar diferente y con categorías radicalmente diferentes a las de la guerra, porque si bien son dos fuerzas enfrentadas, una es una fuerza minoritaria que tiene que acudir al poder de las armas para imponerse y la otra, como diría Clausewitz, es una fuerza de cualidad diferente, es una potencia que reside en la presencia simultánea de millones o de cientos de miles de cuerpos que se unifican, que se hacen presentes en el campo político para enfrentar de otro modo al poder militar.

MH: Es lo que denominás en algunos de tus trabajos la segunda teoría de la guerra en Clausewitz, polemizando con el fenómeno del peronismo, la interpretación que hace Perón de Clausewitz.
LR: Claro, Perón adhería a una concepción completamente distinta a la que te estoy señalando, él defiende la primera teoría de la guerra, la guerra ofensiva, aquella que ejerce EE.UU. contra Irak ¿Para qué? Para apoderarse de sus territorios y de sus yacimientos. Básicamente, casi todas las guerras son guerras ofensivas, las de colonización, por ejemplo. El ejército quiere entrar para dominar al otro, una guerra ofensiva es aquélla que busca lo que llaman los objetivos positivos, que es conseguir apoderarse de la riqueza del otro, mientras el que se defiende tiene objetivos negativos, simplemente trata de conservar lo propio, entonces son dos cosas antagónicas y diferentes. Vos podés pensar la guerra desde la ofensiva que sería esto de penetrar en un país para invadirlo cuando nadie te está atacando, como está haciendo EE.UU. en Irak, como hizo EE.UU. en Latinoamérica y, por el otro lado, tenés la posibilidad de enfrentar ese poder que te ataca, resistiéndole a través de una fuerza de cualidad diferente, que podríamos llamar de las fuerzas populares.

MH: Popular y también moral. 
LR: Por eso la diferencia. La otra es una fuerza bruta, en este sentido vos no podés pensar que Bush es un tipo reflexivo; es un animal pisando en un bazar todo lo que ha sido trabajosamente construido. Esa es la fuerza bruta del imperio que no reconoce razones, por algo no quieren formar parte y no querían que se formara el jurado internacional contra los crímenes de guerra. Por algo se han opuesto a la firma del protocolo para la conservación de la naturaleza que ellos destruyen en su mayor parte, porque son impunes, saben que tienen el poder armado de la fuerza bruta y que a través de la tecnología pudieron desarrollar fuerzas de exterminio tan poderosas que nadie en este momento puede ofrecerles resistencia. Ante esta situación ¿qué cabe hacer? Es evidente que no podés reflexionar con ellos, así como no podés reflexionar con Duhalde, porque a pesar de la distancia que hay entre uno y otro, Duhalde también cuenta con el poder de la policía.

MH: No se puede pactar.
LR: No se puede pactar con Duhalde porque también está trabajando sobre el fondo del terror que se decantó en la policía del gatillo fácil, en la policía represiva que prolongó su gobierno, que fue organizada en gran parte en la gobernación de la Provincia de Buenos Aires y que, por otra parte, prolonga la policía organizada por figuras militares como Camps. No te olvides entonces que en ese sentido la policía es, actualmente, esa fuerza represiva equivalente a un ejército extranjero que amenaza a los argentinos ante cualquier intento de llegar más allá de los límites en los que aparece planteada la democracia en este momento. Es por eso que, en última instancia, estamos viviendo también una situación de terror que pasó del poder militar al poder económico. El poder económico aterroriza en este momento y pudo apoderarse de lo que se apoderó, porque existió el terror en la Argentina. Cada uno de nosotros fue trabajado por ese terror y cuando desaparece el poder militar no quiere decir que el terror haya desaparecido, las consecuencias del terror permanecen profundamente metidas en cada uno de nosotros a través de varias generaciones, sino la gente no se aguantaría esta miseria y esta exclusión a la que fue sometido el país por obra del peronismo, aunque no fueron los únicos.

MH: Vos también señalas en el artículo publicado en Página 12 que “Roma, la invencible, cae antes de caer, cuando los bárbaros traspasan por primera vez sus murallas, cuando el miedo penetra en la subjetividad del triunfador”. 
LR: Es lo que ha pasado con las Torres. Hasta ahora EE.UU. siempre combatió en cancha ajena, pero nunca la guerra llegó a su propio territorio, salvo Pearl Harbour que fue algo que los americanos ya sabían y buscaron como ocasión para poder declarar la última guerra mundial, entonces lo que vos me estás planteando es lo siguiente: EE.UU., la población de EE.UU. siempre ha sentido que ellos eran impunes a todo ejercicio del poder y la violencia, que podían hacer cualquier cosa en el mundo, que podían destruir Hiroshima y Nagasaki con la bomba atómica, apoderarse de la riqueza de otros países, entrar con la violencia armada en naciones importantes que fueron invadidas por los norteamericanos, no sólo creando condiciones para la expropiación de la riqueza sino también apoyando la destrucción de grandes masas humanas, entonces pasa lo de las Torres, no es que yo hubiera querido que se produjera, creo que más bien fue negativo pero, de todas maneras, si considerás objetivamente las cosas, es la primera vez que el terror se apodera de la población norteamericana, es decir, las Torres expresan simbólica e imaginariamente la permeabilidad del territorio norteamericano a la violencia armada que viene de afuera. Esto quedó como algo que fue aprovechado por el gobierno de EE.UU. para tratar de imponer una política de represión basada en el argumento de la represión al terrorismo, el terrorismo que por otra parte ellos ejercieron siempre. Se han dado vuelta las cosas. Todo intento de conservar lo propio, todo intento de mantener un ámbito de libertad, todo intento de modificar las condiciones de oprobio, de miseria que se viven, todos esos intentos que la gente hace para alcanzar una modificación social, todo eso es tildado de terrorismo.

Está pasando entre nosotros, falta poco para que designen como terroristas a los piqueteros. Lo podés ver por la televisión, estos miserables a sueldo que son los únicos que hablan actualmente en la televisión señalando que, lo acabo de escuchar hoy, un miserable de canal 4, 5 ó 6 diciendo que va a correr sangre en la Argentina, esta vez por culpa de los piqueteros, no porque los piqueteros sean capaces de derramar sangre, es la sangre de los piqueteros la que se va a derramar y ellos lo están anunciando a través de los medios, es decir, están volviendo nuevamente a aterrorizar a la población. Lo que intento decir es que EE.UU. está tratando de ejercer su dominio afuera luchando contra el terrorismo que, según dicen, penetró en su propio país. Es lo que han planificado para que la población aterrorizada y vuelta a aterrorizar por el mismo poder norteamericano, se preste a defenderse de cualquier manera porque se siente agredida. Pero, ¿qué ha pasado? Lo que Bush no mostraba era la permanencia del terror en la gente, que por más que hagan, por más que atacaran a un país exterior, ya no alcanza para refrenar el terror que previamente fue vivido. Yo escribí el artículo justamente el día que estalla un buque cisterna elevando una enorme columna de humo sobre Manhattan y New York. Estaba viendo en la TV la gente aterrorizada porque estaban sintiendo que otra vez tenían que pensar en defenderse, porque otra vez el propio territorio había sido atacado, que ya la presencia de Bush no era suficiente y la política no era suficiente para impedir eso que estaban temiendo. Lo que los medios no dicen es que esto que vivió la población de los EE.UU., que les caigan bombas de arriba, es lo que están viviendo continuamente las poblaciones de otras partes del mundo y sobre todo la población de Irak que están mirando el cielo continuamente para saber cuándo les van a llover las bombas de estos asesinos norteamericanos de Bush. Lo mismo que están viviendo los iraquíes, los habitantes de Bagdad, es lo mismo que ahora están temiendo subterráneamente, viviendo los neoyorkinos, que en algún momento tienen que mirar al cielo porque temen que vuelva a aparecer lo que antes había sucedido.

