martes, 16 de julio de 2013
Lo local no es suficiente
Por Greg Sharzer
El autor argumenta que los movimientos deben hacer frente a las contradicciones de la crisis capitalista y no limitarse a abrir espacios dentro de ella.
Traducido del inglés para Rebelión por Christine Lewis Carroll.
La austeridad es impuesta por los gobiernos nacionales y los bancos internacionales, pero sus efectos llegan a todos los rincones de nuestra vida y nos sentimos con frecuencia impotentes para pararlos; es por esta razón que resultan atractivas las iniciativas sociales locales, las huertas comunitarias y las comunidades intencionales [comunidades establecidas con un objetivo colectivo]: están a nuestro alcance. Nadie puede cambiar por sí solo una cadena de suministro de alimentos, pero cualquiera, con un poco de tierra, una pequeña subvención y suficiente esfuerzo, puede montar una huerta.
Sin embargo -como señalo en mi libro No local: why small-scale alternatives won’t change the world [Zero Books]- estos proyectos tienen problemas para seguir siendo viables. La capacidad de grandes corporaciones de crear divisiones especializadas en mano de obra y economías de escala significa que hasta la cooperativa de funcionamiento más democrático debe respetar los precios de mercado o depender de subvenciones gubernamentales o procedentes de consumidores más adinerados con el fin de mantener el negocio.
Si un proyecto como una huerta comunitaria sirve para unir a la gente, para que sus facturas no sean tan abultadas y crear espíritu comunitario pues bienvenido sea, pero –frente a décadas de ataques neoliberales- necesitamos desesperadamente que las dispersas resistencias locales se unan para crear amplios movimientos internacionales. ¿Cómo?
El planteamiento de Hilary Wainwright de “oposición estructurada y experimentación diversa pero coordinada” combina tres elementos cruciales para este proceso: los experimentos que crean todas las luchas democráticas al verse obligadas a hacer frente al poder capitalista, la estructura organizativa necesaria para sostener los experimentos y el hecho de que estos experimentos deben oponerse a algo. Estos proyectos se pueden denominar prefigurativos.
Los proyectos locales deben ser más que un buen ejemplo. En otras palabras, hay diferentes tipos de prefiguración. La prefiguración individualista describe la iniciativa social de pequeña escala destinada a crear un capitalismo más amable o abrir espacios dentro de él. La prefiguración colectiva surge de la lucha anticapitalista desde la Comuna de París, pasando por las revoluciones rusa y española, hasta los innumerables levantamientos que suceden en todo el globo en los que la clase obrera, por sí misma, tiene que hacer que funcionen las cosas. Los experimentos colectivos surgen de las infraestructuras de la disidencia a la vez que la crean.
Las infraestructuras de la disidencia
Los movimientos sociales dependen de recursos formales e informales. El sociólogo canadiense Alan Sears denomina a este fenómeno la infraestructura de la disidencia: “el medio de análisis, comunicación, organización y sustento que nutre la capacidad de acción colectiva” que tiene lugar en sindicatos y partidos, pero también en centros culturales, librerías, restaurantes y tabernas. En el norte global ya no quedan muchas tabernas. No es nostalgia de los garitos donde se reunía la gente de izquierdas; estas infraestructuras locales eran inherentemente políticas e inseparables de la noción de que “había una alternativa socialista que cuestionaba la persistencia del capitalismo”.
Por razones complejas esta infraestructura es casi inexistente; sin embargo hay gente que intenta reconstruirla y quiero examinar los retos y el potencial de acción local en dos ambientes netamente distintos: Detroit y Grecia. En los dos sitios se lucha contra la austeridad y el empobrecimiento del Estado de bienestar, producto de las agresivas medidas antidéficit.
