jueves, 7 de febrero de 2013
Guatemala y Honduras: ¿Bantustanes para ricos? IIº Parte
Por José Steinsleger
A río revuelto… Cuando así fluyen las cosas, los aventureros del imperialismo entrepeneur, con dudosas chapas académicas, se pasean por los países del otrora llamado tercer mundoseduciendo a políticos, intelectuales y gobernantes dispuestos a pagar por ideas modernas, que en realidad son cuentos para cazar bobos.
En Mauritania (agosto 2008) y Madagascar (marzo 2009), el economista Paul Romer (promotor mundial de las charter cities, o ciudades virtuales llave en mano con estatutos tipo Hong Kong), estuvo a punto de vender su distopía urbana, hasta que esos golpes de Estado hostiles a la comunidad internacional le frustraron el negocio.
Sin embargo, tras el cuartelazo que en junio de 2009 derrocó al presidente de Honduras Manuel Zelaya, el optimista Romer volvió a la carga. Y para su dicha, se encontró con un presidente, un Congreso y una clase dominante tan celosa de las ideas esclavistas del filibustero William Walker que en la frente, grabada a fuego, llevan la frase del magnate bananero Sam Zemmurray: en Honduras, una mula cuesta más que un diputado.
A Vicente Sáenz (1896-1963), intelectual y patriota costarricense que vivió y murió en México, nunca le gustó esa vieja frase, ya troquelada, en boca de inescrupulosos capitanes de industria. La usó también, como invento propio, Lincoln G. Valentine al referirse a Nicaragua y miembro de la dinastía que ha venido explotando en Honduras la Rosario Mining Company(Democracia y tiranías en el Caribe, de William Krehm, Editorial Parnaso, Buenos Aires, 1957, p. 135).
Mas cabe preguntar: ¿hay otra para ilustrar mejor la vocación entreguista y antipatriótica del Partido Nacional (sic, en el poder), cuyos diputados, recogiendo las ideas modernas de Romer, volcaron sus bancas en favor de la llamada Ley de Regiones Especiales de Desarrollo (RED), popularmente conocidas como ciudades modelo (2011)?
Las protestas contra las RED empezaron a hacerse sentir. En septiembre pasado, poniendo las barbas en remojo, Romer anunció que se retiraba del proyecto de las RED. Simultáneamente, el periódico inglés The Guardian publicaba la carta que le dirigió al presidente Porfirio Lobo, en la que afirma que no existían las condiciones para la Comisión de Transparencia. Comisión formada por el gobierno de Lobo, y en la que Romer era la única estrella. En el blog Pasaport del sitio Foreign Policy, apareció un artículo firmado por Joshua Keating: Some complications for Honduras Hong Kong.
Un mes después, la Corte Suprema declaró que la ley era inconstitucional. Entonces, el mismo Congreso que en 2009 convalidó el derrocamiento de Zelaya, defenestró la Sala de lo Constitucional al tiempo de preservar al único magistrado que no votó en contra de lasciudades modelo.
Por consiguiente, al pueblo hondureño le va quedando claro que las charter cities conllevan algo más que espacios urbanos y exclusivos para ricos (como de los tantos que abundan en México), ciudades cerradas y artificiales como el plástico Paseo Cayalá de la ciudad de Guatemala, o un megashopping, como el alucinante Dragon Mart, que se las trae en Cancún.
Carentes de legitimidad histórica, económica, cultural y social, las charter cities de Romer conllevan, en líneas generales, el sarcástico gerrymandering, término inventado por los periodistas de Massachusetts a inicios del siglo XIX, y que las ciencias políticas adoptaron después para fustigar las manipulaciones partidarias con fines electorales.
Las charter cities hondureñas tampoco serían blancas, como la mítica de posible origen maya que el inglés Theodore Morde aún buscaba en 1939, y al encontrar una de ellas la llamóCiudad perdida del dios mono.
De concretarse, las ciudades modelos que los políticos hondureños piensan construir con o sin Romer, se convertirán en una suerte de bantustanes, como los inventados por los racistas sudafricanos, pero al revés: for white only. ¿Acaso el propio término bantustán no fue utilizado por los críticos del apartheid en oposición a homeland (patria)?
En La guerra de Nicaragua, con prosa fluida, William Walker adelantó que el verdadero objetivo de su causa “… era establecer (en Nicaragua), una república militar y dividida en tres castas: la de los blancos de habla inglesa, compuesta de naturales del sur de Estados Unidos, que serían los dueños de la tierra; la de los esclavos para cultivarla, formada de negros e indios de pura raza, y la de los mestizos, verdaderos parias que debían ser despojados y destruidos sin piedad, entendiéndose por mestizos todos los demás centroamericanos”.
Agrega: “…la esclavitud negra tendría en Nicaragua una doble ventaja. A la vez que proporcionaría mano de obra para la agricultura, tendería a separar las razas y a destruir a los mestizos, causantes del desorden que ha reinado en el país desde la independencia” (Educa, Costa Rica, 1972, p. 253).
Me parece que frente a la hipocresía de los políticos hondureños, es cosa de agradecer la honestidad de aquel filibustero que con serenidad aceptó la pena máxima que, por motivos elementales de dignidad nacional, y así como el de México con Maximiliano, el digno pueblo hondureño le reservó.
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