De todo esto cuenta en una sola cosa. Cuando un país comienza a temer, vive aterrorizado y de alguna manera sintiendo el miedo, algo ha penetrado profundamente en esa costra impenetrable que antes presentaba. Donde la impunidad y el modo de vida norteamericano tenía que primar sobre todos los otros intereses del mundo, de pronto se ve que esa vida está atravesada por el miedo también y vos no podés construir una sociedad sobre el fondo del miedo, eso es lo que digo allí. Ellos sintetizan el miedo para tratar de que la población apoye las medidas contra otros países, pero ¿qué pasa cuando la población comienza a sentir miedo real sobre una penetración posible de ser ellos también las víctimas? Cuando comienza a sentirse eso, ese país, ese pueblo que creía ser imperial, que dominaba todo, cuando se produce esa fisura que a lo impenetrable lo convierte en penetrable, es cuando realmente comienza la decadencia de ese imperio y comienza la decadencia de ese poder.

MH: Corría 1990 y en una entrevista para Utopías del Sur, señalás que “toda América Latina está aggiornada al terror”. ¿Qué ha cambiado en la actualidad?
LR: Por una parte, desde entonces, algo se ha intensificado. La globalización se ha extendido y ha abarcado la totalidad de los países latinoamericanos, donde todos los políticos han entregado todas las riquezas nacionales. Tomemos la Argentina donde en los 90 comienza el período de Menem y entrega todo aquello que quería ser entregado por los militares y lo hace sobre el fondo del terror porque, en última instancia, la población venía aterrorizada desde el campo económico.

Cuando el terror penetra vos ya no podés pensar profundamente porque el pensar profundamente hace aparecer el obstáculo y al aparecer el obstáculo, el miedo que esto te produce. ¿Cómo enfrentar nuevamente a los militares, cómo enfrentar a EE.UU., cómo enfrentar al poder que te domina y que acaba de producir un atentado económico como fue el que hizo caer a Alfonsín? A partir de allí es como si la gente estupidizada aceptara todo lo que pasó, que se entregara todo sin resistencia. Es formidable lo que pasó en el país, alegremente, por consumir pequeñas cosas, por acceder a ciertos productos, por tener el autito limpito y en la puerta, para acceder a buenos restaurantes, por eso se soportó que se entregaran todas las riquezas, que se deshiciera el país, perdimos todos los bienes que eran colectivos, producto del esfuerzo y del trabajo de todos los argentinos. Podríamos decir que el terror militar vuelve a aparecer en la época de Alfonsín y determina su caída, vuelve a aparecer el miedo en cada uno de los argentinos. Entonces, es evidente que el miedo y la individualización, que separa uno del otro, la ruptura de los lazos sociales, permitieron que se aceptara alegremente que todos los bienes nacionales fueran entregados. Perdimos el teléfono, se privatizó el petróleo, cosa que ningún país ha hecho en el mundo, únicamente los argentinos pudimos haber hecho eso y los peronistas lo hicieron. Estos que hablaban de la Argentina potencia, la han convertido en completamente impotente, por otro lado, eso es lo que han querido. Para convertirla en impotente han tenido que hacer lo que han hecho. Este señor que aparece ahora, Kirchner, con su mirada extraviada por las ganas que tiene de acceder al poder, se olvida de su pasado y su pertenencia. Por otro lado aparece, es increíble, un hombre como Scioli que uno lo mira y le da risa, a mí me hace acordar a un psicótico que pasa por acá, hablando alegremente por el barrio, por las calles, mirando al cielo y poniendo cara de que entiende algo. Es lo mismo que yo veo cuando veo a este señor, que no tengo nada contra él, pobrecito, pero hay que reconocer que no tiene las condiciones mínimas para poder ejercer cualquier cosa que tenga que ver con la administración de las personas, de las cosas, de los bienes de la gente.

MH: Parecería que nada hubiera cambiado desde la década pasada y hace un ratito vos mencionabas piqueteros, fábricas recuperadas, etc.
LR: Yo creo que está cambiando algo, de alguna manera, si vos querés en ciertos sectores, no toda la población, no es que los 35 millones de argentinos se han puesto las pilas, pero ha cambiado algo, al menos en el hecho que, por primera vez, con la caída de De la Rúa, podemos decir que el terror aparece enfrentado, la gente ya le ha perdido el miedo o algunos grupos, grandes mayorías, porque ese día recuerdo que toda Buenos Aires estaba llena de fogatas y salían a la calle a pesar de que hubieran impuesto el estado de sitio. Bajo la amenaza del estado de sitio, que es la amenaza de muerte, la gente salió a la calle y enfrentó las cosas, quiere decir que por primera vez la impunidad en la cual estaban ubicados el campo de la política y de la economía, de pronto se ven superados por esta valentía, si vos querés, colectiva, que se reconoce en la inclusión de cada uno de ellos en un campo colectivo que les da fuerza porque cada uno de nosotros se alimenta de la fuerza del otro y es colectivamente como únicamente podemos enfrentar el terror. El terror no puede enfrentarse de manera individual, porque dada la desmesura del ataque que el terror produce a través de las fuerzas reales que tiene, y de las imaginarias que al mismo tiempo incrementa, frente a eso, individualmente, no podés hacer nada, por esto la disolución de los lazos sociales que produjo el genocidio y que sigue produciendo el genocidio económico. Frente a eso, de pronto, sentimos y comenzamos a vivir la experiencia de que podemos enfrentarlo colectivamente, por lo tanto, hemos comenzado ya a vencer ese terror que llevamos adentro porque nos damos cuenta que formamos parte de una fuerza que los puede enfrentar, una fuerza colectiva en la cual nos incluimos y, por lo tanto, que cada cuerpo se ve potenciado para resistir por la presencia simultánea de todos nosotros. Esto es diferente, produce una coyuntura nueva que hace que los EE.UU. se vuelvan locos y también acá se están volviendo locos, la represión ha aparecido entre nosotros y decí que vivimos en un país peronista donde el imaginario colectivo todavía sigue seducido en gran parte por la figura de Perón y por la catadura moral y miserable de sus sucesores. Por eso te decía antes que esa Argentina potencia del primer Perón, se ha convertido con los peronistas en una Argentina impotente. Todo esto produce una indignación tan grande. Ver un país destruido y ver cómo se ha ido degradando, cómo la gente se ha ido entregando. Ahora, como vos decís, ha habido un enfrentamiento, hay gente que resiste, los movimientos sociales, los movimientos de derechos humanos, en todas partes ha reverdecido esto, pero no es la gran mayoría. Este es un país donde Bussi, asesino directo y fusilador de hombres detenidos, puede ser nombrado gobernador, no sólo él, ha habido otros que lo han sido, que un Ruckauf pueda estar presente actualmente, él que llevó, que pidió la represión a los resistentes de la época del 76, que produjo el genocidio, ¿cómo es posible que esta figura pueda todavía estar presente en el gobierno de Duhalde que, por otra parte, tiene dentro de sí a todo cuanto miserable de derecha se pueda pensar? No hablemos ya de Jaunarena, que es el representante de los intereses militares, el mediador de los intereses político-económicos de los militares, que hace que los militares estén dispuestos a aparecer en la medida que se les va concediendo lo que ellos piden. Estas son todas alianzas defensivas-ofensivas. Igual que la Iglesia, pobrecita, que sale a condenar el aborto, ¿y todos los chicos que se están muriendo? Sale por los nonatos, pero ¿qué hace por los pobres, qué hace por los chicos que se están muriendo de hambre en las calles? Los señores obispos ¿no salen a mirar en las calles qué pasa? La gente que está arrastrándose por el piso, estos chiquilines que están perdiendo sus vidas y que ya tienen caras de viejos. Entonces, con el poder económico, fijate vos lo monstruoso que ha pasado en el país, lo monstruoso de esta transformación, del pasaje del 1 a 1 a la devaluación hecha por esta gente que sirvió y sigue sirviendo a los mismos intereses, en beneficio de los grandes ganadores de este país destruido que producen y siguen produciendo más destrucción y más muerte. Todavía no hemos llegado al final. El final va a comenzar cuando el nuevo presidente se haga cargo de cumplir aquello que Duhalde ha pactado con el Banco Mundial y el Fondo Monetario que son las condiciones secretas, las políticas sucias que sostienen los acuerdos sucios que mantienen el poder en la Argentina.

