martes, 23 de junio de 2015
De la indignación a la dignidad
Las movilizaciones de las antorchas están mostrando el hartazgo de la ciudadanía con la clase política y empresarial que a través de la corrupción se han enriquecido a costa del empobrecimiento y la miseria de millones de hondureños y hondureñas.
Pero es pertinente preguntarse cómo es posible que los corruptos y corruptas hayan podido saquear los bienes que nos pertenecen a toda la ciudadanía durante tanto tiempo sin ser castigados ejemplarmente.
Sin duda alguna, la impunidad ha jugado un papel fundamental en esta situación, ya que los corruptos y corruptas han garantizado la concentración del poder absoluto hasta lograr que no exista nada, ni las instituciones democráticas ni la sociedad, por encima de ellos.
Como lo señala el mexicano Julio Scherer Ibarra, “la impunidad hermana y promueve la corrupción; al final ambas son causa y efecto de sí mismas. Se buscan, se necesitan y terminan por ser iguales. Un impune es un corrupto por su propia naturaleza, sucia la sangre que lo recorre”.
Los impunes corruptos buscan siempre el poder sin contrapeso y eliminan cualquier autoridad que busque consenso, ya que saben que el “que tiene el poder manda. El que manda predomina y el que predomina impone sus normas a la sociedad”.
Para ellos, la ley no existe, y si existe, son ellos la ley y la ley no castiga a los de arriba, así que a pesar de sus delitos, “por naturaleza propia, terminan conduciéndose como si fueran inocentes, ajenos a toda perversión política”.
Lo que olvidaron los impunes y corruptos en su soberbia es que la impunidad y corrupción han herido al país profundamente y han logrado que la sociedad hondureña en el cansancio y en la desesperación comience a gritar ¡basta!
Parafraseando a Nelson Mandela, la impunidad y la corrupción no es un estado natural y pueden ser vencidas y erradicadas por las acciones de los hondureños y hondureñas que hemos dicho ¡basta!, y que hemos comprendido que mientras se mantengan, será imposible garantizar un derecho humano fundamental, el derecho a la dignidad y a una vida decente.
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