sábado, 13 de junio de 2015

Rayuelas para Julio Cortázar


Por María Daniela Yaccar

Todas las rayuelas la rayuela podría ser el nombre de la exposición que habita por estos días el salón circular del Palais de Glace. En ella, 55 artistas plásticos –entre los que se encuentran mexicanos de nacimiento y, en menor medida, extranjeros que viven y trabajan en ese país– homenajean a Julio Cortázar y a su libro más famoso. El tributo se da de dos modos, e incluso de más: por un lado, cada artista hizo su propia “rayuelita”, en una hoja común y corriente, de cuaderno, con lápices, bolígrafos, pasteles o acuarelas. Luego, distribuidas por las paredes del espacio, hay cinco rayuelas impactantes, conformadas cada una por once casillas, que son once obras, de los mismos artistas. “Armamos un juego plástico, literario y fotográfico”, define en diálogo con Página/12 el fotógrafo mexicano Rogelio Cuéllar, creador y curador de De la tierra al cielo junto a María Luisa Passarge, que es editora y diseñadora.

Es que a las rayuelas y “rayuelitas” –este término es el que usa Cuéllar– se suman dos cosas: reflexiones de literatos respecto del cronopio mayor y fotos de los artistas que han participado de la muestra, que posan con su trabajo ya terminado. También hay en la sala unos retratos de Cortázar, que Cuéllar le tomó en México en 1979. “Originalmente, el proyecto iba a consistir en las cinco rayuelas grandes. Pero cuando los artistas nos iban entregando sus obras y llegaban a nuestro estudio para que Rogelio los fotografiara, les poníamos en una mesa crayolas, lápices, acuarelas y les pedíamos que dibujaran una rayuela. Surgieron algunas completamente surrealistas, divertidas, alucinadas. Luego, los escritores entraron y colaboraron de manera también espontánea. Entonces, el proyecto terminó juntando muchas artes: la foto, la plástica y la literatura”, resume Passarge, de La Cabra Ediciones.

Primero, De la tierra al cielo se expuso en el DF, en 2013. Luego de girar por distintos museos de América latina, con el apoyo de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México y de las embajadas de México de cada país, llegó al edificio de Posadas 1725. Su desembarco en Buenos Aires fue posible también por la intervención de la Secretaría de Cultura de la Ciudad de México. La idea de esta exposición se le ocurrió a Passarge a propósito del centenario del nacimiento del escritor y los cincuenta años de Rayuela. Ella es una fanática y además es coleccionista. Acumula ediciones de la novela de distintas partes del mundo. “Para nuestra generación, Cortázar representó una forma muy diferente de ver la vida y de cómo vivirla”, expresa la editora. “Me convertí en coleccionista: a cada amigo que salía del país le pedía una edición. La tengo en alemán, en danés... La última que adquirí, que me regaló Rogelio, es china. Cortázar, con su forma lúdica de entender el mundo, fue determinante para mi generación”, dice. Puntualmente sobre Rayuela, agrega: “Lo leí a los veintipocos. Es el libro que más me movió, el primero que leí de él. En aquella época no había Internet, no estaba esa cosa de que ante cualquier duda sobre un personaje o concepto uno se metía en la red. Así que, me acuerdo, lo leí con un diccionario y una enciclopedia al lado”.

Entre los artistas que participan se encuentran Vicente Rojo, Miguel Angel Alamilla, Pablo Amor, Lorena Camarena, Alberto Castro Leñero, María Angeles Chávez, René Freire, Claudia Gallegos, Vanessa García, Manuela Generali y Tomás Gómez Robledo. Los textos son de la autoría de Jesús Aguado, Rosa Beltrán, Eduardo Casar, Gonzalo Celorio, Teresa del Conde, Daniel González, Sandra Lorenzano y Juan Villoro, entre otros. “Hay autores de los que desearías ser amigo y otros, más escasos, que parecen regalar su amistad con lo que escriben. Es el caso de Cortázar”, ha escrito el autor de El testigo. Tanto las pinturas como los textos son bien diversos, están hechos desde la conexión subjetiva que cada artista tiene con el escritor y puntualmente con el libro en cuestión.

En las rayuelas grandes, realizadas sobre madera, se produce un diálogo interesante. Un sorteo determinó qué casilla correspondía a cada artista plástico. Algunos han jugado con el número que les tocó o con el concepto (cielo y tierra), otros, en cambio, se evidencia que han creado a partir de lo que les sugerían pasajes de la novela, frases o personajes. Cuando la muestra viaja, a lo mejor, las rayuelas se conforman de un modo diferente. Es decir: el casillero cinco de una rayuela puede pasar a ser el cinco de otra. La obra, entonces, no tiene una estructura quieta. Como pasa con cualquier juego. “Lo padre es que, a pesar de las diferentes técnicas y las expresiones, que pueden ser muy figurativas o muy abstractas, cuando las obras están juntas conforman una verdaderamente armónica. Ninguna choca con la otra”, celebra Passarge. Los curadores tomaron como punto de partida la rayuela que aparece en la primera edición de la novela (Sudamericana, Buenos Aires, 1963) de once casillas. Los materiales que aparecen aquí son variados: óleos y acrílicos se combinan con vidrios, yeso, chapopote, ceniza y aluminio.

Cuéllar y Passarge desean que algún museo o centro cultural adquiera esta exposición, para que los casilleros no se separen nunca. La muestra también incluye, entonces, los retratos de Cuéllar, tanto a los artistas como a un Cortázar que en 1979 pasaba por México en el marco de un concurso de periodismo latinoamericano que tenía por tema el militarismo en América latina. Lo había invitado el periodista Julio Scherer. Cortázar era jurado, junto a García Márquez y otros grandes del momento. Las imágenes fueron tomadas en la hacienda de Cocoyoc, en el estado de Morelos. “Estuve invitado una semana. Cortázar estaba con su esposa, Carol”, cuenta Cuéllar. “Parafraseando a Julio: ¡queremos tanto a Julio, en México! Era la época del realismo mágico, de la efervescencia de Mafalda, de la música latinoamericana... Nací en 1950. Para nosotros, Julio es tan cercano como García Márquez. Sabía de su gusto por la fotografía. Para esa época estaba muy en boga la polaroid, que se revelaba instantáneamente. Jugamos mucho. Lo cité a caminar por la hacienda y le regalé fotografías que lamento no tener, porque eran únicas”, recuerda el fotógrafo, autor de un libro llamado El rostro de las letras, en el que aparecen retratos de distintas personalidades de la literatura, una especialidad suya. “Cortázar era un gran conversador, con una voz encantadora, cantaba con su narración. Fue un privilegio tenerlo tan cerca.” 

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