La batalla por la tierra en Detroit
Detroit ha sido testigo de dos grandes luchas contra los ataques neoliberales ligadas al deterioro económico a largo plazo de la ciudad. Una de las batallas implicaba a la inmobiliaria Hantz Real Estate Ventures y una lucha a largo plazo para crear una granja a gran escala en solares vacíos de Detroit, con el fin de cultivar primero alimentos y luego árboles. El director de la empresa, John Hantz, declaró abiertamente que el objetivo fue “crear escasez” de terrenos, haciendo que subiera el precio de los mismos. Compró terrenos a precio de saldo en las subastas municipales, a cambio de derribar las propiedades inseguras y gastar 30 millones de dólares en urbanizar los terrenos.
Los beneficios alegados fueron objeto de disputa. Los residentes exigieron audiencia pública en noviembre de 2012, temiendo la gentrificación que podría suceder tras la urbanización de Hantz, con el consiguiente desahucio de cientos de miles de pobres, principalmente negros. Pero el alcalde Dave Bing, junto con cinco de los nueve concejales, aprobó finalmente el trato en abril de 2013, alegando los efectos positivos de la urbanización. Muchos grupos de granjeros locales consideran que es una apropiación indebida de tierra por parte del capital global y han hecho un llamamiento para una utilización alternativa y no corporativa de la tierra. La Detroit Black Community Food Security Network (DBCFSN) [red de seguridad alimentaria para la comunidad negra] ha puesto en marcha una granja de dos acres, una cooperativa de compra de comida y está asociada con 100 huertas comunitarias con el fin de proporcionar buenos alimentos a los pobres, mayoritariamente negros, de Detroit.
Como explica la activista de la DBCFSN Mónica White, la red “desafía la estructura social que debería asegurar el acceso a alimentos sanos”. No confía en que el gobierno haga esto, mientras los residentes blancos más adinerados disponen de canales seguros de suministro. Lo que empezó como un esfuerzo para comer sano se ha convertido en una iniciativa de autosuficiencia y autoeducación.
Son objetivos muy respetables. Los pobres no reciben alimentos sanos. Políticamente, para una comunidad en la que el racismo y la recesión se han ocupado de quitársela, la autosuficiencia es un modo importante de recuperar la dignidad. Sin embargo no es lo mismo la autosuficiencia que construye la confianza para resistir y la que da por hecho que la resistencia es inútil. No sólo esta misión es prefigurativa, sino que se desvía sin ambages de hacer demandas al Estado. Como explica White, el objetivo es “desafiar la relación entre los ciudadanos y el Estado y que los ciudadanos dejen de depender del Estado para los derechos humanos básicos”. Al actuar contra la “dependencia del Estado demuestran capacidad de actuar y empoderamiento”.
Ésta es una noción radicalmente autónoma de apoyo público, lo que demuestra las limitaciones de los movimientos sociales localistas. Los agravios son muy reales. Pero permanece una pregunta legítima: ¿es suficiente enseñar a los niños a cultivar y vender sus propios alimentos? ¿Resarce comer alimentos al natural la pobreza y la falta de oportunidades generacionales? ¿No tienen los estadounidenses negros derecho a hacer demandas al Estado que les ha pedido tanto desde la esclavitud sin dar casi nada a cambio? Si éste es el caso, la retórica admirable de la autosuficiencia encubre un pesimismo mayor: el Estado no proporcionará nada y los oprimidos se verán obligados a sobrevivir como puedan.
Un gestor de emergencia
Otra lucha en Detroit se refiere al nombramiento de un gestor de emergencia para gestionar la ciudad. El Presidente Obama ha recortado 150 millones de dólares de ayuda federal al Estado de Michigan. Detroit ha sido testigo de décadas de huida de capital y debe billones de dólares a bancos que hicieron su dinero en el mercado de divisas. A pesar de ello, Michigan tiene un superávit presupuestario de más de 500 millones de dólares. Pero el gobernador republicano Rick Synder ha utilizado la crisis para recortar numerosos programas de asistencia social. Esto se nota más en Detroit, donde el 60% de los niños vive por debajo del umbral de la pobreza.
