viernes, 15 de febrero de 2013

César Lazo o el símbolo del escritor en Honduras



Por Galel Cárdenas

En Honduras los escritores y artistas nacionales  nunca fuimos de la partida de los dirigentes políticos de la nación.

Por alguna razón que sólo es comprensible por el grado de analfabetismo que posee la mayoría de los dirigentes de los partidos tradicionales y revolucionarios, los escritores somos vistos como entes raros, marginales, y fundamentalmente, estorbos sociales en las pretensiones políticas de la senda escabrosa hacia el  ascenso al poder.

Y es que admiran nuestra capacidad intelectual, y nuestra sensibilidad humana casi siempre beligerante y crítica, nuestra cultura siempre alerta y creativa,  pero, en el fondo somos personajes oscuros que de acuerdo con sus valoraciones podemos darle vuelta a la tuerca de la razón, misma que no es precisamente en muchos de los casos, la que acompaña ciertas decisiones políticas plenas de un  sin sentido y una contra lógica en el terreno de las acciones sociales.

Pocas veces al escritor y al artista en esta sociedad se le otorga el reconocimiento necesario del político que ha determinado hacer de las estrategias su carrera y modus vivendi en aras de obtener el poder público.

Por lo general el escritor y el artista somos  considerados un instrumento utilitario para proseguir la lucha social, somos  vistos como saltimbanquis o  bufones de la época medieval en pleno siglo XXI, a quienes  nos  usan  pero no nos  incorporan  al poder general para dirigir la nación, un partido,  el país, la territorialidad, la soberanía, etc.

A veces nuestras creaciones literarias, nuestras pinturas, músicas, escenografías, y demás otras expresiones artísticas están buenas para un acto público que prestigie un poco la carrera política, o simplemente un cuadro sirva solamente para ilustrar y decorar una buena pared de un edificio público o de la casa misma del gobernante que se ufana de poseer tales o cuales obras estéticas de los artistas nacionales.

Pero, cuando los poetas, los narradores, los ensayistas, nos ligamos al pueblo y nos ensuciamos la camisa, los zapatos y los brazos en las polvaredas de los barrios marginados,  con el ciudadano pobre, y después reclamamos nuestro lugar en las filas de la vanguardia del poder, allí comienza nuestro error, nuestro  padecer y nuestro marginamiento.

Precisamente esta imagen descrita en la introducción de este texto, es lo que le ha sucedido a César Lazo,  un reconocido hombre de letras de antaño, luchador, educador popular, militante revolucionario de los partidos de izquierda de la nación, ahora inserto hasta la médula en la militancia del gran partido de los pobres, el partido Libertad y Refundación.

Su beligerancia, su pensamiento crítico y su decidida lucha popular son los agravantes de la situación, circunstancia y  contexto que toman como deslealtad los  más acérrimos enemigos del comportamiento moral del compañero Lazo, ahora protagonista de una denuncia nacional e internacional en la cual se muestra a un alcalde y a un administrador municipal de poca monta, como intolerantes, dictatoriales y además funcionarios inhumanos que no observan las más elementales bases de la tolerancia política, que poseen  una capacidad vengativa vergonzosa tanto que lo confinan a un puesto donde la basura y los desechos humanos constituyen el entorno de este poeta nacional, de este novelista hondureño, de este ensayista catracho.

El infierno terrenal es el castigo a un escritor de la talla de nuestro amigo, compañero de lides políticas revolucionarias, utópico como todos los hombres de bien inscritos en el partido LibRe, en fin, un castigo inhumano porque el poeta padece de  varias enfermedades endémicas propias de nuestra nación, e incluso, próximo a una operación de su laringe.

Esta imagen es sencillamente el símbolo de un escritor, de un artista nacional, imagen de la degradación, imagen de la ofensa, la ignominia y de la infamia.

Ese es precisamente el puesto que nos han conferido los políticos, los dirigentes, los líderes, los guías y paladines de la política nacional.

En la historia de la vida de los escritores en Honduras, prevalece la injusticia, el olvido, el desprecio. Tantos casos de castigos como el que sufriera Juan Ramón Molina enviado a picar piedra en las calles de Tegucigalpa por el gobernante de turno. O como los casos de Jacobo Cárcamo y Alfonso Guillén Zelaya muertos en un exilio a veces  voluntario, a veces político. Algunos desaparecidos como si fuesen piltrafas humanas, enterrados muchas veces por los pocos amigos que les rodearon alguna vez.

Es el caso de Edilberto Cardona Bulnes,  el excelso poeta de Comayagua. Y ahora allí en el olvido inmisericorde de Pompeyo del Valle que sobre vive en la más absoluta soledad de la desmesura.

No existe la cultura del reconocimiento, la cultura de la valoración suprema de un creador,  la cultura del apoyo a los más preclaros hombres de la palabra, del pincel, de  la batuta, etc.

Porque los políticos del país de Morazán y Cabañas,  analfabetas en su casi totalidad, sólo ven el enriquecimiento personal, la corrupción como medio de enaltecimiento del dios del dólar, la comodidad de la desfachatez del oro, la traición a la patria como catapulta política para proseguir en la senda del desmoronamiento moral.

En fin, Midas de la cosa pública, donde los buitres y las serpientes anidan como ángeles de la guarda de lo pusilánime, mientras los vuelos de las águilas y los cóndores son perseguidos para evitar que las mayorías marginadas y desheredadas un día, junto a  sus poetas y artistas, alcen el cuelo hacia la reconquista de la patria sublime y justa.

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