miércoles, 27 de agosto de 2014
Se derramó la copa... ¿Por qué tantos migrantes?
Se derramó la copa... ¿Por qué tantos migrantes?
Hace más de dos décadas nos prometieron que Honduras crecería, que la copa se colmaría por fin de beneficios, que se derramarían hacia los pobres. La marea migratoria es el verdadero derrame: la copa colmada de calamidades se ha desbordado. Los ajustes neoliberales, la tragedia ambiental y social que fue el huracán Mitch, los TLC, el golpe de Estado y la impunidad y corrupción de la clase política están detrás de la marea de niños y adultos migrantes que llegan a las fronteras de Estados Unidos.
El dato es irrefutable: miles de niños y niñas, una enorme marea infantil, llegan desde países centroamericanos del triángulo norte a Estados Unidos cruzando el extenso territorio mexicano sin nadie que los acompañe. Este hecho trágico, que no es nuevo, porque viene ocurriendo desde hace años, publicitado ahora por los medios internacionales, hubiese pasado inadvertido si el gobierno de Estados Unidos no hubiese puesto en marcha una agresiva política de captura, concentración y deportación masiva de esos niños, tal como viene haciendo con los adultos.
Uno tras otro llegan los aviones
Al fenómeno de “los menores no acompañados” el gobierno de Estados Unidos le ha llamado “crisis humanitaria”, pero responde a esa crisis desde intereses geopolíticos y de seguridad, considerándolo una amenaza a su paz y estabilidad, de manera que de los 3,700 millones de dólares que Obama ha solicitado al Congreso para atender la avalancha de la niñez migrante, casi la mitad será destinada a asuntos de seguridad relacionados con la protección de la frontera y el control de los migrantes, niños y adultos. La realidad es que los niños que emigran lo hacen porque ya sus padres o madres habían emprendido esa misma ruta y porque todas esas familias tienen las mismas razones para emigrar: huir de la pobreza, de la miseria y de la violencia.
Según la Oficina en Washington para América Latina (WOLA), entre octubre de 2013 y junio de 2014 más de 52 mil niños sin acompañantes y sin documentación cruzaron la frontera hacia Estados Unidos. Esa cifra sobrepasó los 60 mil apenas un mes después, y si el ritmo continúa como hasta ahora, al finalizar el año 2014 el número de niños migrantes no acompañados podría llegar a los 100 mil. La mayoría son de nacionalidad hondureña. El fenómeno ha puesto en jaque a las instituciones del gobierno de Estados Unidos, obligándoles a mirar la realidad centroamericana y a identificar los resortes de la pobreza y de la violencia y sus destructivas dinámicas.
Uno tras otro llegan a Honduras aviones procedentes de Estados Unidos. Aunque son aviones de pasajeros, no son vuelos comerciales ni llegan con turistas, ejecutivos o visitantes. Cada avión viene lleno de niños. Sin perder una sonrisa que indica que no miden la magnitud de la tragedia, son recibidos por manos caritativas y rostros compungidos. Los suben a autobuses que con mucha diligencia el gobierno proporciona, y con no más de 100 dólares, son enviados junto con sus acompañantes, si es que los tienen, a sus lugares de origen. Vienen deportados de alguno de los refugios a los que llegaron en Estados Unidos.
Mientras la Primera Dama, Ana García de Hernández, y los funcionarios públicos que la cortejan, se enternecen ante los niños que viajan solos y regresan deportados, mientras algunos pastores y religiosos culpan a padres y madres por irresponsables y hablan de la desintegración familiar, basta adentrarse en la reciente historia hondureña para descubrir las causas que explican este fenómeno, que no puede ver reducido su tratamiento a la deportación, como lo hace el gobierno de Estados Unidos, ni analizado moralistamente, como lo hacen algunas iglesias, ni promovido como tema para la condolencia caritativa sentimental, como lo hacen funcionarios y políticos.
