viernes, 2 de noviembre de 2012

Debate sobre los debates


Progreso Semanal

Por Bill Press

Se han hecho muchos comentarios acerca de cómo los candidatos se desempeñaron en los últimos tres debates. Barack Obama se quedó dormido en el primero. Un nervioso Paul Ryan tragó cinco galones de agua en el segundo. En el tercero, Candy Crowley le dio un tortazo a Mitt Romney por haber mentido acerca de Libia.

Lo que no se ha hecho hasta ahora es un debate acerca de los debates. Sin embargo, su mera existencia plantea varias preguntas importantes. ¿Quién hace las reglas para los debates? ¿Bajo qué autoridad? ¿Quién paga los costos? ¿Y por qué debe haber algún debate?

La mayoría de nosotros coincide en que los debates presidenciales son una buena idea. Después de todo, si alguien quiere obtener el empleo más poderoso de la tierra, tenemos derecho a ver cómo se van desempeñar. ¿Pero por qué solo los candidatos de los dos principales partidos? ¿Por qué no se permiten las notas? ¿Por qué no puede haber aplausos del público?

Los debates están controlados en la actualidad por la Comisión para los Debates Presidenciales. No siempre fue así. De 1976 a 1984, la Liga de Votantes Femeninas patrocinaban los debates presidenciales. Pero ni la campaña de George H.W. Bush ni la de Michael Dukakis querían que la Liga siguiera desempeñando ese papel. Ambos redactaron un memorando conjunto que prohibía las preguntas y especificaba a quién se le permitiría estar en el público y quiénes serían los panelistas. La Liga se negó y abandonó su participación en los debates, porque “las exigencias de ambas organizaciones de campaña perpetuarían un fraude contra el elector norteamericano”.

En 1987, los partidos Demócrata y Republicano unieron sus fuerzas para crear la Comisión para los Debates Presidenciales, encabezada por Frank Fahrenkopf, ex presidente del Partido Republicano, y Paul Kirk, ex presidente del Partido Demócrata. En la actualidad, Fahrenkopf sigue siendo el copresidente por los republicanos y Mike Curry, exsecretario de Prensa de Clinton, representa al Partido Demócrata. La Comisión, financiada por medio de donaciones de corporaciones y fundaciones, ha supervisado todos los debates presidenciales y vicepresidenciales desde 1988.

Aunque es una organización independiente, la Comisión es en efecto una criatura de ambos principales partidos políticos y trabaja para ellos. Pero al final la Comisión, no ninguno de los dos partidos, es quien manda. Los funcionarios de los partidos presentan sus demandas. Este año, las campañas de Obama y Romney presentaron un memorando de 21 páginas acerca de cómo querían que procedieran los debates. Pero la Comisión tiene la última palabra acerca de cuántos debates se celebrarán, dónde, cuándo, cuáles serán los temas, en qué formato, qué duración tendrán, qué candidatos serán invitados, quiénes serán los moderadores. Todo, menos el color de la corbata de los candidatos.

Al igual que cualquier otro órgano gobernante, la Comisión no siempre toma las decisiones acertadas. Su plan de sacar a Jim Lehrer de la jubilación para moderar el primer debate fue muy criticado con anterioridad –y su lamentable desempeño demostró que los críticos tenían razón. ¿Y la Comisión no pudo encontrar ni una sola persona de color para moderar?

Igualmente con su decisión de convertir los debates de este año en casi “batallas campales”, en las que el moderador sencillamente suelta un tema y permite a los candidatos improvisar durante los siguientes cinco minutos. Como hemos visto, el resultado es una cacofonía de filibusterismo, recriminaciones, interrupciones y cambios de temas. Solo Candy Crowley fue capaz de mantener disciplinados a los candidatos, y para hacerlo tuvo que violar las reglas.

Hay otras preguntas, más fundamentales. ¿Qué hay con la prohibición de notas o de ayudas visuales? En el mundo real, ningún presidente o director general toma una decisión importante sin documentos de preparación. ¿No debiera permitirse a los candidatos consultar sus notas? ¿Y por qué un límite de dos minutos para las respuestas? La solución de problemas en el mundo real lleva un poco más de tiempo.

Pero el mayor problema de los debates de hoy es que la Comisión, como herramienta de los dos partidos principales, excluye a candidatos de un tercer partido, a no ser que logren alcanzar al menos 15 por ciento en encuestas nacionales –lo cual, Trampa 22, es casi imposible a no ser que aparezcan en los debates. Así que nada de Ralph Nader en 2000, Nada de Gary Johnson en 2012. Solo Ross Perot lo logró en 1992. En definitiva, al pueblo norteamericano se le priva de toda la gama posible para seleccionar a un presidente. Debido al inherente conflicto de interés, muchos estados les han quitado de las manos a los partidos políticos la redistribución. Por la misma razón, es hora de terminar con el control por los principales partidos de los debates presidenciales, ponerlos en manos de un órgano independiente y no partidista, abrirlos a todos y revisar el reglamento.

Eso no sucederá de la noche a la mañana. Pero a corto plazo, hay algo a lo que todos daríamos la bienvenida: sencillamente exigir de los candidatos que respondan la pregunta que se les hace.

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