jueves, 14 de agosto de 2014

Pacho que es Guido



Por Claudia Rafael

Asomó de las oscuridades. Y volvió a cantar una vez más: Yerro, siempre que ando queriendo escaparme cada rincón, se vuelve un lugar para quedarse escondido. Aún en los rincones más íntimos se pregunta quién es, él que siempre fue Pacho para todos y que ahora se sabe Guido. Que festejaba su cumpleaños cada 2 de junio sin saber que aún le restaban 24 días para nacer ahí en La Cacha, aquel 26 de junio de 1978, cuando salía de las entrañas de Laura ojos enormes, que lo pudo retener 5 horas, apenas 300 minutos de su vida diaria. Pacho –cómo se hace para dar vuelta el rostro cuando de repente alguien le grite por ahí “Guido”- le pone música a la vida y sigue cantando para no morir / llorando porque sirve /el cielo son dos lágrimas...

Dicen que ya era todo silencio en el tenebroso lugar, a 15 kilómetros de la chacra en la que aprendería a gatear, a ponerse en pie, a correr con esa sonrisa de fragilidades. Pacho Hurban no sabía entonces, en aquellos días de 1978, lo que había pasado apenas ahí nomás de su pequeño universo. Ni siquiera sabía el pequeño Ignacio, que en décadas apenas, mutaría en Guido. Pero entonces no imaginaba siquiera los gritos ahogados en el centro clandestino de la ciudad del cemento, ya cerrado por los amos y señores de la vida y de la muerte.

Pero tiene –como dijo su abuela, Estela Carlotto a APe- “recuerdos que él no vivió”. Recuerdos que a través de ese hilo medular que es la sangre y la vida que se zambulló sobre él, atropellada, le hicieron escribir sobre la memoria:Con la carroña apiñada, los nudos de otra madera apuran chispas hirientes y encienden lumbres de ojeras cargando en ancas los hombros se van quedando los años no se han cerrado las puertas ni las heridas de antaño.

Olavarría tuvo, durante más de tres décadas y media, un desaparecido que andaba por sus calles. Y se negó a mirarlo a los ojos. Quizás se preguntó una y mil veces por qué era músico, él que supuestamente había llegado a la vida hijo de puesteros de campo que lo quisieron mucho, sin saber que la sangre les jugaba a todos una mala pasada. “No sé qué sería de mi vida si la música no hubiera entrado en ella... sólo me queda agradecerle y reverenciarla como si mi Dios fuera”, escribía un par de años atrás en una red social. Pero cómo iba Pacho-Guido a saber que Walmir Oscar “Puño” Montoya, su papá biológico, aquel al que asesinaron los marioneteros del poder, era también músico. Cómo saber que su tío materno, Kivo, y muchos de sus primos Falcone-Carlotto también lo son. La dictadura le arrebató la identidad, le negó el nombre, le cambió la fecha de nacimiento, le impuso una familia que no era la propia, le diseñó una ciudad nueva, lo hizo del campo cuando su destino era la ciudad pero no le pudo quitar la música.


Y con esas zancadillas de la Historia, ésa que se escribe con mayúsculas, fue la que le dictó a su inconciente los versos para su Dejá Vu, ahí en los que canta que vuelvo, siempre a este costado perdido no fuera que, de casualidad, ande enojado conmigo porque tal vez, me vuelva a pasar que me voy a coquetear con otros caminos que pone el destino en mis pies...
Alguien lo entregó. Bebé vulnerable y vulnerado. Dicen que está muerto ya ese hombre. Que tenía lazos indelebles con el poder de la ciudad. El más digitador de todos los poderes. El que va más allá de los uniformes y no se fija en la fragilidad del niño que era Pacho hace 36 años cuando lo inscribieron en el Registro Civil de la ciudad del cemento. Que como otros que aún deambulan por sus calles sin saber su verdadero nombre y con identidades malversadas, tuvo la firma de un médico que certificó que era allí que había nacido y que juró ante todos los libros de la patria, que había arribado a la vida como Ignacio Hurban 24 días antes de nacer.

El 5 de agosto de 2014, a los 36 años y 64 días nació Guido Montoya Carlotto, hijo de Laura Carlotto, asesinada el 25 de agosto de 1978, a la 1.20 de la madrugada y de Walmir Oscar “Puño” Montoya, desaparecido en noviembre de 1977 y enterrado como NN en el cementerio de Berazategui, desde diciembre de ese año.

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