La copa rebalsó
Hace cerca de tres décadas los neoliberales nos dijeron que no era responsabilidad del Estado meterse en la economía, que había que apretarse el cinturón durante unos años, que había que confiar en los inversionistas nacionales y transnacionales porque al final la copa acabaría derramando beneficios para toda la sociedad y su derrame llegaría por fin a los pobres. “Para todos alcanza cuando no lo arrebatamos”, dijo alguna vez uno de aquellos apologetas del neoliberalismo.
En efecto, la copa ha rebalsado y mucho más de la cuenta. Hace aguas por todas partes. Pero no son beneficios los que rebalsa, sino calamidades. Nunca nadie pudo imaginarse que esas promesas neoliberales se cumplirían exactamente a la inversa. El drama de los niños migrantes no acompañados es la expresión extrema del derrame de la copa. Aunque hoy los políticos hondureños y el gobierno de Estados Unidos se rasgan las vestiduras, la masiva migración de niños y su consiguiente detención y deportación está en íntima correspondencia con el derrame prometido por los neoliberales. Esta realidad es un fenómeno social y político con raíces económicas, sociales, históricas y políticas que conviene rastrear.
Están detrás cinco factores
La migración de niños no acompañados viene precedida del fenómeno de la migración de quienes no son niños. Al menos cuatro factores, unos ya lejanos en el tiempo, otros permanentes, todos muy bien identificados, derramaron la copa. Uno fue el impulso del proyecto neoliberal con los llamados ajustes estructurales de la economía, en los comienzos de la década de los 90, durante el gobierno de Rafael Leonardo Callejas. Después fue el huracán Mitch, que impactó el territorio hondureño a fines de 1998, dejando devastada la infraestructura, la producción, la economía y a la mayoría de la sociedad hondureña.
Vinieron después los Tratados de Libre Comercio aprobados en los comienzos del presente siglo, que colocaron a la enclenque economía hondureña en situación de absoluta dependencia y precariedad frente a las economías de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea. De remate, llegó el golpe de Estado de junio de 2009, que culminó con un proceso de conflictividad entre dos maneras de entender la administración del Estado y abrió dinamismos de mayor inestabilidad y deterioro en la sociedad. Finalmente, la corrupción y la impunidad de los políticos y los funcionarios públicos que han usado los bienes del Estado como un botín hasta agotarlo, han dejado en la mayor indefensión a esos pobres a los que los neoliberales prometieron beneficiarse de la copa derramada.
Los ajustes neoliberales: “A apretarnos la faja”
Hace un cuarto de siglo, el Presidente Callejas, tan pronto comenzó su mandato decidió “ajustar” la economía, el Estado y la vida de toda la sociedad a los requerimientos del modelo neoliberal. Fue el tiempo de entusiastas expresiones de los grandes empresarios: “Sudemos la camiseta por Honduras”, “Sacrifiquémonos hoy para disfrutar mañana”, “Todos a apretarnos la faja por una Honduras mejor”... Era el tiempo de los sacrificios. Callejas se rodeó de prestigiosos economistas, alumnos de Milton Friedman, el “number one” de la escuela de los “Chicago boys”.
Se devaluó la moneda. Se sustituyó la Ley de Reforma Agraria por la Ley de Modernización Agrícola, lo que significaba que las tierras hasta entonces destinadas a los grupos beneficiarios de la reforma podían ser vendidas a empresarios privados, a don Miguel Facussé Barjum y a unos cuantos terratenientes más. Con el respaldo de la nueva ley agrícola, los neoliberales promovieron la llamada coinversión, bajo el lema “La tierra es de quien la produce”, sustituyendo el lema de la reforma agraria, “La tierra es de quien la trabaja”. La coinversión fue la figura que se usó para que campesinos medios y pequeños pusieran a disposición de grandes empresarios privados sus parcelas. El “gancho” era que los campesinos ponían la tierra, los empresarios la tecnología y el dinero, la tierra produciría y, tanto el campesino como el empresario, saldrían ganando. Pero el campesino puso la tierra, se endeudó con el empresario y, al quedar hasta el cuello con los intereses, pagaba su deuda entregando la tierra al gran empresario. Y todo era legal, porque así lo establecía la sagrada ley de la competencia.