Synder impuso también la figura del gestor de emergencia, lo que quita poder al alcalde democráticamente elegido de la ciudad y su corporación y priva de derechos a sus residentes. La persona nombrada, Kevyn Orr, es un abogado millonario; sus poderes incluyen la facultad de romper los contratos sindicales. Orr ha reducido ya dos tercios el número de trabajadores municipales y ha privatizado la gestión del agua, los servicios sociales y la planificación urbana.
La oposición a esta connivencia del capital con el Estado ha sido escasa. Los sindicatos de la ciudad han sido mayormente cómplices con la agenda de Orr. Alguna resistencia esporádica incluye la desaceleración en la construcción de autopistas, una acción legal presentada por Jesse Jackson, Al Sharpton y dos concejales de Detroit y la ocupación de dependencias municipales por parte de los activistas.
Los problemas de Detroit son tan sencillos que deprimen. Por cada 100 personas, sólo hay 27 empleos. A lo largo de las décadas, a medida que el capital se trasladaba a las zonas residenciales y los trabajadores blancos más adinerados lo acompañaron, se vaciaban las arcas municipales. La política fiscal sigue perjudicando a los residentes de los barrios pobres. Bancos voraces sobrevaloran las hipotecas con el fin de sangrar a los titulares y cuando estos últimos se rinden y se van, los vecindarios se deterioran aún más. Además de esto hay más de 70 vertederos tóxicos, lo que hace que Detroit sea la zona más contaminada de Michigan.
Hay pasos concretos que se pueden dar para remediar esto y todos requieren demandas al Estado. Éstos incluyen la cancelación de los swaps [intercambios financieros contratados a fecha futura] de los tipos de interés, que suman 3,8 billones de dólares. Detroit necesita también un proyecto de obra pública para eliminar la basura y construir infraestructuras, lo que podría generar empleo local.
Los problemas de Detroit no tienen causas locales; se deben al ataque global a los niveles de vida de la clase obrera. Tampoco tienen soluciones locales. Los intentos de autosuficiencia -lo que implica mirar hacia dentro en un intento localista de ser autosuficiente- ignoran las causas y las posibles soluciones de esta crisis. La planificación de una resistencia acertada requiere una estrategia política. Cuando estas preguntas políticas se hacen directamente, surge el ejemplo de Grecia.
Grecia y la estrategia política
La crisis económica ha sido la excusa de los legisladores griegos para imponer las medidas de austeridad a requerimiento de la Unión Europea. Los resultados han sido previsibles y trágicos: el 25% de desempleo -el 55% entre la juventud- y una desigualdad creciente, ya que la quinta parte más rica de la población controla seis veces más riqueza que la quinta parte más pobre.
A medida que a cada rescate le suceden más recortes, los trabajadores griegos han organizado una serie de huelgas sectoriales y generales. Las alternativas políticas han aumentado también. Syriza se formó en 2004 como alianza electoral y gracias a un discurso consistente contra las medidas de austeridad se halla en la actualidad a la cabeza de las encuestas nacionales. Su ala izquierda ha planteado tres demandas: la cancelación de la deuda, la tributación del capital y los ricos y la nacionalización de las industrias clave bajo el control obrero, sin compensación para los accionistas.
“Lo que se necesita es una estrategia consciente de ruptura con el capitalismo y un partido capaz de proponer y aplicarla” dice Nickolas Skoufoglou, del partido socialista griego OHDE-Spartakos. Este proyecto extralocal surge de miles de proyectos locales, porque -igual que en Detroit- los griegos persiguen estrategias de supervivencia.
Estas redes comunitarias de compartir e intercambiar son vitales, en particular para hacer frente al movimiento neonazi Amanecer Dorado. Los activistas trabajan con los sindicatos de enseñantes y artistas en las escuelas y por medio de actos culturales en los barrios, educan a los vecinos sobre las causas de la crisis con el fin de que los migrantes no sean los chivos expiatorios.
