sábado, 23 de marzo de 2019

De crisis y monstruos


Rebelion

Por Katu Arkonada

La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos morbosos más variados.
Con esta frase, escrita en sus Cuadernos de la Cárcel, el teórico marxista de la hegemonía Antonio Gramsci definía los momentos de crisis, aquellos donde lo viejo no termina de morir, y lo nuevo no termina de nacer, momentos de monstruos.

El tiempo histórico que vivimos es precisamente ese, donde Trump en Estados Unidos y Bolsonaro en Brasil son expresiones monstruosas de un momento de confusión donde tenemos más preguntas que respuestas.

Ni Trump, ni Bolsonaro eran los candidatos de las élites políticas y económicas en sus respectivos países. Hillary Clinton era la candidata de Wall Street y el complejo industrial-militar estadounidense, y Geraldo Alckmin, ex Gobernador de Sao Paulo, era el candidato de la burguesía brasileña. Y, sin embargo, ninguno de las dos gobiernas los 2 países más grandes (en extensión, población y PIB) del continente, y en su lugar han surgido otros fenómenos mórbidos.

Si bien es cierto que el ciclo progresista que comenzó en 1998 con la victoria del Comandante Chávez hoy vive un momento de reflujo, que podemos situar precisamente con la muerte de Chávez en 2013, momento acelerado en Venezuela mediante las guarimbas en 2014 y 2017, y el golpe en tiempo real impulsado por Estados Unidos de 2019, que se traduce en la autoproclamación de Guaidó del 23 de enero, el “cerco humanitario” del 23 de febrero, y el sabotaje eléctrico de marzo, también es cierto que la derecha continental no ha podido consolidar ningún proyecto alternativo al posneoliberalismo que llegó a gobernar hasta 10 países de América Latina y el Caribe al mismo tiempo.

En este tiempo de monstruos no hay un solo gobierno de derecha y mucho menos ningún liderazgo que se haya consolidado como alternativa. Mientras tanto, el proyecto neoliberal sigue dejando caos y destrucción social a su paso.

Ejemplos tenemos muchos. El más cercano, y a la vez más desconocido es el de Haití, el primer país de América Latina y el Caribe en proclamar su independencia (1804). El país de Toussaint-Louverture, que, a pesar de cumplir 215 años de liberarse del yugo colonial, el neocolonialismo impulsado por Estados Unidos, con la complicidad de la “comunidad internacional”, han dejado un país donde al shock neoliberal le ha seguido la implementación de un presupuesto criminal al servicio de una nueva burguesía absolutamente corrupta. El resultado es más pobreza y muerte para el pueblo a cuya revolución América Latina y el Caribe le deben tanto.

Muy cerca de Haití, tenemos a Honduras, donde primero un golpe militar, y luego un fraude electoral, han consolidado un sistema neoliberal cuyo principal objetivo es seguir manteniendo la principal base estadounidense (y la pista de aterrizaje más grande) de Centroamérica.

Y si seguimos bajando hasta Sudamérica, y miramos entre los gobiernos de derecha que se articulan en el Grupo de Lima, y apoyan al autoproclamado Guaidó (nada es casualidad), pues ahí tenemos a Colombia, donde desde los acuerdos de paz, casi cada día asesinan a defensores de los Derechos Humanos, defensores de comunidades indígenas, o afrocolombianos. Solo en 2018 fueron 110 líderes sociales asesinados (30 en lo que llevamos de 2019) mientras la popularidad de Iván Duque se desploma del 53% al 27%.

Mientras tanto en el Brasil de Bolsonaro, a un año del asesinato de la activista afrobrasileira y feminista Marielle Franco, concejal del PSOL en Río de Janeiro, aumentan las sospechas de la vinculación de los hijos de Bolsonaro con los comandos paramilitares que la ejecutaron. En ese Brasil donde tuvieron que dar un golpe dentro del golpe para que hoy no gobierne Lula da Silva, el 2 veces diputado Jean Wyllys, símbolo de la lucha por los derechos LGTBIQ, ha tenido que exiliarse en Europa debido a la persecución política que sufría y que le obligaba a vivir con escolta policial.

Nuestro viaje por la América Latina de claroscuros continua por la Argentina de Macri, donde las tasas de pobreza son ya las más altas de la última década, al mismo tiempo que la deuda con el Fondo Monetario Internacional supera los 50.000 millones de dólares. El mismo camino que recorre un señor de apellido Moreno en Ecuador, endeudándose con el FMI y el Banco Mundial por 10.000 millones de dólares. Las contraprestaciones ya las conocemos de sobra en América Latina, recortes en gasto social que van a sufrir los sectores más humildes.

Todo ello mientras la ultraderecha se prepara para asaltar el Parlamento Europeo el 26 de marzo y Estados Unidos, cuya hegemonía se tambalea en el nuevo mundo multipolar, va a vivir un año y medio de ofensiva política, militar y cultural con el objetivo de impedir una victoria demócrata (algo que le vendría muy bien al gobierno mexicano) y lograr la reelección de Trump.

Es en este momento gramsciano donde lo viejo no termina de morir, y lo nuevo no termina de nacer, en este momento de monstruos, donde debemos acertar con las respuestas a nuevas y viejas preguntas. Donde la izquierda debe demostrar que puede volver a acumular política y socialmente frente a una derecha sin proyecto ni liderazgos sólidos, pero con un modelo económico muy definido, el neoliberal que tanta destrucción social ha dejado en los pueblos de Nuestra América.

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