En aquellos años los neoliberales vendieron muy bien su discurso. El Estado debía regular las relaciones entre patronos y obreros desde la perspectiva de los inversionistas y su función primordial debía ser la creación de una institucionalidad garante del éxito de la inversión nacional y transnacional. La economía debía dejar de ser regulada por el Estado, porque siempre que el Estado metía las manos en la economía lo estropeaba todo, y acababa endeudando al país. Había que dejar que la economía fuera regulada por el mercado, que con la ley de la oferta y la demanda lograba establecer el equilibrio necesario entre el capital, el trabajo y la dimensión social. Se disminuyó el gasto en salud y en educación. Incluso, se redujo el presupuesto militar, pero a los oficiales se les abrieron las puertas para que incursionaran en los negocios privados, particularmente en las agencias de seguridad. Se abrieron también puertas a los inversionistas en la industria de la maquila. Se comenzó a sustituir el cultivo de banano por el de palma africana y aumentó el cultivo de caña de azúcar y otros productos agroindustriales.
Esto empezó hace 22 años
Hace 22 años, un buen grupo de dirigentes de varias de las cooperativas de palma africana del fértil Valle del Aguán, beneficiarios de la reforma agraria impulsada en los años 70, entró en arreglos con el exitoso empresario Miguel Facussé, quien ingeniosamente se había apropiado de fondos del Estado destinados al incentivo de la industria. Con dineros bajo la mesa para esos dirigentes, Facussé se quedó con inmensas tierras para el cultivo de palma africana en el Aguán.
Este empresario, de ascendencia árabe, no solo se apropió de fondos de la estatal empresa Corporación Nacional de Inversiones (CONADI), a la que llevó a la bancarrota a comienzos de los años 80, sino que logró que se le condonaran las deudas que había adquirido con el Estado por nuevos empréstitos para impulsar lo que él denominó “Plan para la Transformación de Honduras”.
Los dirigentes cooperativistas del Aguán se embolsaron unos poquitos millones de lempiras, que muy pronto despilfarraron en parrandas sin control y Facussé se convirtió en el mayor productor de palma africana del país y en el principal abastecedor de este producto en el mercado internacional, mientras miles de familias cooperativistas debieron conformarse con unos cuantos miles de devaluados lempiras, refugiándose en la economía informal. Emigraron hacia las laderas del valle y muchos de los más jóvenes, especialmente las muchachas, se trasladaron al Valle de Sula, en donde comenzaba a florecer la industria maquiladora bajo el control mayoritario de implacables patrones coreanos. Comenzaba así el “derrame” neoliberal. Muchos de los niños migrantes tienen padres o madres que experimentaron la pérdida de sus tierras en aquellos años.
La historia de Elisa
Elisa, con su hijo menor, de dos años, decidió emprender el camino hacia el Norte. Vendió su casa y un terreno de siete manzanas, pagó a un coyote y hace dos años logró llegar a Los Ángeles, después de un mes transitando por todos los vericuetos de la ruta migratoria. Dejó en Honduras a sus dos hijos mayores, un varón de doce años y una niña de diez. Tras enterarse por terceras y cuartas personas que había la oportunidad de que los niños cruzaran la frontera sin ser deportados, se endeudó para que un coyote se los sacara de la aldea, en una de las laderas del valle del Aguán, y se los llevara hasta la frontera de Estados Unidos, en donde ella los estaría esperando. Ahora, Elisa y sus tres hijos es una de las familias deportadas que la Primera Dama ha recibido enternecida en el aeropuerto de San Pedro Sula.
