sábado, 16 de febrero de 2013

"Los periodistas somos vendedores de miedo”: Félix Molina




Periodista Félix Antonio Molina

Desde el golpe de Estado que en 2009 expulsó a Manuel Zelaya fuera del poder, Honduras no ha cesado de escalar posiciones en las listas de países en los que ejercer el periodismo es una actividad peligrosa. Las amenazas se han multiplicado, constata el periodista Félix Antonio Molina, y el balance arroja la preocupante cifra de 29 informadores muertos desde marzo de 2010. Los cinco candidatos electorales asesinados antes de las elecciones primarias de noviembre 2012 no hacen prever nada bueno de cara a los próximos comicios, en noviembre 2013.

Sin embargo, Honduras es más que un cómputo de víctimas mortales. Desde su programa “Resistencia”, de Radio Globo, Molina habla cada día de las iniciativas que se gestan en el país centroamericano, del valor de sus ciudadanos y de un inquebrantable “espíritu colectivo de lucha por el cambio”. Reconocido con el estadounidense premio Samuel Chavkin a la integridad en el periodismo latinoamericano, el hondureño nos habla sobre su trabajo y los problemas que enfrentan él y sus colegas de profesión.

DW Akademie: Cuando en Alemania se menciona a Honduras es casi siempre para decir que se trata de uno de los países más peligrosos del mundo, ¿cómo describiría usted la situación?
Félix Molina: Honduras es, ante todo, un país tras un golpe de Estado, remilitarizado, con una institucionalidad frágil y una impunidad total. Nunca antes hubo una cifra semejante de periodistas asesinados y, al mismo tiempo, la capacidad de las autoridades para investigar los hechos y sancionar a los responsables es cero.

La policía se encuentra en una situación de franco descalabro ético. Está siendo intervenida y depurada por su implicación con el crimen organizado generador de violencia, pero el proceso es muy lento. Y por si fuera poco, esto ocurre en un escenario donde operan las bandas criminales que movilizan casi toda la droga que cada año entra al mercado de los Estados Unidos.

Eso significa que son varios los actores que amenazan a los periodistas: el narcotráfico, la policía…
Exacto. Las limitaciones a la libertad de expresión en el año 2000 las encabezaban el monopolio y el oligopolio de los medios, seguidos por la corrupción en el sector privado y estatal y la corrupción que la política generaba dentro de la misma prensa. Muy distante aparecía el tema del narcotráfico o el crimen organizado versus la libertad de expresión. Después del golpe, eso se ha invertido. Y ya no es la censura directa de un grupo económico el problema, sino el miedo colectivo como mecanismo de control que lleva a la autocensura y, aún peor, que hace que cada vez menos fuentes estén dispuestas a hablar.

Diversas instituciones – la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, las Naciones Unidas, Amnistía Internacional, Reporteros sin Fronteras – han hecho propuestas para que el Estado hondureño mejore el clima de confianza en el ejercicio de la libertad de expresión y de prensa, pero ninguna de ellas ha sido implementada. Y muchos periodistas abandonan el país. No es lo deseable, pero es la realidad. No vas a estar eternamente arriesgando tu vida y la de tu familia, a la espera de la muerte.

Usted viaja mucho por Honduras, va a los pueblos, conversa con la gente… ¿Cómo se protege?

Cambio de carro todas las veces que me es posible, nunca digo al público a dónde voy y siempre salgo lo más rápido que puedo de cada lugar. No me quedo a socializar ni a dormir porque eso me hace vulnerable.

¿Suele llevar protección o va solo?
Generalmente voy solo y coordino con equipos de confianza en cada localidad, como los Colectivos de la Resistencia, organizaciones de derechos humanos locales u organizaciones sociales de cobertura regional. Cuando me muevo a una zona, ellos saben puntualmente a dónde voy y a qué voy.

