martes, 23 de julio de 2013

Nuestra fe y el compromiso social


Nuestra Palabra 

Todos los excesos y abusos cobran facturas. Eso mismo ocurre cuando abusamos de la fe religiosa. Cuando la misma no está acompañada de un compromiso con la realidad histórica, es fácil que desemboque en prácticas fanáticas o fundamentalistas. Muchas veces los fenómenos sociales, políticos, de salud, ambientales, de migración, violencia y desempleo acaban siendo interpretados como ocasiones que Dios provoca sea como castigo por lo mal que la sociedad se ha portado o como un llamado de Dios para la conversión de quienes se han alejado de su presencia.  

En los hechos, quienes así proceden manipulan los datos de la realidad y las acciones sociales para beneficio de la confesión que se profesa, y muchas veces esta manipulación deviene en corrupción por parte de los dirigentes y animadores religiosos, sea por la vía del dinero o del poder, o por las dos vías por igual. En nombre de un compromiso religioso, los dirigentes o animadores de la fe rompen con la mística y la ética y acaban siendo corruptos. 

La fe ha sido y sigue siendo una fuerza esencial animadora para muchas personas y grupos comprometidos con las luchas transformadoras de la sociedad. En este sentido, la Iglesia tiene una alta responsabilidad para que la fe siga siendo fuente de inspiración y fuerza para los luchadores populares. Y como contrapartida, cuanto más se aferran los dirigentes religiosos a sus estructuras y cuando se quedan viendo únicamente hacia adentro de ellas, más se corre el peligro, ya no solo de que más gente abandone la Iglesia, sino que menos presente esté la fe como fuerza iluminadora en las encrucijadas de las luchas sociales y populares.

La opción por los pobres ha de significar en estos tiempos que en cualquier circunstancia de la vida, la Iglesia ha de hacer sentir su presencia a favor de las poblaciones indefensas y discriminadas, promoviendo el diálogo entre los conflictos sociales, pero desde el lugar de las víctimas. Como parte de su dimensión social, la Iglesia ha de acompañar aquellos esfuerzos de los pobres por organizarse para crecer en identidad y para hacer sentir con fuerza sus demandas y defender sus derechos. 

En este terreno, el servicio privilegiado de la Iglesia deberá situarse en la formación de las comunidades, en la iluminación de los procesos organizativos desde la fe al tiempo que ha de seguir siendo palabra y conciencia crítica tanto frente a las elites políticas y empresariales como frente a aquellos dirigentes que en lugar de representar los intereses de los pobres acaban utilizando a los pobres para sus propios intereses. 

La Iglesia ha de acompañar a las organizaciones sociales y populares desde su amor preferencial por los pobres, de manera que en cualquier circunstancia lo que ha de importar es que la organización sea expresión de los intereses de los pobres. En circunstancias en que haya conflicto entre la organización y la vida de los pobres, la Iglesia no ha de dudar en situarse en la realidad de los pobres, puesto que la opción de la Iglesia es por los pobres y apoyará o cuestionará aquellas mediaciones según fortalezcan la vida y la esperanza de los pobres.

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