Sin dinero, sin su casa, sin su propiedad, sin esposo -la dejó por otra jovencita cuando ella estaba embarazada de su niña menor-, Elisa recibió lempiras equivalentes a 50 dólares, una pequeña provisión y unas palmaditas de cariño de los funcionarios de Casa Presidencial. Elisa no tiene a dónde ir. De sus seis hermanos, dos hermanas viven en Choloma, en el Valle de Sula. Una todavía trabaja en la maquila y a la otra hace diez años la despidieron y hoy vende tortillas en una de las esquinas del parque de Choloma. Dos hermanos se fueron al Norte. Son los que envían pequeñas remesas para ayudar a su madre, prematuramente anciana. Su padre, don Modesto, murió de una tos mal cuidada, aunque Elisa dice que murió de tristeza. Uno de los hermanos fue quien recibió a Elisa cuando llegó a Los Ángeles. El otro hermano, el menor, murió víctima de la delincuencia mientras trabajaba en Honduras como ayudante de un bus entre Tocoa y La Ceiba.
De entonces a hoy
Elisa y sus hermanos eran niños cuando en los inicios de la década de los 90, su padre, don Modesto, todavía era socio de la exitosa cooperativa de palma africana, San Isidro Labrador, con sede en uno de los barrios de Tocoa, en el valle del Aguán, en el litoral atlántico hondureño. La cooperativa estaba integrada por 79 familias, tenían una extensión de tierras de 784 hectáreas. Después de un proceso de “negociaciones”, el presidente y el tesorero convencieron a la mayoría de socios a vender la tierra con los cultivos de palma africana por una cantidad que, fuera de los dos directivos, nadie nunca supo cuánto era. Al final del acelerado proceso de negociación, se entregaron a cada socio de la cooperativa 81 mil lempiras, que en aquel momento equivalían a unos 10 mil dólares.
Don Modesto se opuso a la venta del patrimonio de la cooperativa San Isidro, y logró que en su lucha en contra de los directivos, se le unieran 38 socios más. Los otros socios le advirtieron del riesgo, luego vinieron las amenazas de muerte, hasta que las presiones lograron doblegar a don Modesto, temeroso de que no solo él, sino alguno de sus hijos, entonces pequeños, fuera secuestrado o asesinado por quienes promovían la venta de las tierras.
Con el dinero que recibió de la venta de la cooperativa, don Modesto compró una pequeña propiedad en una de las laderas de la margen derecha del valle del Aguán, construyó una pequeña vivienda y se dedicó al cultivo de granos básicos. Los dos directivos que negociaron la venta de la cooperativa fueron asesinados unos dos meses después de la venta, sin que nadie fuese investigado por los crímenes, aunque siempre fue un secreto a voces que habían sido ultimados por matones a sueldo de Facussé para así conservar en silencio el precio final de la venta de la cooperativa. En el momento de la venta, la cooperativa San Isidro vendía mensualmente unos 109 mil dólares del producto de la palma. Actualmente, Facussé vende cerca de 380 mil dólares cada mes.
La venta de las tierras y de los cultivos de palma africana, la coinversión y la reconversión del campo para la agroindustria, procesos impulsados a comienzos de la década de los 90, están en relación directa con el deterioro de la situación económica y social de sectores campesinos y con el fenómeno de la migración. Cuando la familia de Elisa dejó de formar parte de la cooperativa San Isidro perdió su único patrimonio, y con él, la capacidad de mejorar su vida. Se convirtió en una familia condenada a la economía de sobrevivencia. Ante la ausencia de incentivos para la producción de granos básicos y alimentos, la población campesina, especialmente los jóvenes, se ven obligados a buscar alternativas. El neoliberalismo les ofrece empleo en las maquilas. Pero no es un empleo ni generalizado ni permanente. Se trata de una industria “golondrina”, que hoy está en Honduras y mañana vuela a otros países. Así empezó hace años el “derrame” anunciado por los neoliberales.
