lunes, 15 de febrero de 2016
Lágrimas en el exilio
Por Tomy Morales
El sostenimiento de la “democracia” que trataron de conservar algunos dictadores en la historia de Honduras, obligaron a mujeres y hombres a salir del país, para salvaguardar sus vidas.
Los años en que el gobernante Tiburcio Carias Andino declaró al Partido Comunista de Honduras como ilegal dio el inicio de una era de expatriados y expatriadas en contra de su voluntad; al popularizarse la famosa frase “Encierro, destierro y entierro”. A finales de 1935, haciendo hincapié en la necesidad del orden interno y la paz, Carías comenzó a reprimir la prensa y las actividades políticas en su contra.
A finales de la década de 1930 el único partido legalmente reconocido fue el Partido Nacional, ya que su oposición en ese entonces sufrió una persecución encarnizada aplicándosele la célebre frase y obligando a muchos a huir del país y los que no fueron sometidos a grandes torturas hasta la muerte.
Los setentas fueron unos años oscuros después del golpe de Estado que ejecutó las Fuerzas Armadas al presidente Ramón Villeda Morales, miles de hondureños y hondureñas se vieron en la estricta necesidad de salir del país en su mayoría mujeres, algunas de ellas fueron exiliadas con sus hijos al hombro.
Exiliada 80s
Para Ana (ficticio) a pesar que han pasado años de su regreso al país de su exilio, cuando narra su historia y la de muchas mujeres, aun se le hace un nudo en la garganta y no puede detener las lágrimas de los años de su vida que nunca recuperará, de todo lo que perdió, de los sacrificios que tuvo que pasar y de la manera en que sus hijos al volver a Honduras pasaron por un proceso de identidad y pertenencia a su tierra natal.
“El exilio es difícil, de mucho riesgo, ansiedades para las personas que lo viven, hay una falsa apreciación de personas que piensan que una está bien, esto es una distorsión de una mala información del egoísmo, lo he visto del verdadero sufrimiento que vive el ser humano en el exilio”.
Ana adujo que el exilio es una sanción que imponen los Estados a la gente cuando amenazan su vida y la de su familia; su exilio fue de 13 años cargando a sus tres pequeños niños con ella.
Lo primero que sucede es la desintegración de la familia porque el contacto de lejos es esporádico por motivos de seguridad, Ana hablaba con su madre y hermanas una vez al año, al regresar era casi una desconocida en su núcleo familiar.
¿Qué de las y los hijos de las exiliadas?, ellos pierden la relación con sus abuelos, pierden el arraigo nacional, si logran retornar deben empezar una construcción, el costo psicológico de saber que tienen familia y que no pueden convivir con ellos, en los pequeños crea vacíos emocionales y afectivos.
Un grupo de mujeres exiliadas se unieron, crearon dos organizaciones una fue la “Asociación de Mujeres Hondureñas” con el propósito de atender a los hijos de las exiliadas dándoles ellas mismas una educación para que no perdieran sus raíces, le enseñaban tradiciones, costumbres, comidas y folklore, todo esto con el ánimo que sintieran el significado de ser hondureños y hondureñas.
La otra fue la “Asociación de niños residentes en el exilio” con el propósito de que los menores se sintieran parte de una comunidad, allí realizaban convivios, juegos, lecturas hondureñas y les hablaban del país.
“Es empezar de nuevo en un país donde no se conoce a nadie y lo más cruel es que es una condición involuntaria, iniciar nuevas relaciones de amistad, de trabajo, económica es duro, salir a pasear en soledad” adujo Ana.
La noción de los primeros meses de que van a volver a su tierra, pasan y se convierten en años, en ese tiempo (hubo un adolorido silencio, las lágrimas asomaron en las claras pupilas de Ana, alguien le acerca un vaso con agua, porque al contar lo que vivió, el sufrimiento de trece años acongoja su alma que jamás olvidara, se denotan en sus palabras entrecortadas); “una cree que las cosas ya van a pasar y que pronto volveré”.
Poco a poco las exiliadas se van dando cuenta que regresar no es una opción, comienza un período de asimilación de la situación, aceptación y adaptación a la nueva vida.