¿Qué influencia tiene la labor periodística en su vida privada?
Las medidas de seguridad que hemos tenido que empezar a tomar estos últimos tres años -no llegar siempre por el mismo camino, no salir siempre a la misma hora, nunca departir en sitios abiertos de entretenimiento o dormir en hoteles reconocidos – te cambian la vida. Yo procuro evitar convivir con el miedo y cada noche animo a la gente a que haga lo mismo. El miedo es una construcción, es parte de la oferta de un sistema que quiere sacar a los ciudadanos de los espacios públicos, es un impulsor de compra. El miedo vende armas, chalecos, perros, servicios electrónicos de vigilancia… Vende partidos políticos, presidentes, votos.

Y los periodistas somos vendedores de miedos. Es esa narrativa la que se refiere siempre a Honduras como un país con 29 periodistas muertos. Es esa narrativa la que retrata a San Pedro Sula como la ciudad más violenta de América Latina, ahora sustituida ya por Ceiba. Es esa narrativa la que genera el perfil de país extraño al que nadie quiere ir.

¿Y eso le molesta?
Sí, esa narrativa me molesta.

No hace mucho, la televisión alemana emitió precisamente uno de esos reportajes que hablan de la ciudad más peligrosa del mundo, ¿qué le diría a los autores?
Les diría que se ocupen también de las iniciativas ciudadanas, que hay muchas: en pro del arte colectivo, del teatro callejero, la defensa de territorios, de comunicación popular comunitaria, la ocupación y organización juvenil.

¿Deberían los medios internacionales cambiar el foco con el que informan sobre países como Honduras?
Sí, porque ese foco no ofrece un retrato favorable para la gente, el pueblo. En Honduras existe, como mencionaba, un movimiento ciudadano de resistencia social, cultural contra la hegemonía informativa, que plantea un cambio en ámbitos esenciales como la política, la educación, la participación ciudadana. Ese proceso se mira menos o nada, oculto por la narrativa de la violencia que es rentable para grupos económicos y centros de control hegemónico.

Volviendo al miedo de las fuentes que mencionaba antes, ¿cómo hace usted para que hablen?
El hecho que hablen o no depende del tema. Si en Honduras preguntas por las operaciones del narcotráfico en los bancos, partidos políticos o en las iglesias, o sobre el sistema de corrupción que atraviesa a la sociedad, es probable que nadie te conteste. Yo intento tratar otras cuestiones. La participación ciudadana, la resistencia a los monocultivos, al represamiento de los ríos, la inclusión de la mujer en las decisiones. Pero sí, hay cosas que deliberadamente no tocamos. Y cada día nos queda una sensación de déficit por no poder decir lo que deberíamos.

¿Podría Internet, como hemos visto en los países árabes, ejercer también en América Central una fuerza que impulse el cambio?
En Honduras, el problema es el acceso a la Red. El número de personas, hogares e instituciones con conexión ha aumentado, pero sigue siendo muy bajo. Y en el campo es nulo. Sabemos que la tecnología es capaz de superar rápidamente cualquier obstáculo geográfico, pero aquí estamos ante una dificultad de costos-ingresos. Según la CEPAL, el 78% de las familias hondureñas sobreviven con menos de dos dólares diarios. En ese presupuesto no cabe la inversión en comunicación.

Nosotros tenemos que seguir trabajando con la radio popular, impulsando la democratización del espectro radioeléctrico, para la participación directa de la gente en el ejercicio de los derechos a la información, expresión y comunicación. Somos un país de tradición oral, que primero oye, después mira y por último lee. En algún momento habrá que invertir esa pirámide, pero por ahora la oportunidad está en los medios alternativos, que experimentan una verdadera ola en Honduras. Cada vez son más los barrios, las agrupaciones que piden una radio comunitaria, y los programas de ayuda internacional que contemplan el apoyo en este ámbito también. La gente quiere hablar y eso es bueno, hay que acompañarla.
Entrevista: Steffen Leidel/lb

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