viernes, 15 de febrero de 2013
César Lazo
Por Aníbal Delgado Fiallos
La suerte de los intelectuales en Honduras no ha sido la mejor; en nuestra historia encontramos gobiernos que por mera ojeriza política han cometido contra insignes poetas, escritores y artistas los más indignantes atropellos: los han perseguido o han convertido para ellos en insoportable el dulce ambiente de la patria.
Terencio Sierra envió al poeta Juan Ramón Molina a picar piedra en la construcción de la carretera del Sur; la dictadura militar persiguió y encarceló a Pompeyo del Valle; don Tiburcio mantuvo en el exilio a Alfonso Guillén Zelaya, Rafael Heliodoro Valle, Froilán Turcios y Medardo Mejía; a muchos se les ha negado la oportunidad de ganarse el pan de cada día; el poeta Sosa fue despedido de la Universidad…
En México y en las tierras centroamericanas se cuentan por decenas los intelectuales hondureños que han tenido que pedir refugio frente a la acción represiva de los dictadores y en el país mismo también hay centenares de casos de hombres de letras que han sufrido persecución económica, la más cruel de las persecuciones.
Para los dictadores, caudillos o mandamases presumidos, la presencia del intelectual libre es insoportable, porque el plante indoblegable de este es un insulto a aquella personalidad retorcida cargada de complejos de inferioridad: el dictador guatemalteco Jorge Ubico propuso al dirigente hondureño Juan Pablo Wangright, a la sazón preso, convenios indignos a cambio del perdón, y la respuesta del intelectual fue un escupitajo en el rostro; de esto al fusilamiento no pasaron más que momentos.
Se necesita estar dotado de una cultura muy amplia para entender el alma de los poetas, por eso es que a muchos políticos y burócratas, generalmente horros de instrucción, les resulta difícil congeniar con ellos; la peor parte de la relación recae sobre el segmento materialmente más débil, y allí tiene su origen la arbitrariedad o la venganza.
César Lazo, intelectual hondureño de valía, poeta y político, es víctima en este momento de un caso de verdadera arbitrariedad en una regiduría de la Municipalidad de San Pedro Sula: por no sé qué falta de entendimiento con su jefe, que de paso es su correligionario en el partido Libre, ha sufrido una serie de degradaciones, meras vejaciones, que han finalizado con su envío a trabajar en el basurero municipal en condiciones que no van con su salud, su edad ni su formación cultural.
Pueden alegarse faltas, relaciones personales difíciles, lo que sea, pero lo que jamás se justificará es que alguien investido de autoridad trate a un empleado con despotismo tal, máxime tratándose de un intelectual que brinda a la sociedad hondureña, a nuestro pueblo, su talento, sus más exquisitos pensamientos y su lucha.
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