jueves, 14 de febrero de 2013
Decadencia del Partido Liberal
Por Aníbal Delgado Fiallos
Por muchos años estuvimos repitiendo que el liberalismo hondureño es el partido de las grandes transformaciones sociales; frase de efecto, recurso manoseado en las tribunas electorales repetido hasta la fatiga por oradores que no han tenido nada qué decir.
Usada con toda propiedad en las décadas del sesenta cuando aún estaban frescas las realizaciones de Villeda Morales, surgía como himno de batalla de la boca de ciudadanos liberales honrados, comprometidos con la lucha de los hondureños por la democracia y la libertad.
Cincuenta años después, en este momento, es una frase hueca porque hace días el liberalismo dejó de ser aquel partido de la esperanza, su dirigencia política es otra, son hombres y mujeres que hacen fila con lo más atrasado del país y de los partidos y grupos reaccionarios; en el Congreso votan con ellos, en la tribuna hablan como ellos y su comportamiento político administrativo es el mismo: la corrupción, el oportunismo y la alta traición a la patria, dolencia cívica mortal, los tiene arropados.
Es algo que se veía venir y se había venido advirtiendo con insistencia; la generación de líderes reformistas envejeció y no dejó descendencia; la época de las traiciones comenzó cuando se iniciaron los pactos con los militares golpistas en la década del 60 y la integración de los famosos gobiernos de conciliación nacional, se fortaleció con el régimen de Suazo Córdova y fue adquiriendo perfiles trágicos en las décadas siguientes, cuando poco a poco las dirigencias libero conservadoras fueron adquiriendo posiciones dominantes y deshaciéndose vía marginación por escrúpulos ideológicos, de lo poco bueno que iba quedando.
La dirigencia partidaria de hoy, que reúne características de mediocridad, opacidad y falta de representatividad, es la medida exacta de los límites del Partido, y lo señala la reciente encuesta de Cid Gallup; es una caída libre que solo una voluntad colectiva intrépida y un movimiento de ruptura con todo lo podrido pueden revertir.
Para mí esto es doloroso porque me formé en las filas de aquel partido vigoroso, alegre, democrático de ancha base popular; ver el grueso de sus representantes en el Congreso votando por las peores causas, y escuchar un discurso anémico sin resonancias transformadoras, no calza con la visión de reforma social y de ética política que asumimos.
De la condena histórica son pocos los que se salvan, los conozco, ¿no serán ellos la semilla del renacimiento?
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