El huracán Mitch: “Un aguacero en venganza”
Iniciaba ya el fenómeno migratorio y el desempleo juvenil iba en aumento, cuando surgió el fenómeno de las maras y pandillas, estrechamente vinculadas a la migración de salvadoreños que huían de la guerra civil en su país y se asentaban en la costa oeste de Estados Unidos, específicamente en Los Ángeles. Todos estos fenómenos se “derramaban” por nuestro país cuando cayó sobre territorio hondureño con toda su furia el huracán Mitch. Era octubre de 1998.
Las plantaciones de banano que aún quedaban se hundieron bajo las aguas. Fue la excusa para que el capital transnacional enterrara la “república bananera” que fuimos y convertirnos en “república palmera”. Pasamos así de un monocultivo a otro monocultivo al son de la demanda del mercado internacional. Tegucigalpa fue arrasada. Las fábricas despidieron a sus obreros y obreras y así como llovió agua como nunca en tan pocos días, como nunca llovió el dinero y las ayudas de la solidaridad internacional. Se perdió entonces la ocasión para reflexionar y rehacer una propuesta de país alternativa, desde la economía, la arquitectura, la industria, las políticas públicas, la organización social… Nunca, como en el tiempo del post Mitch, se pudo refundar la capital de Honduras, situada en una topografía equivocada, en condiciones geográficas, hídricas, poblacionales, económicas y urbanísticas contrarias a lo que requiere una ciudad capital. Pero nada se hizo y se esfumó esa oportunidad.
El desastre, y los muchos recursos de la solidaridad internacional disponibles para la reconstrucción, fueron la ocasión del siglo para rehacer todo el país desde otra lógica. Los neoliberales que llevaban las riendas del Estado, los que habían llamado a la sociedad a sacrificarse y a sudar la camiseta por Honduras, tuvieron la oportunidad de destinar los enormes recursos recibidos para iniciar “otra” Honduras posible. Sin embargo, todo se quedó en asistencialismo y en cambios no estructurales. Los auténticos problemas del país no se resolvieron con el Mitch. Y todo el peso de la tragedia recayó en los sectores que ya venían cargando con las consecuencias de los ajustes neoliberales.
Mientras los neoliberales y los políticos de oficio hacían fiesta con las ayudas y la solidaridad internacional, trasladándolas a sus cuentas y a proyectos particulares, los mecanismos del neoliberalismo se dispararon sin control. El desempleo obligó a mucha población a mirar hacia Estados Unidos, aumentó el desplazamiento de la población campesina hacia los centros urbanos, que se vieron repentinamente repletos de nuevas colonias y barrios, aumentó la delincuencia juvenil callejera, el empleo informal, la prostitución juvenil y el crimen organizado. Particularmente, las bandas de narcotraficantes reclutaron a toda esa juventud desplazada para sus negocios ilegales. La migración se convirtió a partir de entonces en un fenómeno masivo. Hija del neoliberalismo, la migración se nutrió de todas las secuelas del Mitch. En el marco de una creciente desigualdad, de la concentración de riquezas y recursos en menos manos, de la presencia masiva de armas en manos de civiles, especialmente sectores juveniles al servicio de las bandas criminales organizadas, Honduras acabaría siendo lo que es hoy: uno de los países más violentos del planeta.
Fronteras libres al comercio, cerradas a las personas
La propuesta de los TLC no nació de las necesidades hondureñas. Vino del Norte, de la presión de las transnacionales de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea. Fueron tratados de “libre” comercio entre gigantes y enanos, entre fuertes y débiles. Fueron la fuerza de los fuertes aprovechándose de la debilidad de los débiles. La relación asimétrica fue total. La publicidad que a los TLC hicieron los neoliberales no pudo ser más cínica: Al garífuna vendedor de casabe, su tortilla de harina de yuca, le dijeron que tendría las puertas abiertas para comerciarla en Estados Unidos y a la vendedora de baleadas, la típica comida de tortilla de trigo con frijoles y queso, le anunciaron que tendría la oportunidad de venderlas en cualquier ciudad de Estados Unidos... Cínica y cruel fue la propaganda.
