martes, 30 de junio de 2015

La capitulación ideológica de la izquierda institucional


Por Gilberto López y Rivas

Las polémicas y los posicionamientos en torno a las elecciones intermedias, salvo excepciones, versaron sobre votar, abstenerse, anular o boicotear, dejando a un lado el tema cardinal de las perspectivas estratégicas que respaldan cada una de estas acciones tácticas. En última estancia, la discusión sobre las vías para efectuar transformaciones sistémicas, o alternancias entre élites corporativo-partidarias, puede ser limitada a cuestiones formales o coyunturales impuestas por la entelequia (especialmente en un Estado criminal) de la democracia representativa, la legalidad de las instituciones y los derechos ciudadanos, en este caso secuestrados supuestamente por gremios y comunidades que atentan, particularmente, contra el sacrosanto derecho a votar.
Marcos Roitman señala que la democracia de partidos, finalmente definida por el Estado burgués, se desvincula de la práctica y los sujetos sociales y termina siendo un acotado procedimiento de elección de élites, una “técnica” en la que puede haber alternancia pero no alternativas de cambio social. De esta manera, los partidos se convierten tarde o temprano en “ofertas” de gestión técnica del orden establecido ( El pensamiento sistémico, los orígenes del social-conformismo, México, Siglo XXI-UNAM, 2003). Asimismo, Roberto Regalado considera que la trasnacionalización neoliberal impone un nuevo concepto de democracia: “la democracia neoliberal, capaz de ‘tolerar’ a gobiernos de izquierda, siempre que se comprometan a gobernar con políticas de derecha”. En el marco de la crisis de las formas de representación de la democracia tutelada, de baja intensidad o contrainsurgente que propicia la burguesía trasnacional en la actual fase de mundialización, estos partidos pierden toda capacidad contestataria y revolucionaria; son incapaces de sustraerse a la lógica del poder, dada la efectividad de éste para cooptar a sus dirigentes, quienes asumen en definitiva un papel de legitimación del sistema político burgués basado en la desigualdad y la explotación capitalistas. El ejemplo mexicano es el Partido de la Revolución Democrática (PRD), pero también observamos las mutaciones en ese sentido del Partido de los Trabajadores brasileño, sectores gobernantes del Frente Amplio de Uruguay, el partido de Daniel Ortega en Nicaragua y muchas otras organizaciones partidarias que una vez en el gobierno, su preocupación central no es el desarrollo de diversas formas de poder popular, conformación y fortalecimiento de sujetos autonómicos y creación de las condiciones para una ruptura con el sistema capitalista, sino, más bien, la permanencia de sus cuadros en el gobierno y en las instancias de representación popular, la reproducción de sus burocracias, su ingreso a una élite política y económica y su aislamiento de los movimientos sociales contestatarios.
Regalado reitera: “No se trata de negar o subestimar la importancia de los espacios institucionalizados conquistados por la izquierda, sino comprender que estos triunfos no son en sí mismos la ‘alternativa’. De ello se desprende que la prioridad de la izquierda no puede ser el ejercicio del gobierno y la búsqueda de un espacio permanente dentro de la alternabilidad neoliberal burguesa, sino acumular políticamente con vistas a la futura transformación revolucionaria de la sociedad” (“Reforma o revolución”, en Rebelión, 9/1/06).
Los sistemas electorales han sido considerados por la propia teoría liberal como los mecanismos a través de los cuales se pueden dirimir toda clase de conflictos económicos, sociales, políticos y culturales. La teoría marxista clásica, convenientemente olvidada por las izquierdas institucionalizadas, afirma que las sociedades capitalistas tienen una dicotómica formación: por un lado, una realidad conflictiva y contradictoria resultado de la explotación y dominación de clase y, por otro, una ilusoria equidad y armonía resultado del aparato ideológico-mediático que pretende equiparar jurídica, política y culturalmente a todos los individuos como ciudadanos.
Para el capitalismo y su sistema de partidos de Estado, la democracia se limita a lo formal, a los aspectos electorales y al juego de los partidos políticos dentro de ese sistema. No obstante, en la historia de América Latina destacan ejemplos que muestran que aun este tipo de democracia es instrumental para las clases dominantes; esto es, funcional en tanto responde a sus intereses. Por ello, cuando a través de ésta una izquierda anti-sistémica, o fuerzas realmente democratizadoras, logran un quiebre institucional, tomar el gobierno y cuestionar su dominio, las clases dominantes y el imperialismo no dudan en aniquilar la legalidad democrática. Muestra de ello son los múltiples golpes de Estado en América Latina en el pasado reciente, y los actuales métodos de hostigamiento y violencia golpistas, ataque mediático y conspiración paramilitar que aplican para desestabilizar y derribar el gobierno constitucional de Nicolás Maduro en la República Bolivariana de Venezuela.
En suma, los procesos electorales en países cuyos grupos gobernantes y oligárquicos asumen una posición de acatamiento subalterno a la mundialización capitalista neoliberal, representan mecanismos heterónomos a través de los cuales las clases dominantes, los aparatos coercitivos e ideológicos del Estado y los poderes fácticos imponen a los candidatos que garanticen la reproducción del sistema, y esto se lleva a cabo con la acción legitimadora de oposiciones que reclamándose de izquierda se han desarmado ideológicamente al renunciar a la lucha contra el capitalismo y el imperialismo (¡no, qué horror!), convirtiéndose en estratos privilegiados que hacen del medio electoral la forma de su permanencia en los aparatos estatales, su ascenso social y, sobre todo, el propósito primario y único de sus “luchas” y “movimientos”.

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