MH: Bueno León, te agradezco mucho el tiempo que nos brindaste ¿querés agregar algo más? 
LR: Me preocupa que en nuestro país vuelvan a votar a quienes lo destruyeron como Menem. Esta figura que produce la máxima repulsión en cualquier persona que tenga un dedo de frente como para pensar lo que este señor, no el señor, pobrecito, él no tiene ningún valor, necesita de una vendedora ambulante de la televisión para poder aparecer como siendo macho, estos tipos que siempre han necesitado la camiseta para salir a jugar un partido de fútbol, que ha impuesto la política de la frivolidad en este país, el hecho que Reuteman sea alguien siendo un corredor de autos, que Scioli, un corredor de lanchas, es increíble que todas estas figuras de la más rancia prosapia peronista y al mismo tiempo sin la más elemental relación con los intereses fundamentales de la gente, ¡porque no me vas a decir que un interés fundamental de la gente es dedicarse toda su vida a correr con una lancha!, tenés que tener la guita y las ganas de figurar siempre. Lo mismo con correr autos. ¡Qué carajo tiene que ver ganar carreras de autos con dirigir y comprender a todo un país en sus necesidades! A mí me da pena que la gente llegue a estar tan, pero tan estupidizada, estupidización que corresponde al terror, a la carencia y la miseria, porque es la miseria la que ha hecho posible la compra de los votos como ha sido hecha, gente reducida a las condiciones más inenarrables de pobreza, los han comprado para satisfacer necesidades mínimas a cambio de un voto. Bueno, todo esto es lo que estamos viendo aquí en el conurbano. Si bien los piqueteros vienen de allí, también hay gente manejada por los punteros peronistas donde ya no es un peso, un dólar, es un voto, un peso un voto, siguen comprando y haciendo ese mismo tipo de equivalencia. Esto lleva a comprender hasta qué punto ha alcanzado la degradación política del país, porque no sé si los miles, o cientos de miles, o aún un poco más de resistentes, con su capacidad de resistencia, de unión, de defensa del país y de sí mismos, sean capaces de enfrentar a esta mayoría silenciosa dominada por la miserabilidad de nuestros políticos que tienen precio y apellido y que llevan en su cara escrito lo que valen.

La filosofía de León Rozitchner contra el poder


A propósito de «Las desventuras del sujeto político» (Ensayos y errores) [Buenos Aires, El cielo por asalto, 1996] de León Rozitchner

El concepto de la pasión y la pasión del concepto: dos movimientos que se coagulan en el vértice de este libro. Toda la reflexión filosófica de León Rozitchner gira en torno a un número preciso de coordenadas inscriptas en un horizonte humanista, crítico de la racionalidad modernista y cientificista que promovió la ideología de la Revolución burguesa y los sectores sociales dominantes que la dirigieron. Su escritura a lo largo de medio siglo no es más que una prolongada batalla política contra la concepción del sujeto que desde aquel 1789 europeo se instaló como hegemónico en la racionalidad occidental hasta hoy.

En su investigación de varias décadas —que no fueron inmunes a los trágicos avatares de Argentina…, exilio en Venezuela incluido, en tiempos sangrientos del general Videla— León Rozitchner mantuvo la misma obsesión: desarmar, conceptualizar y mostrar los obstáculos históricos (la servidumbre, la dominación, la explotación y el terror) que tanto en la sociedad capitalista como en la subjetividad se oponen a la plena realización del ser humano.

Desechando el fácil y cómodo papel que podría haber ocupado como epígono periférico y dependiente de Lucien Goldmann, Jean Wahl, Claude Levi-Strauss o Merleau-Ponty, con quienes se formó intelectualmente en París, sus escritos eluden el triste y sedimentado hábito de la glosa mecánica, la cita obediente y la repetición sumisa. Si algo caracteriza a León Rozitchner ha sido el pensamiento vivo, crítico y sobre todo propio.

Aun así no es difícil identificar las fuentes que nutren al pensamiento rozitchneriano: Karl Marx, Sigmund Freud, Maurice Merleau-Ponty, Karl von Clausewitz. Su mayor aporte a la filosofía argentina y latinoamericana reside en la originalidad con la que empalmó vías de entrecruzamiento entre paradigmas teóricos tan diversos.

Amante apasionado de la polémica, desde su juventud Rozitchner ha cultivado meticulosamente el arte de la confrontación sin cuartel, del agón filosófico, de la lucha teórica. Muchas veces hasta el límite de la provocación.

Esta inteligente compilación da clara muestra de esa trayectoria.

El primer artículo, “Comunicación y servidumbre”, de la mítica revista Contorno, desnuda desde un ángulo hegeliano la estrategia discursiva elitista de Eduardo Mallea. El segundo “La izquierda sin sujeto” (un clásico latinoamericano), publicado originariamente en La Rosa Blindada [http://www.rosa-blindada.info/?p=772] y reproducido más tarde en la revista cubana Pensamiento Crítico, cuestiona la simbiosis de peronismo y socialismo ensayada a partir de los Manuscritos económico filosóficos de 1844 de Marx por John William Cooke en un número anterior de la misma revista La Rosa Blindada, mientras arremete sin piedad contra el economicismo de un marxismo troglodita y rudimentario (hegemónico en el stalinismo, pero no sólo allí…).

