lunes, 12 de noviembre de 2012
La segunda revolución
Por Mike Marqusee *
El año 1792 en Francia fue el año de ‘la segunda revolución’. El 10 de agosto se destronó al rey, lo que puso fin a un periodo de tres años de ‘monarquía constitucional’ incómodo. Durante meses la asamblea legislativa había estado en conflicto con Luis XVI al tiempo que se libraba la guerra contra los invasores austriacos y prusianos. Las masas parisinas resolvieron dicho conflicto mediante la acción directa; invadieron el palacio de Les Tuileries y detuvieron al rey. En respuesta, la Asamblea convocó elecciones generales que fueron las primeras europeas con sufragio universal de adultos varones. Pasarían 80 años antes de que se repitiera el ejercicio.
Las elecciones -celebradas en las primeras dos semanas de septiembre- fueron festivas, profundamente democráticas y marcadas por debates de amplio alcance, cuyas consecuencias fueron una confirmación sonora de la acción de las masas parisinas. Los 750 diputados elegidos para la ‘convención’ se comprometieron abrumadoramente con la formación de una nueva república, aunque pronto se pelearían violentamente sobre el rumbo de ésta.
Los acontecimientos del 10 de agosto habían dado paso no sólo a una nueva república sino también a un nuevo poder: los parisinos plebeyos que más tarde serían los sans-culottes. Organizados por secciones (comités de vecindad) y la comuna de París, durante el año siguiente se movilizaron repetidamente con el fin de que la convención -a menudo reacia- aceptara su ‘programa popular’. Dicho programa incluía no sólo medidas rígidas dirigidas a los ‘contrarrevolucionarios’ sino también controles sobre los precios y acciones contra los acaparadores y especuladores. Si se trataba de una ‘revolución burguesa’ a alguien se le había olvidado decírselo a los sans-culottes.
Un éxito editorial revolucionario
El impulso revolucionario traspasó las categorías establecidas y las barreras antiguas. En las Islas Británicas el éxito editorial fue Rights of Man [derechos del hombre] de Thomas Paine que gracias a su estilo sencillo y vibrante y su bajo precio llegó a cientos de miles de personas, entre ellas a los artesanos y obreros. En la primera parte, publicada a principios de 1791, Paine defendió la Revolución Francesa y desenmascaró lo que pasaba por ser la constitución británica. “La cuota de libertad disfrutada en Inglaterra”, observó, “es justo la suficiente para esclavizar a un país con más éxito que mediante el despotismo”.
En la segunda parte, publicada en febrero de 1792, Paine desarrolló sus argumentos republicanos. Al insistir en que “sólo reformas parciales desembocan en ventajas parciales”, advertía de que “el cambio de ministros no sirve para nada. Uno sale, otro entra y permanecen las mismas medidas, los mismos vicios y las extravagancias. No importa quién sea el ministro. El fallo reside en el sistema”.
Lo más extraordinario es que en la segunda parte Paine extendió la revolución democrática hacia el reino económico. Identificó la contradicción central del progreso europeo: “Gran parte del género humano en los llamados países civilizados se encuentra empobrecida y desgraciada, muy por debajo de las condiciones de los indios de Norteamérica.” A continuación propuso detalladamente lo que más tarde se conocería como el Estado de bienestar: prestaciones para los mayores, los impedidos y los padres de niños pequeños, educación primaria universal y obras públicas para proporcionar empleo provechoso. Todo esto ‘no es una gracia que se concede sino un derecho’. Y se financiaba mediante un nuevo sistema fiscal progresivo y recortes en los gastos militares. La búsqueda de la democracia había llevado a Paine hacia la democracia social.
Se comprobó la acogida pública de las ideas de Paine mediante el rápido crecimiento de la London Corresponding Society (LCS), junto con organismos similares en Sheffield, Manchester y otros lugares. Dedicadas a la reforma parlamentaria y el sufragio masculino universal, las corresponding societies fueron las primeras asociaciones políticas plebeyas de Gran Bretaña. Cobraban una cuota de sólo un penique a la semana. El secretario que fundó la LCS -el zapatero Thomas Hardy- explicó que sus miembros representaron a “una clase de hombres que se merecen mejor trato que el que suelen recibir de aquellos que se alimentan, se visten y se enriquecen de su mano de obra, industria e ingenio”.
Paine y las corresponding societies crearon un nuevo polo democrático radical en la política británica que estaba sinceramente opuesto al gobierno Tory [tradicionalista y conservador] de Pitt y cuestionado por él. Atrapados entre los dos, los whigs liberales [monárquicos constitucionales] vacilaron. Fox y un pequeño grupo resistieron los ataques a las libertades civiles y la deriva hacia la guerra con Francia, pero se les aisló gradualmente. Al cabo de un año los dirigentes whig, movidos por su temor a la revolución, se habían unido al discurso de Pitt; ésta no fue la última ocasión en que los Liberales responderían a una crisis mediante la alineación con la reacción Tory.
