jueves, 11 de febrero de 2016

El Dakar plantea el relato de la "conquista de la naturaleza" por la civilización


Por Eduardo Soler

La importancia cultural del Rally Dakar
La sexta edición del denominado "Rally Dakar" (sic) en Sudamérica vuelve a abrir el debate, pero sobre todo las protestas de un movimiento ambientalista integral. Frente a quienes expresan que la competencia es insignificante, se conocen sus impactos ecológicos y sociales directos. Además, tiene una relevancia más profunda, a nivel cultural. El Dakar plantea el relato de la "conquista de la naturaleza" por la civilización, la retórica de la colonización del desierto, que está presente en el modelo extractivista.

Desde su inicio en el 2009, cuando la competencia desembarcó en Sudamérica, las organizaciones ambientalistas se pusieron en alerta. Por un lado, existen informes sobre los impactos ambientales y sociales, que incluyen el paso de una gran cantidad de máquinas sobre un ecosistema frágil, como son los áridos. Del mismo modo, hubo declaraciones de sociedades de arqueólogos alertando sobre los daños que produce el rally en el patromonio cultural de los pueblos originarios. La lista se expande en los testimonios de pobladores afectados, así como es alarmante revisar la lista de muertos por accidentes provocados por el Dakar. Por ejemplo, en 2011 una persona murió en Catamarca.

Sin dejar de considerar la relevancia de todo ello, además de estos impactos puntuales, directos, insistimos en que la importancia del "Rally Dakar" es cultural. El mismo nombre nos da una pista de ello: aquí no estamos en Dakar, sino que la insistencia del signo viene por la continuidad del modelo de la colonialidad. Y desde la Comunicación Ambiental, es fundamental considerar la dimensión cultural como estructural en la crisis ambiental. Eso lo entienden las organizaciones, ya que son las mismas las que luchan desde hace años contra la sojización, contra la megaminería, contra el extractivismo en general. Por eso cuestionar al Dakar no es insignificante, sino lo contrario, sería ilógico no hacerlo.

El Dakar es una de las expresiones destacadas de esta concepción que visualiza al automovilismo como un deporte. El punto es polémico, pero se ha convertido en un deporte (otrora símbolo de la vida saludable), a una actividad que no hace más que incentivar la fascinación por el automóvil. Y no es una relación indirecta, en la Fórmula 1 los "equipos" son empresas, son grandes corporaciones, como Mercedes Benz, Ferrari, Honda, Ford, Toyota. ¿Acaso puede pensarse que empresas que dieron origen al fordismo y el toyotismo son poco importantes? Para que estas empresas mantengan sus ganancias, es necesario incentivar el extractivismo petrolero, en otras palabras, el fracking.

Un título ejemplar de Página 12: El Dakar como una guerra.
En este caso, en el Rally Dakar las marcas no tienen comparativamente tanto protagonismo, pero sí están, y muy presentes. Preparan sus modelos especiales, patrocinan, participan del show, que se produce en "el desierto" pero llega a nosotros por los medios masivos. ¿Y qué es lo que muestra justamente el "rally dakar"? La propia cultura "modernista", la tecnología que "vence a la naturaleza", en este caso superando "el desierto". El título que decidió hoy la edición de deportes de Página/12 es ejemplar al respecto. La conquista del desierto por el automóvil (o la moto, o el cuatriciclo). Aquella que aparece parodiada en una publicidad de "paseadores de autos", con un sentido posmoderno.

A nivel social, no podemos entonces enfrentar la seriedad que merece la crisis ambiental, si seguimos destinando (buena) parte de la reserva de energía (material, fósil, pero también espiritual) a este tipo de competencias. Puesto que si bien no es poco lo que gastan en combustible (en la propia competencia, con los autos de los equipos, con el traslado desde Europa, y otras partes del mundo civilizado, que se suman a los locales), también vuelvo al argumento. El principal impacto -más allá del propiamente ambiental y social- es cultural. Si este es nuestro deporte, si es nuestro espectáculo, si es nuestra cultura -en fin- la crisis ambiental permanecerá.

Todo esto lo estoy escribiendo ahora, pero lo aprendí personalmente durante un encuentro de reflexión sobre (contra) la megaminería, en la palabra de unas pobladores de la puna en nuestro noroeste. Luchadora en serio contra la megaminería, ella, nos contó entre risueña y orgullosa, como había expulsado a algunos competidores del Dakar, que querían pasar por su territorio. Mejor dicho, querían dañar la Pacha. Allí radica entonces la unión en la lucha: el Dakar no está aislado, es parte de una idea de la concepción entre esta conquista de la civilización sobre el desierto. Las protestas nos vuelven a recordar, otra vez, que tal desierto no está desierto, y que no quiere ser avasallado.

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