sábado, 27 de julio de 2013

¿Estamos seguros respecto a quién disparó las balas contra Alfredo Villatoro y Aníbal Barrow?



Cuando pensamos en un crimen, casi por regla general lo primero que se nos cruza por la cabeza es el cuerpo sin vida de una persona, salvo escasas ocasiones en donde se haya logrado establecer la incidencia de los crímenes de un estado contra sus ciudadanos; pocas veces pensaremos en el triunvirato del criminal, la víctima y el ambiente. Desde el momento en que comienzan a extinguirse los procesos bioquímicos vitales y empieza a sufrirse la acción pasiva del medio o el entorno, se denominan fenómenos cadavéricos o abióticos; en pocas palabras, "cuando dejamos de ser seres vivos dependientes de nuestros propios procesos y pasamos a depender de lo que pasa a nuestro alrededor"

El 15 de mayo de 2012, un fulano a quien muchos llaman presidente de Honduras; con una mirada algo compasiva ratificaba en cadena nacional de prensa, el asesinato del periodista Alfredo Villatoro; el periodista en mención había sido secuestrado días antes por desconocidos y este hecho que parecía aislado para la opinión pública internacional, se sumaba a la larga lista de crímenes en contra de profesionales del periodismo en este país. ¿Más de un año después, a quien le interesa lo que sucedió con Alfredo Villatoro? ¿Alguien recuerda con precisión el número de periodistas que fueron asesinados después que él?

Un poco más de un año ha pasado del asesinato de Villatoro y muchos ataques y crímenes en contra de otros colegas del gremio en Honduras; pero no fue hasta el 24 de junio de 2013 en horas de la tarde, cuando es secuestrado el periodista Aníbal Barrow, que vuelve a llamar la atención del gobierno del país. La pregunta obligatoria es ¿Por qué el secuestro de este periodista es tan importante como el de el otro periodista hace un año atrás para el gobierno de Honduras? Para nadie es desconocido el silencio cómplice del gobierno y las escandalosas declives sistemáticas del sistema nacional de justicia; y aunque todo pareciera una serie de eventos de infortunio de un país "maldito" por falta de oración –según muchos iluminados– lo cierto es, que en Honduras, el crimen tiene una estructura que funciona; de hecho, el crimen es lo único que funciona en el estado.

Si volvemos más o menos un mes atrás antes del secuestro de Aníbal Barrow, exactamente el 28 de mayo de 2013, con la parafernalia típica de un país acorralado, el susodicho bufón presidencial anuncia la firma de un tratado de paz entre las dos pandillas principales del país, sellado con la sangre de Cristo a través demonseñor Rómulo Emiliani y el reconocimiento de la comunidad internacional puesto en el rostro de Adam Blackwellsecretario de Seguridad Multidimensional de la Organización de Estados Americanos (OEA); sin embargo, ¿pactaron realmente las pandillas un acuerdo de paz? o será que ¿no nos dimos cuenta que el tratado fue en el marco de los acuerdos internos del centro penal de San Pedro Sula? Es decir, ¿fue un pacto nacional o un pacto interno entre la población penitenciaria? Y más grave aun ¿Por qué el gobierno de un país con un mínimo de seriedad, pactaría con representantes del crimen organizado? O si vamos mas allá de lo evidente y nos preguntamos ¿Por qué razón los dos grupos armados más temidos del país, decidieron "voluntariamente" entregar el terreno? ¿A quién le entregaron el territorio? ¿Se salieron de la estructura criminal acaso o solo establecieron sus propios parámetros morales para evitar el linchamiento social en el futuro? y si, tan solo los obligaron a salirse o tan simple como jugar una treta quimérica en un país que ansia la paz.

Regresando un año atrás en el tiempo, en los albores del secuestro y asesinato del periodista Alfredo Villatoro; el 29 de marzo de 2012, en la misma cárcel de San Pedro Sula, hubo un amotinamiento de privados de libertad y que tuvo como consecuencia 14 hombres muertos por armas de fuego – no hemos definido ¿Quién disparo? Pero alguien lo hizo – lo cierto es que un mes antes habían muerto quemados 382 reos en la cárcel de Comayagua; y en esos vientos de incertidumbre los incendios a los mercados y cárceles se habían vuelto la Crème brûlée de los medios de prensa hondureños.

No obstante, la genialidad del crimen no estuvo en lo matemáticamente precisos que fueron sus movimientos en los casos de estos dos periodistas, si no en la forma en que evidenciaron la imposibilidad de las fuerzas del orden para controlar cualquier situación relacionada con la seguridad de la ciudadanía de este burdelesco país.

Desde 1959 hasta la fecha, Honduras ha destacado una creciente corrupción en las fuerzas de seguridad, como la policía y el ejército; el binomio militarización de la policía hace medio siglo no fue más que la instauración de un régimen armado, que en total anacronismo con los avances del mundo fuera de nuestras fronteras, nos volvimos un estado represivo e intolerante con la opinión pública opositora a cualquier síntoma de corrupción del estado.

En 2013 la intervención total de la corte suprema de justicia y el enjuiciamiento del fiscal general del estado y demás adjuntos, que fueron subrayados por su ineptitud y la intención del seguimiento solo del 20% de los crimines en todo el país; fue la punta del iceberg en la denominada cacería de brujas y de chivos expiatorios para saciar el reclamo popular de una nación sumida en homicidios.

¿Será circunstancial que el cuerpo del periodista Alfredo Villatoro apareciera vestido con uniforme militar? O más aun ¿será una circunstancia que durante el proceso de investigación del secuestro de Aníbal Barrow la policía no pudo ser precisa en cuanto a sus avances con el caso? ¿Por qué razón en ambos casos emblemáticos el gobierno ofrece recompensa económica? ¿Por qué en ambos casos es emblemática la figura de un fulano de tal uniformado? ¿Por qué en los últimos meses al secuestro y asesinato de Aníbal Barrow el congreso nacional y el propio presidente de la república de Honduras han ponderado aceptabilidad de la ley mordaza para controlar al gremio periodístico?

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