Los tratados convirtieron a Honduras en territorio de libre circulación de los productos de Estados Unidos y Canadá, que no pagaban impuestos ni aranceles ni aduanajes. Nos dijeron que el libre comercio abría nuestro país al progreso. Así ingresaron las franquicias de las comidas rápidas, que desde que se aprobó el Tratado de Libre Comercio entre Estados Unidos, Canadá, México y Centroamérica, en 2004, no pagan ningún impuesto en Honduras. Así llegaron de Estados Unidos maíz y frijoles, vendidos a un precio mucho más bajo que aquel al que lo podía vender el pequeño productor hondureño, porque la producción agrícola está subsidiada en Estados Unidos, mientras que el pequeño productor hondureño de maíz o de frijol no tiene ningún otro incentivo que sus propios recursos.
Con esta competencia desigual e injusta iniciaron los Tratados de Libre Comercio. Los productos y el capital extranjero entraron de lleno en la economía del país, tanto en la producción del campo, como en la de las ciudades. El garífuna no pudo vender su casabe en Nueva York, pero las franquicias de comidas rápidas desplazaron el casabe de los garífunas de las ciudades hondureñas. La señora de las baleadas no pudo venderlas en Los Ángeles, pero sigue pagando impuestos por su venta callejera, mientras las comidas rápidas venden sus productos sin pagar nada.
Una consecuencia dramática de los TLC fue la agonía de la mediana, pequeña y microempresa, el sector con mayor capacidad de generar empleos. Esto condenó a decenas de miles de personas al desempleo, engrosando aún más la migración. Mientras más se abrían las fronteras a los productos de los países ricos, más se cerraban las fronteras del Norte al “derrame” de nuestros migrantes. Cuantas más facilidades tienen las transnacionales para invertir en Honduras y explotar nuestros recursos naturales, menos ventajas para competir tienen las medianas y pequeñas empresas nacionales, y más se discrimina a quienes deciden emigrar a Estados Unidos. Cuantas más facilidades ofrece la élite empresarial y política hondureña al capital transnacional, peor trata a sus connacionales y más los abandona a su suerte.
Las leyes migratorias de Estados Unidos se endurecieron justamente a partir de la aprobación de los TLC, pero ni la dureza de las leyes ni el aumento de la seguridad en la frontera entre México y Estados Unidos detuvo la migración. Lo único que ocurrió es que se volvió más peligrosa, a veces trágica. La historia de la migración en la última década está vinculada a los TLC. Cuanto más libres ingresan los productos extranjeros a Honduras, más difícil y duro es el ingreso de los migrantes a territorio estadounidense y más dura se torna la legislación de Estados Unidos para los inmigrantes hondureños.
El Golpe de Estado
A partir de enero de 2006 los neoliberales vieron amenazados sus planes, intereses y privilegios con las tibias propuestas populistas e izquierdizantes de la administración de Manuel Zelaya. Todas las cifras dan cuenta de que a partir del golpe de Estado del 28 de junio de 2009 las fronteras hondureñas vieron un “derrame” de migrantes que buscaban salir del país en cantidades como no se veían desde los meses que siguieron al huracán Mitch.
El sólido oligopolio construido por los neoliberales en varias décadas de control de la economía no podía ser puesto en cuestión. Zelaya lo hizo. Fue una afrenta imperdonable. En lugar de hacerse “neoliberal”, Zelaya se deslizó hacia el populismo y a una especie sui generis de socialdemocracia en un país con férreo control de la extrema derecha política, ideológica y económica. Fue tomando decisiones que confrontaban a la oligarquía neoliberal, sin tener todas las condiciones internas a su favor. Externamente, solo contaba con el respaldo del ALBA. El golpe de Estado era inevitable.
