martes, 23 de junio de 2015

Nick Ut, la difusión mediática de la guerra

Rebelión

Por Genís Plana

Kike Estrada

Recordarán aquella fotografía tan reveladora de lo que fue la Guerra de Vietnam (1959 - 1975) en que aparece una niña, desnuda y con los brazos extendidos, huyendo por una carretera de la tormenta de humo que se encontraba a sus espaldas. La imagen fue tomada hace cuarenta y tres años, un ocho de junio de 1972, y en ella se muestran las consecuencias de un bombardeo con napalm sobre el poblado de Trang Bang debido a la sospecha de que en él se encontrasen guerrilleros del Viet Cong, las tropas de liberación nacional comandadas por Ho Chi Minh. Las bombas incendiarias, que incluían explosivos y fósforo blanco, dieron paso al fuego y a su crepitar, sólo interrumpido por los gritos de los civiles que escapaban aterrorizados de la aldea. Una de esas personas fue Kim Phuc, la niña de nueve años que captó el objetivo de la cámara de Huynh Cong Ut (conocido como Nick Ut), fotógrafo de Associated Press.
El del Vietnam fue el primer conflicto bélico de la historia con difusión mediática. Hasta el momento no existían testimonios gráficos tan profusos y manifiestos. Nunca antes, en la sala de estar de los hogares, se habían colado cadáveres y cuerpos mutilados, el horror de la guerra retransmitido casi en directo. Bastaron algo menos de sesenta mil estadounidenses muertos (nada comparable, en lo que a cifras concierne, con los más de tres millones de vietnamitas asesinados entre combatientes y civiles) para que los gobernantes cediesen a la exigencia de la sociedad norteamericana de retirar las tropas de una guerra que no le convenía a la que a la gente corriente del país. Nada sabemos de la mayor parte de las vidas sustraídas por la guerra (se cree que fallecieron hasta seis millones de personas contando todas las nacionalidades implicadas), pero sí sabemos de Kim Phuc, conocida como “la niña del napalm” debido a que su ropa se había consumido por la combustión del agente naranja.
Resulta ampliamente conocido que la fotografía fue ganadora del Premio Pulitzer, pero resulta menos público que la niña sobrevivió gracias a la asistencia que le brindó Nick Ut. A diferencia de Kevin Carter (el fotógrafo que permaneció largo rato con el dedo sobre el disparador de la cámara a la espera de que el buitre que acechaba al famélico niño sudanés, Kong Nyong, desplegase las alas y, por tanto, la imagen capturada fuese más espectacular), Ut se apresuró en guardar sus herramientas de trabajo a fin de trasladar con su auto a Kim hasta el hospital, donde fue sometida a diecisiete operaciones de injerto de piel y permaneció hospitalizada durante más de un año. Pero acaso el gesto humanitario de Ut de nada hubiese servido si previamente hubiese desistido de llevar a cabo su labor instrumental de fotógrafo: desbordados por la gran cantidad de heridos, los médicos a los que Ut entregó la niña accedieron a atenderla debido a que el fotógrafo les anunció su difusión mediática: “esta niña tendrá un gran impacto en los medios, ayúdenla, no la dejen morir” [1].
Ante lo cual, se nos plantea si, en la conceptualización de las causas que propiciaron que la niña preservase su vida, debiéramos invertir el orden que probablemente nos resultaría coherente y, de este modo, advertir que lo instintivo (realizar la fotografía) tuvo mayor prevalencia que lo deliberado (auxiliarla). No deja de resultar irónico que, pese a ser exonerada de la fetichista función que cumplía como representación visual de la tragedia de la guerra (Ut podría haber tratado de obtener más y mejores tomas), fue precisamente la potencial mediatización de su caso, el hecho de que fuese blanco de un disparador fotográfico, lo que, en última instancia, posibilitó que salvase su vida.
Nota

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