Un párrafo aparte merece su texto del exilio venezolano “Filosofía y terror”, de 1980. Allí denuncia —tejiendo las categorías de Hegel con las palabras proféticas de Rodolfo Walsh— a los filósofos tradicionales de Argentina que se refugiaban en el búho de Minerva para avalar el terror estatal-militar-policial y llegaban a participar del congreso de filosofía que ese mismo año abría en la Universidad de Buenos Aires el brigadier Cacciatore y clausuraba el feroz carnicero-general Videla.

Y como si no le alcanzara, en su escritura siguen las referencias críticas a José Pablo Feinmann, Rodolfo Puiggrós, Raúl Sciarretta, Oscar Masotta, Jacques Lacan y Michel Foucault.
También al exilio pertenece su crítica a los ex izquierdistas que apoyaron la guerra de Malvinas, especialmente el grupo socialdemócrata exiliado en México (encabezado por Juan Carlos Portantiero y José Aricó, entre muchos otros). En 1986 Emilio de Ípola acusó recibo y reconoció la falta desde la revista Punto de vista en un cargado artículo contra Rozitchner (“La especulación filosófica como política sustituta”) en el cual, con no poca ironía, lo llamó “el único filósofo marxista argentino realmente existente que nunca parafraseó recetas dogmáticas ni hizo culto al talmudismo”.

Repleto de pasiones encendidas, discusiones ardientes y trágicos preanuncios, este excelente libro hace por fin justicia a un pensador original e iconoclasta, insumiso y desobediente, que, aun a riesgo de quedarse solo, nunca persiguió los mimos, las palmaditas en la espalda ni las caricias del poder.

León Rozitchner, la filosofía como lucha y confrontación

Rebelión

Por Néstor Kohan

Lo extrañaremos. León Rozitchner (1924-2011) acaba de fallecer. La muerte, hecho vital que en su presencia desnuda se torna irreversible, de ninguna manera nos debe condenar al silencio. Al contrario. Combatirla (al menos para quienes no creemos en un “más allá”) implica mantener viva la memoria, los afectos, los recuerdos. Y, en la medida en que se puede, socializarlos y compartirlos en comunidad.

Lo confieso. Me fastidia profundamente escribir estas líneas. Las escribo desde el enojo y la incomodidad. Y me molesta profundamente tener que ir escribiendo ante las muertes sucesivas de José Luis Mangieri, de David Viñas y de otros compañeros que hemos querido y de los cuales hemos aprendido mucho a lo largo de años. Pero siento que ellos se merecen que los recuerdos no queden en la intimidad ni prisioneros de las conversaciones privadas. También siento que todos ellos, y León como uno de los más destacados y brillantes, no se merecen morir atrapados en las telarañas pegajosas del progresismo políticamente correcto que los va recolectando y enhebrando en un collar, uno a uno y con paciencia, como si fueran “trofeos”, intentando fagocitarlos. Neutralizarlos. Deglutirlos. Degradarlos. Edulcorarlos. Aplaudirlos y homenajearlos, quitándoles su sentido revulsivo, disminuyendo al máximo de lo posible la polémica y la incomodidad que siempre generaron en vida. Finalmente, incorporarlos a la sociedad oficial. Una manera sutil y paradójica de nombrarlos para callarlos. Iluminarlos con una luz tenue para que terminen opacados y desdibujados, fuera de foco. Darles el micrófono, quizás por última vez, para que su música suene suavecita y con sordina, ya sin molestar a nadie. Sin joder.

¡A ellos! ¡A Viñas! ¡A Mangieri! ¡Ahora a Rozitchner! Intelectuales rebeldes e iconoclastas que toda su vida sacaron los pies del plato, patearon el tablero y el panal de abejas. Que toda la vida marcharon a contramano, remando para el lado opuesto de lo que se considera “normal” y esperable. A ellos, que vieron a sus amigos desaparecer y morir destripados en la tortura (en el caso de Viñas incluso a parte de su propia familia). ¡A ellos! Exiliados. Desperdigados por el mundo. Luego olvidados. Más tarde regresados como parias —con la retirada ordenada de los militares tras la derrota en Malvinas—, a un país donde permanecieron marginales, excluidos sistemáticamente por los circuitos mediocres que han dirigido la Academia argentina hasta hoy, apenas tolerados por una cultura política seudo pluralista que nunca terminó de tragarlos. Y ahora que se mueren…, el aplauso fácil. El guiño fuera de tiempo. La infaltable corona de flores. El ingreso al panteón pomposo de muertos sagrados, prestigiosos y bienpensantes. ¡No! ¡Por favor, no con León Rozitchner! León se merece algo distinto.

Lejos del panteón y la hagiografía
Algunas de sus hagiografías periodísticas dan pena. No tanto por la muerte de León que ya entristece de por sí, sino por el modo en que lo homenajean.

¿Así qué León Rozitchner apoyó en su última época a Cristina Kirchner? Bien. ¿Y entonces?

No se puede ser tan mezquino ni tener una mirada tan pequeña a la hora de hacer un balance de toda una obra y una persona que intervino en nuestra cultura política durante medio siglo.

León también defendió a Enrique Gorriarán Merlo y a los guerrilleros de La Tablada —esos «demonios subversivos» y «delincuentes terroristas»— exigiendo su libertad cuando estaban presos, mientras todo el progresismo miraba para el costado o directamente propugnaba que los guerrilleros se pudrieran en la cárcel para escarmentarlos (a ellos y a todo el movimiento popular, particularmente a la juventud). ¿Y?

¿A cual de estos gestos políticos se reduce León Rozitchner? ¡Por favor! 

El progresismo criollo tiene patas cortas. Es demasiado miope, manipulador, electorero y sobre todo cortoplacista. León les queda grande, demasiado grande. No nos cabe la menor duda. León les queda grande.

Por lo menos el León Rozitchner vivo, de carne y hueso, afecto y pensamiento, que nosotros conocimos. Quizás haya muchas maneras de aproximarse a su obra y a su personalidad. Pero al menos, el León que nosotros tuvimos la oportunidad de tratar y de querer excede largamente la hagiografía oficial. Expreso esta opinión con todo respeto y sin el ánimo de ofender a mis amigos y amigas que se sienten representados por el kirchnerismo (que no son pocos). Pero si alguna enseñanza nos dejó León es que no hay que callarse la boca ni hacerse el desentendido para evitar los conflictos y recibir a cambio las sonrisas del poder.

La filosofía contra la Academia (no sólo la de Platón)
“León… el gran filósofo”. Sí, es innegablemente cierto. Eso es y eso fue León. Preguntémonos entonces cómo lo trató la carrera de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires donde, previsiblemente, este pensador debería haber desarrollado su saber y formado a las nuevas generaciones.

Quizás nos equivocamos, pero hasta donde tenemos noticias, desde 1983 hasta hoy —casi tres décadas—, León dictó solamente un seminario en la Carrera de Filosofía de la UBA. Apenas un seminario marginal de tres meses a lo largo de casi tres décadas. Allí, en escasas clases, expuso su lectura de Clausewitz, incorporada a su libro Perón entre la sangre y el tiempo (Lo insconsciente y la política) (1985).