Después del golpe, los neoliberales retomaron con pasión las riendas del Estado y el control de la economía. Pero no pudieron controlar la inestabilidad que se destapó, con más crudeza que en tiempos del Mitch diez años antes. Las instituciones del Estado colapsaron, los tejidos sociales, políticos y económicos quedaron en harapos, la ley de los fuertes se impuso, los derechos humanos se vieron totalmente vulnerados y la polarización rompió con todas las condiciones para generar confianza en propuestas y en soluciones. El país se embarcó en un deterioro sin fin. Hasta hoy.
Los neoliberales aprobaron todas las leyes que quisieron, incluso para defenderse de la oposición. La migración se convirtió en la única válvula de escape para los mayoritarios sectores empobrecidos. Fue el único camino posible para no hundirse en la desesperación, la miseria y la depresión. Un joven migrante lo dijo así a un voluntario de la Red Jesuita para Migrantes en la casa de acogida en Tierra Blanca, Veracruz, México: “Me vine de Honduras y no quiero saber nada, no quiero regresar nunca. Prefiero morirme en el trayecto que volver a que me maten como perro”.
La corrupción y la impunidad de los políticos
La Primera Dama de la República y su corte de Casa Presidencial se manifiesta compungida ante los niños retenidos en albergues en la frontera de Estados Unidos y ante los que han sido deportados por orden del gobierno de Obama, una orden respaldada por el Presidente Juan Orlando Hernández. En la reunión que los tres presidentes centroamericanos tuvieron a finales de julio con Obama, lamentaron que se haya llegado a este extremo. Obama reconoció que sólo atacando las raíces de la desigualdad y la violencia se podía contrarrestar la migración. Pero en concreto, la reunión tuvo el exclusivo objetivo de dejar muy bien advertidos a los tres presidentes que nadie detendrá la deportación de los niños. Dos meses atrás, el Presidente Juan Orlando Hernández había despotricado en contra de la política del gobierno de Estados Unidos por meterse en los asuntos internos de Honduras, a propósito de las presiones del Norte para acelerar la extradición de famosos narcotraficantes. En Washington, Hernández no sólo aceptó la decisión del gobierno de Estados Unidos de deportar a los niños, sino que se comprometió a garantizar que esa política se cumpla a rajatabla.
Juan Orlando Hernández llegó a la Presidencia de la República con la comprobada compra masiva de votos. De acuerdo a una investigación realizada en diciembre de 2013, publicada ahora en julio por el Centro de Documentación de Honduras, CEDOH, que dirige el analista y político Víctor Meza, el 10.2% de los encuestados dijo haber vendido su voto y el 49% dijo haber sido testigo de la compra de votos en sus comunidades o centros de votación. El 18% de quienes votaron por Juan Orlando Hernández dijo haber vendido su voto. Existen datos comprobados del uso del programa asistencialista llamado “Bono diez mil” para comprar votos. También los hay de la compra de los delegados de otros partidos en las mesas electorales.
¿Qué explica el afán de Juan Orlando Hernández por ser Presidente de una Honduras en harapos? Justamente eso. En una sociedad y en un Estado en donde las reglas del juego están en manos de los más fuertes, un Presidente tiene muchas más posibilidades de actuar a su capricho. Tiene todas las condiciones para imponerse y estar mano a mano con quienes controlan la sociedad. En la Honduras de hoy un Presidente tiene muchas más posibilidades que los de otros países para actuar con impunidad, para que sus actos, por muy delincuenciales que sean, no dejen siquiera una huella.
