lunes, 18 de agosto de 2014

El Marx a la carta para un capitalismo arreglado con Photoshop



Por David García Aristegui

Si algo bueno ha tenido la crisis económica, política y social que llevamos sufriendo desde hace años es que se ha llevado por delante opciones políticas que respondían a una lectura un tanto extraña del capitalismo tardío. Dicho de otra manera, el ocaso que están viviendo los distintos Partidos Pirata y el movimiento a favor de la cultura libre por todo el mundo no es algo coyuntural: es el resultado de un análisis incorrecto de qué es exactamente la propiedad intelectual. Y es que no se puede tener un modelo alternativo de derechos de autor si no se tiene previamente un modelo alternativo de sociedad.

En las hagiografías recientes de la explotación que vivimos se han usado indistintamente los términos Sociedad del Conocimiento desde los ámbitos más institucionales y Capitalismo Cognitivo desde los sectores más tecnófilos de la izquierda y los movimientos sociales. Ya hemos comentado por aquí lo funcional que es la cultura libre a la agenda neoliberal, pero hay que resaltar también varias ideas que se repiten como un mantra, dentro y fuera de las instituciones, y a derecha e izquierda del espectro político.

El primero es que internet elimina intermediarios. Es una idea muy sugerente pero el problema es que la realidad desde hace años va por otro lado: el mayor intermediario jamás creado se llama Google, y Amazon, PayPal, eBay o iTunes no le van a la zaga. El segundo es que el trabajo cada vez tiene una mayor dimensión inmaterial, es una actividad lingüística, comunicativa, relacional. No queda nunca claro si esto se correlaciona con reformas laborales que desintegran la acción colectiva, empleos cada vez más precarios y paro rampante. Y ya no podemos hablar de que exista un ejército industrial de reserva como lo caracterizó Marx, ya que vivimos (por lo menos en las visiones más eurocéntricas del asunto) en una sociedad posindustrial.

Lo más pintoresco de los retratos de este capitalismo arreglado con Photoshop (el de las posibilidades casi infinitas de acumulación y reproducción gracias al flujo de conocimiento a través de internet) es que muchas veces se basan en unas lecturas muy discutibles de las ideas y textos del ya citado Karl Marx. Y aquí entramos en terreno pantanoso, ya que como expone de manera pormenorizada Néstor Kohan en su libroNuestro Marx, hay múltiples maneras de leer a Marx. Sintetizando de manera un poco burda, podemos hacer una primera división de las lecturas. Por un lado los que privilegian al Marx que da prioridad explicativa a la lucha de clases en la historia y por otro quienes prefieren al Marx del determinismo tecnológico, como el del prólogo de 1859 a la Contribución a la crítica de la economía política.

En el campo del determinismo tecnológico, hay autores que hablan del nacimiento del copyright como consecuencia necesaria de la imprenta y, por tanto, de la cultura libre como hija del auge del ordenador personal e internet. Pero el propio Marx fue consciente de la complejidad de la relación entre la tecnología y la producción cultural. En losGrundisse (los borradores deEl Capital) afirmó que hay una “relación desigual entre el desarrollo de la producción material y el desarrollo, por ejemplo, artístico”.

Es en los propios Grundisse donde Marx redactó el célebérrimo (para la cultura libre)Fragmento sobre las máquinas, donde hay un párrafo citado hasta la saciedad al intentar relacionar a Marx y las dinámicas cooperativas que se dan en internet:

El desarrollo del capital fixe revela hasta qué punto el conocimiento oknowldge social general se ha convertido en fuerza productiva inmediata y, por lo tanto, hasta qué punto las condiciones del proceso de la vida social misma han entrado bajo los controles del general intellect.

De algunos párrafos de los borradores de El Capital se ha creado a lo largo de los años todo un andamiaje argumentativo y político en torno a lo ahí expuesto. La tesis central del Capitalismo Cognitivo es que éste no es más que un dispositivo de apropiación delgeneral intellect, a través de mecanismos como (y aquí se recurre a la acumulación originaria) unos supuestos cercamientos a la inteligencia colectiva. Pero estos supuestos cercamiento inmateriales son conceptualmente problemáticos. En fechas tan tempranas como 1776 el Marqués de Condorcet, en sus discusiones con Diderot, alertaba de lo inadecuado de establecer paralelismos entre lo que en aquella época se llamaba “propiedad literaria” (antecedente de la propiedad intelectual):

No puede haber ninguna relación entre la propiedad de una obra y la de un campo que puede ser cultivado por un hombre, o de un mueble que sólo puede servir a un hombre, cuya propiedad exclusiva, se consecuencia, se encuentra fundada en la naturaleza de la cosa.