En ese ámbito filosófico —su lugar por definición— era despreciado, y me animaría a decir temido, por la mayor parte del claustro profesoral. Un elenco “pluralista” que participó con todo fervor apoyando al general Videla en el Congreso de Filosofía de 1980. Luego fueron alfonsinistas vehementes y cruzados de la UCR. Más tarde, acompañaron entusiastas las reformas educativas del PJ de Menem y Duhalde y el radicalismo de Shuberoff. Hoy seguramente se dividen entre kirchneristas y partidarios de Lilita Carrió (de esa carrera salieron varios diputados y senadores que todavía ocupan cargos importantes). O sea… siempre nadaron con las corrientes oficiales del momento. Se acomodaron invariablemente con el poder de turno. Siempre le guiñaron un ojo a la voz de mando, girando puntillosa y sistemáticamente hacia donde calienta el sol. A cambio, un puestito institucional y un buen sueldito, como corresponde, como debe ser. ¿La argentinidad al palo?

Todo lo contrario de León. Por eso lo detestaban y no le permitieron dar regularmente clases de filosofía ni lo invitaron a compartir su saber en alguna cátedra a lo largo de tres décadas de “democracia”, desde que regresó de su exilio en Venezuela, al concluir la dictadura militar.

Pero si el clan filosófico profesoral lo detestaba, el estudiantado lo tenía como un personaje mítico, respetado y admirado (aunque no siempre conocido en profundidad).

Lamentablemente, por la edad, no llegué a tiempo a la carrera de filosofía para cursar ese único e histórico seminario que León dictó a su regreso del exilio. Sin embargo nos vinculamos con él, no sólo por la lectura de sus libros sino también cuando la comisión evaluadora del CONICET le rechazó un informe de investigación, allá por 1993, en tiempos del «primer mundo» menemista. Al desaprobar a León Rozitchner, pretendían humillarlo, como si fuera un estudiante ignorante, cuando él les podía dar clases a todos sus evaluadores.
Un grupo de jóvenes rebeldes, militantes de las diversas tribus marxistas, nos solidarizamos con León y lo defendimos ante sus censores. Publicamos su extensa respuesta y su encendida denuncia en la revista Dialéktica (Nº3/4, octubre de 1993, pp. 31-57), en el mismo número que denunciábamos a la mayoría de nuestros profesores por participar junto al general Videla de un congreso «filosófico» en plena dictadura militar. Allí publicamos no sólo su respuesta sino también su trabajo “Filosofía y terror”, escrito en el exilio venezolano durante 1980, el mismo año del congreso «filosófico» de Videla.

León alentó esa iniciativa juvenil entusiasmado y vino personalmente a la Facultad a apoyarnos ante las amenazas recibidas junto con las madres de plaza de mayo, también conmovidas por la denuncia que hacíamos de esa connivencia con la dictadura militar de las autoridades (súbitamente convertidas en “democráticas”) de la UBA.

Fiel a su estilo, a la hora de presentar en sociedad ese número histórico de la revista Dialéktica que tanto revuelo institucional generó en tiempos de Menem-Duhalde-Shuberoff, León nos provocó —le encantaba provocar—. “Ustedes escriben su revista con «k», muy al estilo griego, para quedar bien con sus profesores”. Era una típica boutade, en el contexto de una denuncia, amenazas, juicios, etc. León se divertía en medio del estudiantado rebelde. El eco que no encontraba entre esa intelectualidad sumisa y complaciente, siempre dispuesta al aplauso bienpensante con las diversas y sucesivas administraciones de la Casa Rosada, se contrapesaba con el estudiando que lo rodeaba buscando en sus consejos “la voz de la experiencia” y una manera auténtica de vivir la filosofía, a contramano del poder. Eso explica, entre otras razones, porqué apoyamos, años más tarde, su candidatura a rector de la Universidad de Buenos Aires.

Sí, León se divertía entre los estudiantes, pero no quería seguidores, no anhelaba séquitos, no buscaba círculos de chupamedias sumisos que lo aplaudieran, sino gente joven que le discutiera y se tomara en serio sus libros. Por eso nos acercaba sus manuscritos para recibir críticas y, lo que más le gustaba, polemizar. De allí en adelante se estrechó el vínculo, que nunca se reducía a lo intelectual. León era una persona muy afectiva. Irónico y también conflictivo, pero fundamentalmente muy afectivo, todo al mismo tiempo. Al igual que José Luis Mangieri —quizás por ser parte de esa misma generación—, León siempre preguntaba por la familia, por la pareja, si teníamos o no trabajo para comer. No se quedaba únicamente en “los grandes debates intelectuales” sino que ejercía el humanismo de la amistad cotidiana y se preocupaba por las personas de carne y hueso.

Luego de Dialéktica nos volvimos a encontrar en las sucesivas Cátedras Che Guevara (que fuimos haciendo, primero en la UBA, luego en la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, más tarde en el Hotel Bauen recuperado, etc., etc.). León siempre venía, cada vez que lo invitábamos. No fallaba. Se podía quejar, protestaba, refunfuñaba por las causas más diversas, pero no fallaba nunca. Participó también en nuestro seminario sobre El Capital, donde expuso su crítica a Para leer «El Capital» de Louis Althusser. En varias ediciones del libro que hicimos recogiendo las clases de ese seminario sobre Marx, publicamos el análisis crítico de Rozitchner sobre el libro de Louis Althusser: L’avenir dure longtemps [Paris, IMEC, 1992 y 2007](“El futuro tarda mucho en llegar”, sería su traducción libre, o quizás “El futuro existe desde hace mucho tiempo”, o “Lo por venir viene desde antaño”, o más simple y directo: “El porvenir dura mucho tiempo”. Louis Althusser: El porvenir el largo. Bs.As., Ediciones Destino, 1993]. Una crítica que prolongaba su impugnación de toda la escuela estructuralista (de Althusser a Marta Harnecker) y su “olvido del sujeto” que ya está presente desde el prólogo mismo a su libro Freud y los límites del individualismo burgués (1972).

En esos diálogos privados y en esas clases públicas León exponía su tremendo desagrado con la filosofía posmoderna y con figuras como Toni Negri y otras “estrellas” análogas de la farándula intelectual exquisita y bienpensante tan afecta al progresismo argentino, hoy en boga.

Filosofando en la zafra de la Revolución Cubana
Y en las charlas privadas jamás dejó de repetir una pregunta, casi obsesiva. “¿Qué sabés de Cuba? ¿Cómo está hoy la revolución cubana? ¿Qué noticias tenés?”. Me lo preguntó tres millones de veces, como mínimo. Y preguntaba por cada uno de sus amigos cubanos, a los que no olvidaba, mientras recordaba, una y otra vez, sus días de trabajo voluntario (guevarista) en la isla, allá por los años ’60, cuando escribió Moral burguesa y revolución (1963). Tiempos en los que dio clases en la Universidad de La Habana sobre el joven Marx (siempre me reclamaba que busque un trabajo suyo, publicado en aquellos años en Cuba y que nunca pude encontrar, sobre el humanismo de los Manuscritos económico filosóficos de 1844 de Marx).