Syriza está implicada directamente en todo esto. La coalición ha establecido redes vecinales de solidaridad que distribuyen alimentos y ropa sin coste e intercambian servicios y habilidades. Esto es explícitamente prefigurativo. Como explica el activista de Syriza Yannis Bournous, estos proyectos prácticos “se refieren también a temas más estratégicos. Porque si la visión del socialismo es de libertad y democracia, se necesita promocionar el modelo de sociedad deseado mediante la apertura de ventanas como ésta”.
Sin embargo, a diferencia de la DBCFSN, Syriza se ha empleado en hacer demandas al Estado. “No deseamos tomar el lugar de los servicios del Estado”, dice Bournous. Y se lo decimos claramente a las personas que participan en las redes de solidaridad. No queremos sustituir los hospitales públicos por centros de salud locales voluntarios. Nos ayudamos a sobrevivir colectivamente pero al mismo tiempo animamos a la gente a reclamar colectivamente el cumplimiento de sus necesidades básicas.
Este tipo de prefiguración colectiva es una herramienta de autosuficiencia, pero no un sustituto de la provisión colectiva. La estrategia de Syriza es como el concepto de Gramsci de una guerra de posición, dentro y contra las instituciones.
La organización anticapitalista
¿Cómo podemos crear una “estrategia de ruptura” local en otros lugares? El factor más importante es entrenar a la gente para difundir la organización anticapitalista mediante la creación de cuadros. Como argumenta Richard Seymour en su blog “La tumba de Lenin”, la crisis no genera organizadores espontáneamente: “Las subjetividades políticas han de construirse continuamente mediante las grandes líneas del antagonismo”. Pero en el Reino Unido “no existe un contrapunto cultural, social o industrial de los empeños de la derecha”.
Hay que construirlo desde las comunidades de base.
Los movimientos tienen que enfrentarse a las contradicciones de la crisis capitalista y no limitarse a abrir espacios dentro de ella. Esto requiere más, no menos, claridad sobre las tareas de un partido anticapitalista. Como sugiere el bloguero griego Thanasis Kampagiannis, “al emplearse en estas luchas, la izquierda revolucionaria necesita mantener la independencia ideológica y organizativa”. Esto no significa convertirse en un nuevo partido electoral ni en un “movimiento apolítico”.
Este proceso de construcción de movimientos y partidos tiene formas distintas según el escenario, pero ha de ser de carácter abierto. A pesar de la historia de la izquierda revolucionaria, el sectarismo no es inevitable. Podemos crear redes de organizaciones locales enraizadas en luchas específicas; lo importante no es su estructura sino su dirección. ¿Combatirán las medidas de austeridad, al tiempo que construyen la confianza de sus miembros hacia formas políticas más amplias, como sería un movimiento nacional en contra de los recortes? ¿O se quedarán en el nivel de la prefiguración individual al proporcionar a sus miembros ayuda alimenticia y espíritu comunitario pero sin luchar por el cambio social?
El mero localismo, centrado en sustentar la iniciativa social en un mercado capitalista, no tiene la capacidad de hacer una valoración estratégica de la organización anticapitalista y los debates necesarios sobre el papel del Estado, los partidos políticos y los movimientos sociales. Hay una relación clara entre la organización local acertada y la prefiguración, pero ésta no puede sustituir a aquélla y debe considerarse una táctica específica de organización y no su finalidad.
Muchos movimientos revolucionarios, no sólo de la izquierda, han proporcionado servicios a la clase obrera como parte de un programa político y Amanecer Dorado quiere hacer lo mismo con los “griegos puros”. De forma que no se trata de la prefiguración o no, sino de qué tipo de prefiguración: la supervivencia individual o la lucha colectiva. No se trata de un extra opcional para los activistas de mayor formación teórica. El éxito de “abrir pequeñas ventanas” al socialismo depende de ello.
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