lunes, 15 de junio de 2015
La necesidad de un periodismo honesto
Por Ramzy Baroud
Kike Estrada
Traducción para Rebelión de Loles Oliván Hijós.
Escribir e informar sobre Oriente Próximo no es tarea fácil, especialmente en estos tiempos de confusión y agitación. Pero no recuerdo otro momento en la historia reciente en el que hayamos estado más necesitados de periodistas brillantes que encaren los juicios preconcebidos, que piensen en términos de contextos, causas, alianzas y no en intereses ideológicos, políticos o financieros.
Como cuestión preliminar al tratar la cuestión de Oriente Próximo cabe decir que la propia designación de “Oriente Próximo” es en sí misma muy cuestionable. Es arbitraria y sólo puede entenderse en los contornos de otra entidad, Europa, cuya empresa colonial impuso tal designación al resto del mundo. La Europa colonialista era el centro del globo y todo lo demás se medía desde la distancia física y política del continente dominante.
Los intereses occidentales en la región nunca han remitido. De hecho, tras las guerras dirigidas por Estados Unidos contra Iraq (1990-1991), después de una década de embargo y una nueva guerra e invasión implacables (2003), “Oriente Próximo” vuelve a situarse en el epicentro de las ambiciones neo-coloniales, de los colosales intereses económicos occidentales, y de sus maniobras estratégicas y políticas.
Cuestionar la designación de “Oriente Medio” supone tomar conciencia de la historia colonial y de su sostenida y feroz competencia económica y política perceptible en cualquier ámbito de la vida en la región.
Arundhati Roy afirma: “Lo cierto es que no existe eso de los sin voz”. Existe solo lo que se silencia deliberadamente o lo que se prefiere no escuchar”. Durante décadas e incluso siglos, la región de Oriente Próximo ha sido una de las peor interpretadas del mundo. Las interpretaciones equívocas y sus consecuentes estereotipos reforzaron los diseños coloniales del pasado y refuerzan los proyectos neo-coloniales en la zona para despojarla de su legado, de su dignidad y de sus recursos. El inicio de la primavera árabe anticipó un oleaje esperanzado en que las mareas podrían virar y en que por fin había llegado el turno de expresarse a quienes habían sido silenciados tanto a escala regional como internacional.
Sin embargo, la narrativa de la primavera árabe se ha transformado por completo en otra de nuevo cuño que es sectaria hasta la médula. Esto ha producido la polarización de gran parte de los medios de comunicación de Oriente Próximo y de buena parte de quienes escriben sobre la región. Lo habitual es reducirlo todo a una cuestión tan simplista como estar del lado que dirigen los saudíes o del que dirigen los iraníes. Los y las periodistas que intentan presentar los acontecimientos en su verdadera complejidad al margen del discurso simplista de la polarización no encuentran margen para hacerlo.
Esta es una época triste en la que muchos periodistas se han vendido dispuestos a prestar sus plumas al mejor postor. A veces, las informaciones que ofrecen al mundo no tienen nada que ver con la realidad sobre el terreno; no son más que un mosaico de estereotipos, rumores, y farfullos de funcionarios privilegiados que ignoran la dramática situación que atraviesan sus pueblos, ya sea en Egipto, en Palestina, en Yemen o en cualquier otro lugar.
Pero no tiene por que ser así; hay ciertas pautas en el periodismo que pueden contribuir a sortear la trampa de este fraude periodístico. Lo mejor que un periodista puede hacer para evitar la producción de basura literaria es empezar desde abajo. Hallar a los afectados por el acontecimiento sobre el que uno informa: las víctimas, sus familias, los testigos y la comunidad en su conjunto. Son esas voces tantas veces ignoradas o utilizadas como relleno de contenido, en las que debe centrarse cualquier información rigurosa sobre lo que ocurre en la región, especialmente en las zonas devastadas por la guerra y el conflicto.
Es cierto que un mismo acontecimiento puede ofrecer dos caras distintas pero eso no debe ser el hilo conductor al presentar la información. Y si se requiere un sesgo, que sea por un buen motivo. Los derechos humanos, la resolución del conflicto, la paz. Que sea la comprensión del coste del conflicto lo que guíe la explicación de asuntos mayores y multifacéticos sin abogar por una causa u otra. La defensa de los derechos humanos, cuando obedece a razones correctas, es una misión noble y relevante pero por sí sola no es periodismo.
Escribo esto desde la profunda comprensión de quien ha formado parte de los sin voz y ha pasado la mayor parte de su vida bajo el yugo de un ocupante brutal. Si algo necesita este mundo es una estirpe de periodistas honestos que no tomen más partido que el de los oprimidos. No podremos hallar resolución a los trágicos acontecimientos que se desarrollan a nuestro alrededor hasta que entendamos la verdad de cómo hemos llegado a esta sombría realidad en la que nos encontramos. Decir la verdad es un buen punto de partida.
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