León me contaba cómo en Cuba viajaba en camiones, él, un profesor de La Sorbona, que se codeaba con toda la crema de París, viajando en camiones con la gente más humilde y los trabajadores a cortar caña de manera voluntaria —no por dinero— siguiendo el ejemplo comunista del Che Guevara. Siempre lo recordaba con ironía, riéndose de sí mismo (algo que el progresismo nunca puede hacer, les falta humor, no se animan a reírse de sí mismos). León se reía e ironizaba, pero recordaba con no poca nostalgia aquellos días en Cuba, cuando discutía con John William Cooke —su amigo y polemista al mismo tiempo— sobre el general Perón, el Che y Fidel.

Más allá de su presencia en las denuncias en la Carrera de Filosofía de la UBA, en las sucesivas e itinerantes Cátedras Che Guevara, en el seminario sobre El Capital y en los diversos avatares de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, los diálogos con León continuaron.

En busca del sujeto
Los últimos textos que nos acercó para discutir fueron “La mater del materialismo histórico” y su nueva evaluación de La cuestión judía de Marx.

El ensayo “La mater del materialismo histórico” prolonga a su modo las conclusiones de su más que polémico libro La cosa y la cruz. Cristianismo y capitalismo (1997), obra donde sostiene la hipótesis de que el desprecio cristiano por el cuerpo —supuestamente reducto del pecado terrenal y mundano— y su conversión en “pura espiritualidad” universalmente abstracta es la condición de posibilidad para transformar al cuerpo humano de las masas populares en fuerza de trabajo, vendible y comprable como mercancía en el sistema capitalista. Debajo de esa racionalidad “puramente espiritual” que San Agustín —retomando en nuestra era al neoplatonismo— comienza filosóficamente a construir, se encuentra el cuerpo resistente al que sólo puede doblegarse a condición de volverlo etéreo y de transformarlo en una pura abstracción de sí mismo. Pero el cuerpo siempre sigue ahí, resistiendo su supuesta anulación y supresión, por más suplicios y flagelos que le infrinjan. Persiguiendo el índice de sus pistas, en “La mater del materialismo histórico”, León vuelve una y otra vez sobre él, en tanto clave del enigma de la aparición del sujeto en la historia (colectiva pero también individual).

Si el marxismo constituye una concepción materialista de la historia, ¿cuál es la historia de ese acceso a la historia? ¿Qué hay debajo de esa objetividad que Marx abre en el terreno de la ciencia social? (Ciencia social en singular, porque para los fundadores de la filosofía de la praxis, no hay ciencias en plural sino una sola ciencia social, ya que se niegan a parcelar el saber al modo positivista, de la misma manera que se oponen a respetar y reproducir con lenguaje socialista la epistemología de los “factores”: el factor económico, el político, el ideológico, de donde se derivarían la ciencia económica, la ciencia política, y las diversas “humanidades”. Para Marx y Engels la sociedad es una sola, pues constituye una totalidad de relaciones sociales y la concepción materialista de la historia intenta descifrarla en su unidad como totalidad de relaciones dialécticas).

Pues bien, León se pregunta entonces por el sustrato previo que permite esa apertura a la historia como puerta privilegiada para descifrar el fetichismo de todo el orden social capitalista. Dicho en otros términos: ¿cuál es la historia de la historia? ¿Qué hay debajo de la objetividad histórica —cristalizada, petrificada y fetichista— de las relaciones sociales colectivas? Y en esa búsqueda, una de sus últimas antes de fallecer, León encuentra aquello que persiguió desde sus primeros ensayos de la década del ’50. Se trata del sujeto, entendido como “núcleo de verdad histórica”, tal como lo definía en su célebre ensayo “La izquierda sin sujeto” (publicado originariamente en La Rosa Blindada Año II, Nº9, 1966 [véase http://www.rosa-blindada.info/?p=772] y reproducido más tarde en la revista cubana Pensamiento Crítico). En la conformación histórico-corporal del sujeto desde su primer vínculo con la madre (analizada, entre otros por Sigmund Freud), se anudan carne y afecto, pariendo y permitiendo incluso antes de la aparición de la palabra y el lenguaje, la categoría y el concepto, una apertura al mundo social e histórico que en un plano lógica e históricamente posterior desanudará la concepción materialista de la historia (formulada y sistematizada por Karl Marx). Ese es el corazón de su particular elaboración del “freudo-marxismo”. León no repite a Herbert Marcuse ni a Wilhelm Reich. Hace su propia elaboración, original, de Freud y de Marx

Al indagar en ese sustrato subjetivo de la primera relación de los niños con sus madres, León apela en “La mater del materialismo histórico” a una bellísima secuencia poética para intentar describir con palabras lo que aún no tiene palabra ni posee todavía concepto ni categoría. En ese artículo, uno de los últimos que escribió, sale a la luz la calidad de la escritura de este pensador, de este filósofo con mayúsculas y todas las letras, que nunca rumia ni repite palabras ajenas. Ese trabajo no sólo es tremendamente profundo a nivel teórico; está escrito de una manera absolutamente poética (¿no estaba unida la filosofía con la poesía ya desde aquellos primeros filósofos jónicos, anteriores a Sócrates, Platón y Aristóteles?). ¡Cuánto envidiarían a León, si acaso lo leyeran, los fabricantes de insulsos y aburridísimos papers académicos, fabricados en serie, como chorizos y salamines, con una escritura indigerible para obtener los premios consuelo de la Academia y la publicación en revistas “serias” y con referato!
En ese sustrato subjetivo anterior a la palabra y al concepto que “La mater del materialismo histórico” intenta volver observable con su lenguaje poético se deja oír el eco tardío de lo que Maurice Merleau-Ponty, uno de sus maestros en Francia, denominó en Fenomenología de la percepción (1945) “la experiencia muda y ante-predicativa”, siguiendo a su vez al último Husserl, quien lo formula en sus últimos ensayos y conferencias reunidos en La crisis de las ciencias occidentales y la fenomenología trascendental (1936).

Pero León no los glosa ni los cita mecánicamente, sencillamente se apropia de aquellas enseñanzas aprendidas en París hace medio siglo para, una vez resignificadas, fundirlas en su marxismo y en su relectura de Freud, intentando repensar la gestación de la concepción materialista de la historia y así llenar, por fin, el gran agujero vacío del marxismo tradicional u ortodoxo: la teoría de la subjetividad histórica. Un sueño que dejó sin dormir a varias generaciones de pensadores marxistas a nivel mundial, desde György Lukács a Karel Kosík.

Se trata entonces del mundo de la vida, anterior a las categorías, al concepto, al lenguaje, incluso a la matemática y a lo que se supone más “universal”. Pero entendido, en el caso de Rozitchner, en sentido histórico y remitido a la primerísima relación del niño o niña con su madre. De allí que León siempre subrayara en su lectura de La ideología alemana (1846) y los Grundrisse (1857-1858) que para Marx la primera producción histórico-social es… la producción de seres humanos, la gestación de vida.

Filosofía judía de la liberación
El otro ensayo en el que trabajó León en sus últimos tiempos antes de fallecer se titula, al igual que el de Marx “La cuestión judía” (libro que acaba de ser publicado en Barcelona, editorial Gedisa, 2011, bajo el título Volver a «La cuestión judía» y que reúne, además del trabajo de Rozitchner, el original de Marx y otros ensayos de Daniel Bensaïd y Roman Rosdolsky).

