sábado, 3 de noviembre de 2012
Golpistas contra golpeados en las elecciones de Honduras
Por Soldepaz / Pachakuti
El sábado 13 de octubre la plaza de Copán se llena de gente campesina-indígena que numerosos carros y camiones no paran de transportar para participar en el mitin del candidato. Les dan comida y les sacan “de fiesta”, en una mezcla de ofrecimiento y obligación, para inducir al voto de una de las corrientes de los partidos tradicionales, Nacional y Liberal, que se han repartido el poder desde siempre.
Nos preguntamos si estas mismas “bases” servirán para las elecciones primarias del 18 de noviembre en las que compiten siete corrientes por el Partido Nacional y tres por el Partido Liberal.
No parece que haya suficiente “base” para tantas “corrientes” que defienden casi exactamente lo mismo en privilegios, utilizan el mismito lenguaje electorero y colocan la misma ambigüedad en sus carteles con un mar de caras que contribuye a la confusión premeditada, para que de allí emerja lo que el Tribunal Electoral decida, como siempre ha sido, incluyendo la manipulación de las votaciones.
El tribunal que decide se reparte entre liberales y conservadores. Y ese árbitro parcializado decidirá si la nueva fuerza electoral, el Partido Refundación y Libertad (LibRe), tiene o no votos suficientes.
LibRe es ahora el partido de Manuel Zelaya que compitió en el modelo imperante en 2006 y le ganó en las internas liberales a Micheletti, proclamado presidente en el golpe de Estado del 28 de junio de 2009.
Frente al golpe de Estado se generó una resistencia fortalecida por organizaciones sociales tradicionales y otras de nueva creación y las calles se llenaron de vida democrática hasta el Acuerdo de Cartagena (con la intervención de los gobiernos de Colombia y de Venezuela) para el regreso de Zelaya al país … y lo demás que permanece en secreto.
Secreto a voces: el regreso de Zelaya establecía el “derecho” a participar en el amarrado circo electoral hondureño y la creación de un partido “de la resistencia” a cambio de la desmovilización en las calles.
A la resistencia le costó asumir el pacto. En una primera asamblea (el 26 de febrero del año pasado) no se apoyó la opción de las urnas pero en la del 26 de junio sí tuvo mayoría la propuesta electoral, que ha generado expectativas y ha cambiado las energías del movimiento de resistencia, ahora todas dedicadas al entramado de la campaña, jugando en cancha ajena con las reglas tradicionales.
La Resistencia no se ha roto formalmente pero hay una división entre los electoralistas y los refundacionistas, que es como se denomina a los colectivos y organizaciones que siguen reclamando una Asamblea Constituyente para la refundación del país.
Conservar lo acumulado en la resistencia popular
En la corriente refundacionista están los que nunca tuvieron nada que ver con las elecciones, los movimientos populares, indigenas y de derechos humanos, cuyas tareas, independientes de los partidos, continúan como siempre. Y que propusieron sin éxito en el Frente de la Resistencia que no se metieran todavía en la vorágine electoral, sino que esperaran otros cuatro años, plantando cara a los problemas urgentes de la minería ,de la distribución y recuperación de tierras y territorios, de la democracia auténtica, de la soberanía nacional, de la lucha magisterial, del patriarcado insoportable, para crecer y cohesionarse como fuerzas alternativas frente a las familias oligárquicas que todo lo controlan.
A la expectativa electoral se han sumado con más gusto quienes procedían del Partido Liberal, algunos que son ahora diputados y a los que el nuevo partido LibRe les permite cambiar de chapa pero también sectores significativos del sindicalismo combativo, cuyas corrientes puede ser que no consigan competir, por su inexperiencia, en el molde estrecho y antidemocrático de las elecciones.
En las primarias de LibRe se ha permitido inscribir a cinco corrientes (había más que el tribunal no aprobó), mientras que la candidatura presidencial ha sido decidida por las cúpulas, “en consenso”, sin decisión de las bases, en la persona de Xiomara Castro, la esposa de Zelaya.
Por fuera del Frente quedó otra candidatura de gente que participaba de la resistencia como Andrés Pavón, del Comité de Defensa de los Derechos Humanos, que postula a presidente por el Frente Amplio de la Resistencia, con lenguaje de izquierda y marcado tinte personalista, y Unificación Democrática (UD), un partido nacido de la fusión de cuatro pequeñas formaciones de izquierda, incluido el Partido Comunista, que se diluyeron para participar en las elecciones de 2001. Posteriormente la UD fue acusada de oportunistas y ha sufrido escisiones porque su líder, Cesar Ham, fue candidato presidencial tras el golpe, avalando en cierta forma la contienda que dio ganador a Lobo. Posteriormente Lobo lo nombró ministro director del Instituto Nacional Agrario (INA), la institución que tiene que resolver el conflicto de la tierra, uno de los más importantes del país donde se enfrentan los latifundistas y el campesinado y las comunidades indígenas y negras.
Otras siglas y partidos menores completan la lista, más amplia que nunca, del enrevesado panorama electorero hondureño, en un clima de violencia social extrema, que produce veinte muertos al día, y de continuidad de los conflictos esenciales: la tierra, los derechos indígenas, la educación pública, el desempleo y la emigración, junto a la entrega, otra vez, de soberanía a narcotraficantes y empresas extranjeras a través del proyecto de ciudades modelo, que de momento ha sido anulado por los tribunales pero que el presidente Lobo no deja de promocionar.
La presidencia de Xiomara Castro podría suponer un desprestigio y la desmoralización acelerada del acumulado de la Resistencia Popular generada tras el golpe de Estado, cuyos responsables, como denunció este mes la Comisión de la Verdad, no han sido enjuiciados y sólo son condenados por los gritos pintados en las paredes de las ciudades hondureñas.
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