Recordemos que Condorcet consideraba que cualquier tipo de creación era intrínsecamente social (es raro que la cultura libre no revindique a Condorcet, uno de sus antecesores directos) y fue muy crítico con la figura del autor. Hablar de cercamientos en relación a la propiedad intelectual es un buen y mal ejemplo a la vez. Buen ejemplo porque da cuenta de la mercantilización de la cultura en el tránsito del feudalismo al capitalismo. Pero malo porque no se despojó a ningún trabajador de sus medios de producción, sino todo lo contrario, supueso el comienzo de un nuevo tipo de trabajadores culturales, que empezaron a ejercer su actividad por fuera del mecenazgo de la nobleza y el clero.

La segunda división en torno a las lecturas de Marx la podemos hacer con el estructuralismo y la figura de Louis Althusser, cuyas ideas (atravesando el posestructuralismo) son fáciles de trazar en las críticas a la propiedad intelectual. Lo exponemos de manera esquemática: si la historia es un proceso sin sujeto, evidentemente también es un proceso sin autores (ver las argumentaciones posestructuralistas sobre la muerte del autor). Un ejemplo de este tipo de línea argumentativa la sostuvo posteriormente Toni Negri, muy influyente en nuevos sectores de la izquierda como la antiglobalización, en general muy críticos con el concepto mismo de propiedad intelectual. En una entrevista con Anne Dufourmantelle publicada como Del retornoNegri planteó que:

si la vida se ha concertido en el motor de la producción, entonces pedimos que se le permita a la multitud, es decir, a los ciudadanos del mundo, que se reapropien de la vida. Por ejemplo, que ya no haya copyright. ¿Por qué el saber, que hoy está en el centro de la producción, no habría de ser accesible a todos?

Pero la periodización de Marx que estableció Althusser, a saber, la distinción entre un joven Marx humanista y prescindible y un Marx maduro y científico que nace en 1845 conLa ideología alemana, también es problemática para quien quiere recurrir a un Marx a la carta para apoyar sus críticas a la propiedad intelectual. Es el “joven Marx” el que escribe en La Gaceta Renana unas argumentaciones propias del gusto de la época del “arte por el arte”:

El escritor debe naturalmente ganar dinero para poder vivir y escribir, pero en ningún caso vivir y escribir para ganar dinero. […] La primera libertad para la prensa consiste en no ser una industria. El escritor que la rebaja hasta hacerla un medio material, merece, como castigo de esta cautividad interior, la cautividad exterior, la censura; o más bien: su existencia es ya su castigo.

En cambio, es el “Marx maduro” el que habla explícitamente del trabajo cultural en el seno del capitalismo, desde la perspectiva de la lucha de clases. En Teorías sobre la plusvalíareconoce explícitamente que “la producción capitalista es hostil a ciertas ramas de la producción intelectual, como el arte y la poesía” y clarifica que:

Un escritor es un obrero productivo, no porque produce ideas sino porque enriquece al editor que se encarga de la impresión y de la venta de los libros; es decir, porque es el asalariado de un capitalista.

En el texto “¿Sociedad del conocimiento o gran estafa programada?”, Antonio Márquez de Alcalá realiza una síntesis contundente de la coyuntura en la que nos encontramos:

La política del gobierno de recortes y de agresión sistemática contra los trabajadores ha puesto en evidencia lo falaz de los planteamientos que glorifican desde hace décadas la desregulación laboral como paso necesario e inevitable para la transición a una economía desarrollada basada en el conocimiento. Desde mucho antes de la criris, y como justificación de las sucesivas reformas laborales, se presenta como modelo a empresas de éxito como Google, firma de tecnología puntera en la que trabajadores con una altísima cualificación (y remuneración) deciden hasta sus horarios laborales y los proyectos que ponen en marcha. [...] Hay que hablar de clases sociales, de educación pública y universal, de formación para la integración laboral. Y también hay que hablar de reparto del trabajo y la riqueza, tal y como hacía el diputado Sabino Cuadra en el congreso, el pasado junio. La hipocresía del discurso del paso a la sociedad del conocimiento y de los autónomos emprendedores de éxito ya no tiene credibilidad alguna. Porque no entramos en la era Google, sino en la del encumbramiento de la desigualdad y de la estafa.

Para comenzar la lucha de clases (también) en la producción cultural hay que abandonar las visiones edulcoradas del capitalismo, así como lecturas sesgadas de Marx que legitimen una crítica a la propiedad intelectual que, en realidad, él jamás hizo.

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