La temática del judaísmo lo venía preocupando en sus últimos años cada vez más, ante la política feroz del sionismo colonialista —que León, asumiendo ser judío, condenaba sin ambigüedades y en toda la línea— pero del que ya se había ocupado en su célebre libro Ser judío (1967), motivado por la guerra árabe israelí del año en que lo publicó.

Quizás su ensayo sobre “La cuestión judía” constituya el punto de llegada de su trayectoria en un intento por conformar lo que por economía de lenguaje y a falta de mejores términos podríamos denominar una filosofía judía de la liberación. Algo análogo a la teología de la liberación cristiana (a la que, dicho sea de paso, León no le presta suficientemente atención o, para expresarlo mejor, no le otorga la densidad teórica que se merece y que ha alcanzado en América Latina) pero, en el caso de León Rozitchner, esa mirada judía elude toda teología y toda metafísica convirtiéndose en una filosofía judía laica.

Si los teólogos cristianos de la liberación han enfocado sus armas polémicas no sólo contra el capitalismo, la dependencia y el imperialismo sino también contra el propio cristianismo institucional (en sus propios términos, contra “la lectura sacerdotal del cristianismo” legitimadora de la dominación, reivindicando una lectura profética de la liberación), la filosofía judía laica de León Rozitchner ataca no sólo al capitalismo y al cristianismo sino también al propio judaísmo, es decir, al judaísmo tal como ha sido conformado por sus dominadores (el que predomina hoy en día en el estado de Israel, dicho sea de paso). En palabras de León: “el dominador construye al dominado como dominado con lo negativo de sí mismo que le asigna al otro: como judío del cristianismo. Desde allí Marx puede iniciar la crítica simultánea contra la sociedad de su época: contra el cristianismo, contra el Estado, contra las condiciones económicas (que recién esboza) y contra la limitación de la religión judía, que están en el fundamento de la actual enajenación del hombre”.

En esa filosofía judía (laica) de la liberación, León Rozitchner apuesta por la emancipación del capitalismo y de la racionalidad cristiana occidental como su principal ideología legitimadora (aquí no diferencia entre el cristianismo del poder y el cristianismo revolucionario, como sí hacían Engels y Rosa Luxemburg entre muchos otros, falencia que muchas veces le hicimos notar en nuestras conversaciones y diálogos). Pero también apunta a la emancipación y a la superación del judaísmo construido por la dominación capitalista cristiana, en tanto internalización de la dominación dentro del propio pueblo judío.

Parte de esa internalización de la dominación lleva al pueblo judío, en su óptica, a denominar de manera religiosa “Holocausto” a lo que en realidad fue un genocidio terrenal y mundano a manos del nazismo como fuerza de expansión capitalista imperialista. Los seis millones de judíos asesinados a manos del nazismo no constituyen un misterioso “castigo de dios”, sino parte de una política de reordenamiento capitalista del mundo. Los genocidios continuaron repitiéndose periódicamente en Vietnam, en América latina… nada tuvo que ver un supuesto dios barbudo y colérico. Sus responsables han sido y son de carne y hueso, de billetera abultada y uniforme militar.

Esa reflexión filosófica de alto vuelo, donde León ensaya en sus últimos escritos una relectura completa del marxismo sin repetir los lugares comunes y sin citar lo ya conocido, indagando en aquellos textos del propio Marx sobre judaísmo, emancipación, liberación y revolución socialista, no se limitan al plano filosófico. León los prolonga en la política.
Desde la política reivindicó el levantamiento guerrillero del Ghetto de Varsovia como símbolo universal de resistencia armada contra la dominación capitalista globalizada y su barbarie, planteando: “Para la aritmética de la economía de mercado, ¿cuántos ghettos de Varsovia caben en Hiroshima y Nagasaki, en Kosovo, en Panamá, en África, en América Latina?” a lo que más adelante agregó: “Aunque finja indignarse contra el nazismo, su anterior enemigo, reconozcamos que el capitalismo globalizado, y a su frente los Estados Unidos corporativos, constituyen — para decirlo sin eufemismos— la figura de los nuevos nazis de la tierra”. Sí, de eso se trata para León, el mismo que ahora quieren convertir en un tímido y educado “progresista” bienpensante. Curioso “progre” el que afirma que “los Estados Unidos son el Cuarto Reich posmoderno que, como Estado, al igual que el proyecto de los alemanes de otrora, están al frente de un poder absoluto, vencedores soberbios, succionando la vida del planeta con los inmensos instrumentos de muerte planificada desde la economía globalizada, del FMI, de sus Fuerzas Armadas y sus servicios secretos, de su propaganda y de su «democracia» usada como un ariete astuto” (El terror y la gracia).

En esa impugnación radical del capitalismo como sistema —incluyendo su «democracia» que León escribe siempre entre comillas— y de los Estados Unidos como herederos privilegiados del nazismo contemporáneo, la crítica no se detiene ante nada. Tampoco ante Israel y el sionismo: “la soberbia israelí ha convertido al judío en un colonizador”, afirma con amargura y agrega “el drama actual de los judíos se define con referencia a lo que los judíos de Israel hacen con el pueblo palestino: allí se juega lo que somos”.

Desde ese ángulo tremendamente dramático y crítico, en el epílogo a su libro Ser judío León escribe: “¿Qué extraña inversión se produjo en las entrañas de ese pueblo humillado, perseguido, asesinado, como para humillar, perseguir y asesinar a quienes reclaman lo mismo que los judíos antes habían reclamado para sí mismos? ¿Qué extraña victoria póstuma del nazismo, qué extraña destrucción inseminó la barbarie nazi en el espíritu judío? ¡Qué extraña capacidad vuelve a despertar en este apoderamiento de los territorios ajenos, donde la seguridad que se reclama lo es sobre el fondo de la destrucción y dominación del otro por la fuerza y el terror? Se ve entonces que cuando el estado de Israel enviaba sus armas a los regímenes de América Latina y de África, ya allí era visible la nueva y estúpida coherencia de los que se identifican con sus propios perseguidores. Los judíos latinoamericanos no lo olvidamos. No olvidemos tampoco Chatila y Sabra”.

La filosofía judía de la liberación que nos propone León Rozitchner no tiene pelos en la lengua. No sólo cuestiona el genocidio sistemático avalado en nombre de dios por la Iglesia Católica (cuyas altas jerarquías son ácidamente antisemitas, no es casual que el actual papa haya sido un militante nazi de joven), desde la Conquista de América en 1492 hasta la barbarie militar de 1976 —como describe en muchos de sus artículos reunidos en su libro El terror y la gracia del 2003—, sino que también cuestiona con nombre y apellido al estado de Israel, su política colonialista en Medio Oriente y su judaísmo a la medida del capitalismo y el cristianismo oficial.

Por contraposición a todas esas formas institucionales de la dominación León Rozitchner nos propone una filosofía de la emancipación y la liberación argentina, latinoamericana y universal, donde el sujeto sea “núcleo de verdad histórica” y no un simple soporte manipulable o un efecto derivado de regularidades fetichistas que no controla y a las que se somete, como repite una y otra vez en su libro Freud y el problema del poder (1972).

