jueves, 21 de agosto de 2014
El saber preguntar en periodismo
El saber preguntar en Periodismo
Dos anécdotas para introducir el tema:
Cuenta la Rectora Castellanos que hay un par de periodistas que siempre que pueden le preguntan “¿Cuándo devolverá la UNAH el Hospital Escuela a la Secretaría de Salud?” El resto de temas relacionados con ese centro asistencial no les atraen; nada de los cambios institucionales, del número de pacientes y operaciones, del porcentaje de suministros de medicinas, de las dificultades, de los desafíos…cero; la fijación es monotemática.
La segunda me pasó a mí. Hace varios años, en la última visita oficial que hizo al país el comandante nicaragüense Tomás Borge, se organizó una rueda de prensa en el Hotel Maya. No recuerdo el punto central, pero eran asuntos de la agenda centroamericana y bilateral. A Borges le acompañaba un periodista sudamericano a quien yo había conocido en los tiempos del conflicto regional.
Justo antes de iniciar la conferencia, el periodista se me acercó para pedir el favor de qué, en determinado momento, le preguntara a Borges sobre su última novela, en uno de cuyos capítulos citaba a Tegucigalpa. La estrategia que sugirió era algo así como “aprovechando comandante que usted está aquí, ¿puede hablarnos de su última obra literaria en la que aparece la capital hondureña?”
No tuve tiempo de replicar, pero, obviamente, ni me interesaba, ni lo complacería. A medida que los periodistas hacían sus interrogantes, él me miraba cómo diciendo: “¿la siguiente?”. Finalmente, in extremis, se paró y lanzó el apunte del guión. El comandante, por supuesto, se explayó muy complacido en su ego.
Afirmaba Oriana Fallaci (1929-2006) que más que buenas respuestas, hay buenas preguntas. Ese criterio era muy propio de la Fallaci, dueña de un estilo donde el entrevistado no es protagonista, sino el entrevistador; pero una dosis de razón tenía. De la calidad de las preguntas depende mucho la calidad de las respuestas. La ciencia se mueve poniendo signos de interrogación a las dudas.
A excepción de su papel en la mayéutica socrática y en uno que otro juicio célebre en la historia, como los de Núremberg o el de 1962 contra Adolf Eichmann en Tel Aviv, el saber preguntar (no siempre cuestionar), sobre todo en periodismo, se relegó a un género menor, huérfano de un desarrollo teórico relevante, manipulable y víctima del hecho de que socialmente suele aceptarse que el fin justifica los medios, como en la prisión de Abu Ghraib en Irak: ¿para qué pensar en buenas preguntas si las respuestas buscadas vendrían por la tortura?
Me atrevo a afirmar que en ninguna escuela de Periodismo en el mundo hay una clase especializada en saber preguntar. La nuestra, en la UNAH, no la tiene. Hay referencias en algunas asignaturas, pero al vuelo, y es una lástima porque periodísticamente es una técnica y una ética. Técnicamente tiene exigencias similares preguntar que redactar, por ejemplo, en el uso de los calificativos.
Una pregunta puede llevar implícito contenidos discriminatorios, de incitación al odio por razones de identidad sexual, raza, religión o ideas políticas o, al contrario, puede tener tal objetividad y fundamento que demande respuestas a su altura o, en su defecto, dejar en evidencia al entrevistado.
No es cosa menor este asunto. Una pregunta puede ser más violenta y ofensiva que cualquier respuesta. Saber preguntar implica respeto, preparación, reflexión, estudio y criterios de oportunidad. Más que confrontar, busca esclarecer; y debe reflejar intereses públicos no privados o corporativos.
En las ruedas de prensa de los presidentes de Estados Unidos, sus asesores de comunicación suelen redactar listados de posibles preguntas a partir del contexto; no es que elaboran las preguntas qué harán los periodistas sino que las calculan. Un periodista pillado como muñeco de ventrílocuos ve esfumar su credibilidad de inmediato. Ni siquiera cuando hay empatía ideológica el entrevistador debe vender su alma al entrevistado. En todo caso puede formular las preguntas que otros medios no le hacen por intereses creados y que, sin embargo, es correcto y oportuno hacerlas.
Siempre he sostenido que toda persona tiene algo sobre lo cual opinar con sustento si se le formulan las preguntas debidamente. Una señora que recibe una remesa en dólares en un pueblo asilado quizá no sepa cuánto representa ese ingreso respecto del PIB, pero sí sabe lo que significa para la sobrevivencia de su familia y el sacrificio de ganarlas.
Es tan importante el saber preguntar que hay novelas y ensayos célebres que inician con una interrogante (¿Quién soy yo?) o coyunturas en las cuáles una sociedad y una nación comienzan a cambiar a partir de cuestionarse a sí mismas (¿quiénes somos? y ¿para dónde vamos?). Ojalá en Honduras estemos llegando al momento de las preguntas decisivas y de que haya capacidad para plantearlas y responderlas.
Por Manuel Torres Calderón,
Periodista, Asesor de UTV y miembro de la Junta de Dirección de la UNAH
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