La rebelión global
París fue el epicentro, pero las repercusiones fueron globales. El contagio revolucionario se extendió a Irlanda, donde los United Irishmen [irlandeses unidos] se habían formado un año antes y a Escocia donde, en diciembre de 1792, los Edinburgh Friends of the People[amigos del pueblo] organizaron una ‘convención general’ por la reforma parlamentaria a la que asistieron 160 delegados de 35 ciudades y pueblos escoceses.
En el Caribe una revuelta de esclavos sin precedentes convulsionó a la colonia francesa de Saint-Domingue (ahora Haití). El 19 de agosto, el hombre que llegaría a ser su general más grande hizo un llamamiento: “Hermanos y amigos, soy Toussaint Louverture; quizá me conozcáis. Estoy comprometido con la venganza. Quiero libertad e igualdad para reinar en Saint-Domingue. Trabajo para este fin. Unios a nosotros y luchad con vuestros hermanos…” Por primera vez, las ideas de la Ilustración europea se volvieron contra el poder europeo.
Los derechos de las mujeres
Bajo las condiciones extraordinarias de 1792 el tema de los ‘derechos del hombre’ se convirtió brevemente en los ‘derechos de la mujer’. El 6 de marzo Pauline Leon, que hacía chocolate en París, leyó una petición dirigida a la Asamblea legislativa que reclamaba la formación de una guardia nacional femenina. Firmaron la petición 319 parisinas que incluían a cocineras, costureras, vendedoras de mercado y las esposas e hijas de zapateros, carniceros, abogados y doctores.
El 26 de marzo Theroigne de Mericourt, de 30 años y una figura considerada por historiadores y novelistas tanto un romántico como un demonio, defendió en un discurso dirigido a una de las secciones parisinas el derecho de la mujer a coger las armas y lo llevó a un terreno más amplio. “Comparen lo que somos y lo que deberíamos ser en el orden social… Rompamos nuestras cadenas. Ya es hora de que las mujeres salgan de la nulidad vergonzosa en que la ignorancia, el orgullo y la injusticia de los hombres las mantienen esclavizadas desde hace tanto tiempo”.
Al otro lado del Canal de la Mancha, Mary Wollstonecraft terminaba su Vindication of the Rights of Women [reivindicación de los derechos de la mujer]. Aunque Wollstonecraft se aproximó a este trabajo con prudencia al centrarse principalmente en los derechos de las mujeres a la educación sin apenas insinuar la igualdad política, las clases ‘refinadas’ acogieron su trabajo con horror y lo condenaron al olvido durante gran parte del siglo.
Compartió este destino con muchos revolucionarios de 1792, que fue también un año de reacción. La proclamación real del mes de mayo, destinada a Paine y las corresponding societies, marcó el inicio de una década de represión (Pitt’s Terror [el terror de Pitt] según la leyenda popular), tan severa como cualquier periodo de la historia británica. El resultado fue acallar la disidencia radical y aplastar las aspiraciones populares; durante dicha represión las elites del momento moldearon el moderno nacionalismo británico, cuyas consecuencias seguimos padeciendo.
El mismo Paine se libró de que lo detuvieran cuando en el mes de septiembre cruzó el Canal de la Mancha para ocupar su escaño como diputado elegido en la convención. El primer revolucionario internacional del mundo planteó un desafío ante sus colegas: “Al presenciar la abolición de la realeza y el establecimiento de la república, toda Francia ha retumbado con aplausos unánimes. Sin embargo algunos que aplauden no entienden la condición que dejan ni la que asumen… derrocar un ídolo es poco; es sobre todo el pedestal lo que hay que quebrar”.
Encarcelamiento y derrota
Algo más de un año después a Paine le encarcelaría la revolución que él celebró. Con ocasión de su liberación después de 11 meses volvió a la convención para volver a plantear su compromiso con la revolución y advertir a los diputados, sin éxito, de que no limitaran el derecho al voto a las personas que tuvieran propiedades.
A corto plazo los radicales demócratas de 1792 padecieron la derrota, el aislamiento, el encarcelamiento o la muerte. Se prohibieron los clubes políticos de mujeres en noviembre de 1793 y casi todas las militantes fueron víctimas de las purgas que tuvieron lugar entre 1793 y 1795. Toussaint murió en una cárcel francesa. Algunos dirigentes de la LCS y la convención de Edimburgo fueron encarcelados y otros enviados a Botany Bay [emplazamiento de una colonia penal en Australia]. En 1798 los irlandeses unidos fueron derrotados, al precio de 30.000 vidas humanas.
Se tardarían otros 120 años antes de que Irlanda consiguiera una libertad parcial y las mujeres pudieran votar. La lucha anticolonial, inaugurada en Haití, sigue incompleta. La democracia social imaginada por Paine sólo tuvo lugar después de 1945 y sus vestigios se están eliminando ahora. De modo que, ¿fueron ‘prematuras’ todas estas luchas, destinadas a fracasar, una pérdida de pasión y esfuerzo? Los lectores podrán sacar sus propias conclusiones.
* Mark Marqusee escribe regularmente en Red Pepper y es autor de libros sobre cultura y política.
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