La lealtad en el diálogo polémico
Tratando de ser fieles a su pensamiento y leales a su manera de vivir la filosofía y la política, y aún reconociéndolo como un maestro, no pretendo halagarlo ni rendirle un sumiso saludo porque él mismo se horrorizaría al leerlo. Nadie tal alejado de la complacencia como León. Peleador y provocador, incisivo e irónico, detestaba profundamente las babas empalagosas de la hagiografía, se tratara de quien se tratara. Por eso sería injusto con León y traicionaría su propio estilo de reflexión si en estas líneas de recuerdo me limitara a rendirle homenaje sin polemizar. Sé perfectamente que no le hubiera gustado. Quiero entonces agregar una observación, respetuosa, pero crítica. (¿Es legítimo ensayar una crítica cuando el cuerpo de León —no su pensamiento, sus afectos ni sus recuerdos— se acaba de morir? ¿No constituye una falta de respeto? Sospecho que no. A León le hubiera encantado que nos animáramos a discutirle, incluso en estas circunstancias).

León no era un militante político revolucionario. Sí, creo y pienso, por lo que lo conocí, que fue un pensador político revolucionario, crítico y radical, inconformista e iconoclasta. Cuando dialogaba con él nunca le pedí ni le reclamé, desde lo más íntimo, una fórmula política. No sólo porque las fórmulas suelen ser esquemas que no ayudan a intervenir en la realidad (digamos, en la coyuntura y en el análisis concreto de una situación concreta, para ser más precisos), sino porque además León —a pesar de su paso en Argentina por el Movimiento de Liberación Nacional popularmente conocido como “malena” o de su actividad solidaria en Cuba— miraba la militancia política muchas veces de reojo. Desde adentro pero desde afuera. Eso tenía una virtud y una limitación.

Obviamente, la mayor virtud residía en que no se quedaba en la superficie fenoménica, en las declaraciones del día a día, en la mezquindad coyuntural del porotito partidario electoral (sea de la izquierda tradicional e institucional, sea del kirchnerismo hoy oficial). León siempre miraba más allá, indagando debajo de esa superficie oculta que trabaja operando sobre el inconsciente colectivo, tanto desde el ámbito del terror mercantil-militar-policial como desde la maquinaria marketinera de la república electoral-parlamentaria, ambos mecanismos de la reproducción del poder del capital y fábricas de sumisión y domesticación popular. La distancia le permitía pensar y de manera brillante.

La limitación de León, que no era específicamente suya, sino de todo el campo político contrahegemónico, revolucionario o antisistémico, como se prefiera llamarlo, residía en ese distanciamiento de la política. La misma distancia que le permitía pensar la política, le obstaculizaba fundir su pensamiento en movimientos políticos orgánicos y militantes, a los que siempre acompañaba —me consta, en innumerables ocasiones— pero frente a los cuales se sentía al mismo tiempo distante y por ello no lograba influir suficientemente sobre ellos como hubiera sido más que necesario para un militante orgánico, parte de un intelectual colectivo en el sentido gramsciano.

No creo que haya sido un error personal de León ese distanciamiento de la militancia o algo únicamente explicable por su sensibilidad personal y su temperamento iconoclasta e inconformista. Se explica también por la propia historia de nuestra izquierda, que tanto le ha costado integrar a sus intelectuales sin aplastarlos, humillarlos o acallarlos con disciplinas burocráticas. Porque lo mismo que le sucedió a León, le pasó en los años ’20 a Deodoro Roca, en los ’30 a Aníbal Ponce, en los ’60 a Milcíades Peña, para mencionar sólo algunos intelectuales críticos y emblemáticos en la cultura de las izquierdas argentinas.

Ese divorcio y ese distanciamiento entre los pensadores más lúcidos y la militancia política revolucionaria orgánica no se vivió en otros países. Como nos recordaba David Viñas —otro amigo de León y quizás su principal interlocutor durante décadas— en una entrevista que le realizamos en el año 2003, “en Argentina no tuvimos un Recabarren ni un Mariátegui”, síntesis magistral, sobre todo en el peruano, de creatividad teórica y militancia práctica al unísono. León ha sido, también a su modo, hijo de ese divorcio que atravesó históricamente a nuestras izquierdas. Sus limitaciones en el terreno de la militancia son las limitaciones propias de una izquierda a la que siempre le costó y le sigue costando integrar a sus mejores intelectuales.

Y digo que si tuvo limitaciones éstas han sido las propias de la izquierda porque si se intenta evaluar y hacer un balance ecuánime del conjunto de toda su obra y su vida intelectual a lo largo de medio siglo, eludiendo toda manipulación y oportunismo de ocasión, León Rozitchner ha pertenecido y pertenece al horizonte cultural de las izquierdas. Lejos está del “progresismo” ilustrado y bienpensante por más que hoy resulte electoralmente “útil” y políticamente correcto ubicarlo allí.

La incomodidad, el hilo rojo de León
Irreverente, iconoclasta, jamás dócil, nunca pasivo ni obediente, León Rozitchner constituye un pensador incómodo. Ese es el hilo rojo que recorre toda su obra. ¿Qué es el pensamiento crítico sino la expresión teórica de una incomodidad vital radical frente a lo que existe? No aplaudir sino cuestionar. No legitimar el statu quo sino volver observables las contradicciones bajo el manto de lo inmutable, intentando intervenir subjetivamente para que esas tensiones antagónicas permitan abrir el horizonte de la crisis y dar nacimiento a un cambio de sistema, generando un orden nuevo, distinto a lo que ya hay, a lo conocido, a lo pretérito, a lo cristalizado y petrificado. Es decir, a lo cómodo. Sí, León fue un pensador incómodo.

Se codeó con lo más florido de la cultura francesa, es decir, con lo más exquisito de nuestra metrópoli intelectual, ¿o acaso no seguimos siendo una colonia periférica y dependiente tanto de la economía de Wall Street como de la cultura de La Sorbona?

Pero no le gustó jugar el rol tan difundido del “buen alumno”, del sirviente obediente, del nativo ilustrado y colonial que recibe la aprobación de “los que saben”, limitando su vida a repetir de memoria, a citar a los autores de prestigio, a estar “al día” en lo último que la metrópoli consagra, publica, difunde y promueve. No, definitivamente no. No era ese el estilo de León. ¡Por suerte! Se apropió, sí, de la fenomenología, del psicoanálisis, del marxismo humanista y dialéctico, pero para pensar lo nuestro, la nación, el genocidio militar, las contradicciones sociales argentinas, nuestras guerras (la guerra “sucia”, la guerra “limpia”, es decir, la guerra capitalista), los simulacros democráticos y “progresistas” que reactualizan la sumisión, la dependencia, el cipayismo y el vasallaje.

León, filósofo judío argentino y latinoamericano, sin ser telúrico ni folclórico, fue un intenso pensador de lo nuestro, de la nación Argentina y de Nuestra América.
Ojalá que no “descanse en paz” sino que nos siga acompañando, de pie y al lado nuestro, con su humor, su agudeza, sus diálogos y su ironía, en las luchas de liberación presentes y futuras.

[El siguiente texto lo escribí hace muchos años, en 1996. Lo reproduzco ahora en su memoria].