Aunque describió Ana, que hubo compañeras de exilio que nunca aceptaron su realidad, se encerraron en un círculo, se deprimían, se negaban a comer y a decir “prefiero morir que estar sola”, se auto sancionaban o simplemente se abandonaron; porque el proceso se alargaba.
“Mi hijo menor cuatro años después que regresamos me dijo: por fin me siento un poco hondureño; me impactó”, concluyó Ana.
Exiliada después golpe 2009
Después del golpe de Estado del 28 de junio del 2009 al presidente Manuel Zelaya Rosales un sinnúmero de compatriotas tuvieron que salir del país, porque vieron amenazadas sus vidas.
Rosario (ficticio, lleva 4 años en el exilio) aseguró que “yo no quería salir de mi país pero era necesario tenía muchos problemas pertenecía a un movimiento campesino y eso me trajo muchos problemas”, es madre de seis hijos.
¿Qué de los hijos e hijas que quedan? los niños de Rosario quedaron desprotegidos, algunos fueron repartidos entre familiares y otros con compañeros de movimiento, “Quedaron prácticamente en la calle, ya que me toco esconderme un tiempo en el país mientras encontraba la manera de salir”.
La exiliada dijo que al llegar al nuevo país no conocía a nadie lo que hizo más dura su estadía, tuvo que buscar la manera de sobrevivir limpiando casas, lavando, planchando en lo que le venía a la mano para hacer, “cuando no tenía trabajo debía cuidar cada centavo porque siempre hay que pagar los servicios básicos”.
En su país destino ayudan prioritariamente a refugiados y refugiadas de países en guerra declarada; Rosario comparó que “es muy duro, casi es estar muerta, deje a mis hijos, mi familia, no puedo regresar, es muy fuerte”.
Adujo que “No compa, mire en los movimientos que son prácticamente hombres, las mujeres servimos solo para hacer las tortillas, servir la comida y peor cuando una mujer tiene rasgos de lideresa, tratan de ridiculizar el trabajo, fue lo que hicieron conmigo, lo peor que hacen para manchar el trabajo de las mujeres es tratarnos de prostitutas; por eso no aceptan que una mujer sea lideresa”, al interrogarle sobre la solidaridad por parte de sus compañeras y compañeros de lucha, contestó que no existió en ningún momento.
Rosario tuvo un atentado contra su vida en agosto del 2010, un ex guardia de Miguel Facussé se le abalanzó con un machete, el que le produjo heridas en la cara, mano derecha, estuvo algunos días hospitalizada; a lo cual la respuesta de sus compañeros fue no denunciar, ya que adujeron que había sido un asunto pasional.
“Cuando se trata de amenazas y atentados a hombres visibilizan pero cuando es de mujeres se queda así, tengo información de compañeras que están luchando contra eso y las tienen maniadas, marginadas”, denunció Rosario.
Mencionó algunas organizaciones que le dieron apoyo como “COPA” y las mujeres de “Casa Luna”, en el momento que anduvo de casa en casa con su hijo de cuatro años en brazos.
En Tegucigalpa la ayudaron el Movimiento Visitación Padilla “Las Chonas” y COFADEH intervinieron para que pudiera salir del país.
Nuevamente el silencio invadió el lugar de la entrevista y Rosario estallo en llanto, extraña a sus hijos, su pequeño que en ese entonces tenía cuatro años llegara a su adolescencia sin saber lo que es tener una madre a su lado.
“Desde hace cuatro años, no he tenido una fiesta, para mí no hay navidad, no hay nada, se supone que toda la familia se reúne, para esa noche comerse aunque sea un pollo, pero yo no puedo celebrar sabiendo que mis niños están ahí”, Rosario no pudo seguir hablando el llanto se lo impidió.
El exilio en cualquier época de la historia de Honduras encierra sufrimiento, dolor y la desintegración familiar, se expresa en las lágrimas de las madres, hijas, hermanas, sobrinas, primas, algunas regresan para empezar de nuevo, otras jamás vuelven y hay de las que ese periodo es tiempo muerto sus mentes se resisten a acordarse de las experiencias que vivieron fuera de las fronteras.
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