De acuerdo a analistas políticos, la actual administración pública está conducida no ya por los sectores de la extrema derecha política e ideológica, sino por los sectores más comprometidos históricamente con la corrupción y la delincuencia. En el seno del actual gobierno se encuentran los personajes más sospechosos de llevar muchos años enredados en diversas redes criminales. En la élite política que conduce este gobierno hay personas con responsabilidades en la administración del Estado desde hace treinta años. Fueron funcionarios públicos a inicios de los años 90, cuando se implementaron las medidas de ajuste neoliberal. Baste recordar que Hernández era el presidente del Congreso Nacional durante la legislatura en la que se aprobaron la Ley de Minería, el decreto de la Zonas de Empleo y Desarrollo Económico (ZEDES) o Ciudades Modelo y en la que se hicieron centenares de concesiones de ríos, cuencas y otros recursos y territorios.
Varios de los actuales funcionarios públicos estuvieron al frente de entidades públicas y privadas que administraron fondos destinados a la reconstrucción después de la tragedia del Mitch. Muchos de ellos fueron diputados que ratificaron en 2004, durante la administración de Ricardo Maduro, el TLC de Centroamérica con Norteamérica. El actual jefe de bancada del Partido Nacional, Óscar Álvarez, fue ministro de Seguridad entre enero de 2003 y enero de 2006, cuando se impulsó una política de limpieza social contra la juventud de barrios y colonias marginales, en el marco de la entonces llamada política de “mano dura”, que dejó entre muchas otras matanzas callejeras, varias masacres en las cárceles hondureñas, siendo las dos más escandalosas el asesinato y quema de 69 privados de libertad en la granja penal de El Porvenir en La Ceiba (abril 2003) y el incendio del centro penal de San Pedro Sula (mayo 2004), en donde fueron asesinados y calcinados 107 privados de libertad.
Hasta llegar a 500 migrantes diarios
En ambas masacres las víctimas fueron abrumadoramente jóvenes pertenecientes a maras o pandillas. Esas matanzas coincidieron en el tiempo con el inicio de la implementación del TLC, cuando se comenzaron a sentir con mayor fuerza los efectos de la tragedia dejada por el Mitch años antes, especialmente el desempleo, y cuando vivimos un aumento impresionante de la migración de jóvenes hacia Estados Unidos, también hacia España y Europa, nuevos destinos para nuestros migrantes. Los centros especializados en el tema migratorio coinciden en que fue en esos años de represión, discriminación, estigmatización de la juventud marginal y desempleo galopante, cuando llegamos a la cifra de 500 migrantes que cruzaban a diario la frontera hondureña intentando internarse en territorio mexicano para llegar al Norte. Fueron los años del “derrame” de las remesas, ya no sólo en dinero, sino en otras expresiones, las vinculadas con la violencia, el consumismo y el individualismo. Fueron también los años de otras “remesas” dolorosas: migrantes retornados convertidos en mutilados o en cadáveres.
Lástima y despecio: Lados de la misma moneda
Los niños no comenzaron a migrar hace unos días. Lo de ahora raya con un boom publicitario. Los niños migrantes vienen de hace mucho. De acuerdo a datos de personas que trabajan con migrantes por donde pasa actualmente el tren llamado “la bestia”, al menos un 20% de quienes se encaraman en él y son asistidos en los albergues del camino, son muchachos entre 15 y 17 años. La migración es un fenómeno que expresa no sólo la ausencia de oportunidades para una vida digna. Es también expresión de la discriminación y la exclusión con que la élite empresarial y política hondureña trata a los pobres. La migración forzada es resultado de la xenofobia, el racismo y la estigmatización con que la oligarquía hondureña mira a la inmensa mayoría de la sociedad.
La creciente marea de niños migrantes que van buscando a sus familiares es expresión extrema de ese desprecio. Los migrantes que huyen, por razones económicas o por la violencia, cargan con el desprecio de los sectores pudientes del país donde nacieron. El limosnerismo de la Primera Dama al recibir a los niños deportados revela ese desprecio. Así actúan: lástima y limosnas para los niños deportados y cárcel, abandono y soledad para los jóvenes y adultos deportados.
Ismael Moreno, SJ
Director del ERIC y Radio Progreso
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