viernes, 8 de agosto de 2014

La “democracia” y el fusil


Escrito por Edgar Soriano

La población hondureña ha sido rebelde desde la composición social del periodo regido por la corona española, el historiador Omar Aquiles Valladares describe una sociedad crédula, pero propensa al amancebamiento (relaciones sexuales fuera de la ley) y a la dispersión como resistencia a reglamentos diseñados con el único fin de extraer dinero de las fuerzas laborales. 

Con la independencia de 1821 la mentalidad colectiva “colonial” siguió vigente, pero los “líderes hacendados”, conocidos en América latina como: caciques, caudillos, coroneles y generales. La guerra se volvió el único recurso a responder de parte de cada caudillo para dirimir las diferencias que estaban más allá de la cerca de piedras de las tierras ganaderas. Las llamadas “montoneras”, revueltas violentas, se convirtieron en la lógica de imponerse sobre los opositores, para ello se tenía que movilizar a la población en dos momentos: primero, a enfrentarse con machetes y fusiles en los campos de batalla; y segundo, a votar en elecciones impuestas por el ganador para legitimar su poder. 

En 1933 San Zemurray y el Departamento de Estado en Washington estaban claros que había que disciplinar la gobernanza hondureña, Tiburcio Carías era la opción al liderar contundentemente el Partido Nacional frente a un partido liberal dividido y ante el surgimiento de movimientos sindicales y facciones socialistas. Existía evidentemente miedo ante una posible canalización del espíritu rebelde en propagación del socialismo o por lo menos el significado de la tierra del “villaismo” y el “zapatismo” mexicano.

La contención hacia la actitud anti-estatal de caciques regionales y sus correligionarios, las nuevas protestas e influencias del socialismo y el tema del reparto de la tierra era necesario para Washington y las elites que se apoderan del poder y que pugnaban por el centralismo presidencialista bajo la lealtad de los represores comandantes de armas a nivel nacional. De esa manera en un primer momento tenemos al régimen de carías Andino, significando el inicio de una nueva forma de manejar las relaciones políticas, que consistía en la organización de clientelas leales al partido, de comandancias de armas represivas y de una campaña publicitaria para impulsar la imagen mítica del caudillo.

En un segundo momento, durante el escenario de “guerra fría” y con un contexto de movilización revolucionaria internacional el militarismo seria la nueva alternativa. Desde el golpe de 1963 las fuerzas “caríistas”, las fuerzas de la derecha liberal y las FFAA se aliaron con la colaboración de Estados Unidos para imponer la “democracia” y militarizar la “mentalidad colectiva”. Las votaciones desde 1980 fueron como nunca antes impulsadas mediáticamente ante una endeble opinión ciudadana a la sombra del fusil militar. La población ante tanto abuso de poder y sus artimañas mediáticas se acostumbró a la actitud autoritaria. 

El autoritarismo disfrazado del discurso de la “seguridad ciudadana” se ensancha en la construcción contemporánea del terror. El miedo de la población y la perdida de la confianza comunitaria que prevaleció por siglos atrás - lamentablemente en aquella época bajo el yugo de encierro en la ignorancia de la hacienda - y con una crisis social compleja que genera miseria y violencia delincuencial ubicando a Honduras en un país al borde del colapso. La violencia de Estado y de la imposición de las elites financieras leales a las presiones del capital multinacional se canaliza bajo la estratégica manipulación y la contención de los grupos armados facticos a nivel regional. 

El escenario para la explotación de recursos en manos de inversionistas y la implementación de engranajes políticos y mediáticos buscan la sumisión de una población descontenta y desconfiada, la historia sigue, las alianzas políticas están tejiéndose y la lógica represiva del fusil sigue como “chancho en lodazal”, parece lejana la construcción una democracia participativa…

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