lunes, 11 de agosto de 2014

Basta de impunidad mediática



Por Manuel Torres Calderón *
Basta de tanta impunidad mediática
Dedicado a Darwin René Reyes

Hoy, y puede ser cualquier día, vi la primera plana de varios diarios nacionales y me indigné. Es el fotograma de la criminal paliza que le propinaron a una persona, cuyo cuerpo, lanzado al pavimento y mostrando sus partes íntimas, representa una violación brutal a la imagen y dignidad intrínseca de la víctima.
A la fotografía la acompañan titulares que no desentonan con la mala praxis: “salvaje golpiza da médico a gay”. “Médico” y “gay”, todo un monumento a los estereotipos que exculpan o culpabilizan.

Por supuesto, en estos tiempos mediáticos, hay un vídeo grabado, transmitido por un canal especializado en el morbo y reproducido docenas o centenares de veces  por la mayoría de los canales y programas de televisión, así como otras plataformas noticiosas del país, que con ello muestran no tener mayores diferencias entre sí.

No sé qué le terminará doliendo más a la víctima, si los golpes o el escarnio público de la cobertura periodística. El problema es que, quizá, aunque improbable, los agresores reciban algún tipo de sanción legal, pero la persona agredida y ofendida no podrá ser resarcida del daño público recibido.

No se trata en este artículo de mostrarnos sorprendidos por algo que vienen repitiendo una y otra vez los medios, o señalar que ese tipo de notas no deben divulgarse, sino subrayar que debe haber un hasta aquí de esas prácticas y que es hora de mejorar la calidad de la información y que la misma no sólo respete los derechos inalienables de cada persona -sea protagonista o no de la noticia- sino que aporte a la promoción de una cultura de respeto y convivencia real.

La indiferencia hace correr el riesgo de que ese tipo de cobertura en lugar de sensibilizar, aliene; y que bajo el parámetro del sensacionalismo y la discriminación una sociedad puede considerar peligrosamente que la violencia justifica los medios y a los medios.

En este caso, pasar de la indiferencia a decir “bien merecido se lo tiene por travesti”, sólo hay paso, con lo cual se confirmaría que la impunidad no es única, ni inamovible. Al contrario, la impunidad como construcción social de poder es múltiple, y, a la vez específica; es colectiva e individual, es pública y también privada. Así como hay impunidad en los miles de asesinatos sin esclarecer en nuestro país, la hay también en la falta de aplicación de la ley o en el uso responsable de las palabras o las imágenes.

No se me olvida la anécdota de un fotógrafo que divulgó el rostro de un presunto delincuente bajo la bota de un militar. Años después, el fotógrafo se encontró con el fotografiado y éste le relató que durante mucho tiempo alimentó la idea de salir de prisión y matarlo, porque más doloroso que la bota había sido la humillación pública. Como ese ejemplo hay miles, que constatan que la impunidad mediática se ejerce a través de otro tipo de violencia; más letal, abarcadora y dolorosa.

¿Qué puede hacer la víctima de la golpiza ocurrida en San Pedro Sula en defensa de sus derechos agraviados? Poco, muy poco. La impunidad se alimenta de la indefensión. Probablemente le sea más accesible plantear una demanda legal a su agresor físico, que al agresor mediático. Los medios eventualmente demandados lo volverían a linchar, pero alguna organización debiera asumir de oficio ese derecho.

Es en ese punto donde la ciudadanía y la sociedad que la agrupa tienen la responsabilidad de exigir un cambio en la práctica periodística o volverse cómplice a partir de su indiferencia.

Ese cambio que se debe exigir no debe verse limitado a una transformación del estilo de redacción y cobertura para volver la violencia de “buen gusto” o “pasable”. No se trata, por ejemplo, de eliminar la cruda fotografía de portada para trasladarla a páginas interiores. Lo sustancial -aparte de la veracidad y el rigor informativo- radica en reconocer que en ninguna otra temática noticiosa el sujeto informativo está tan expuesto, frágil y vulnerable como en la violencia.

Los medios y periodistas que trabajan este tipo de informaciones no deben olvidar que detrás de cada hecho noticioso hay alguien que dice: “soy yo”, “es mi hermano”, “son mi familia”, “yo tengo otra versión de lo ocurrido”, “escúchenme” y que, por lo general, esa persona que además de agredida fue exhibida es un ser humano que quedará marcado de por vida por una sola fotografía, una sola crónica o un solo vídeo  que se divulgue  de ella.

Ética. No es otro asunto el que se demanda de los medios, sino ética; nada más, pero nada menos. Empezando por el respeto a la integridad de quienes, por una u otra circunstancia, se convierten en víctimas de la “noticia”.
* Periodista, Asesor de UTV y miembro de la Junta de Dirección de la UNAH

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