miércoles, 13 de agosto de 2014

El soñador



El soñador
Las palabras son incapaces de dar una remota idea de la angustia que vivió aquel soñador en su lamentable espectáculo de dolor. Gemía mientras copiosas lágrimas corrían por su rostro al verse en el total abandono y con el alma hecha pedazos de la misma manera como su cuerpo había quedado después de aquella terrible tragedia.

Su cuerpo ya no respondería como antes. La sangre emanaba constantemente de su puño derecho mientras la que una vez fuera su mano se encontraba deshecha a unos pocos metros. Quiso correr hasta llegar al centro médico más cercano. Su angustia fue maximizada cuando se dio cuenta que tampoco tenía su pierna izquierda y que con enorme dificultad podía coordinar sus movimientos después de haber golpeado fuertemente su cabeza contra el suelo tras la caída sufrida desde las alturas en movimiento.

Como era un soñador viviente, pensaba que esta vez también se trataba de un sueño. Pero el dolor era tan real que le desvaneció toda duda. Ahora solo podría llamarle un sueño a su infundada esperanza de llegar a aquellas tierras lejanas donde –según se decía- en los árboles brotaban dólares en vez de hojas.

Convencido de su inevitable desenlace comenzaba a resignarse ante la situación. Ya no intentaba moverse ni acomodar su cuerpo que aún descansaba sobre los durmientes de ese gusano de hierro y del que acaba de derrumbarse.

Un rayo de esperanza alumbró por un momento la obscuridad de su tristeza. Un grupo de jóvenes arribaba donde él lloraba. Con un poco de esfuerzo lograba recuperar una parte de sus ánimos al suponer que se trataba de buenos samaritanos que llegaban a socorrerlo. Pero se equivocaba. Llevaban otras intenciones. El soñador estaba en un verdadero peligro; sus pocas pertenencias le fueron arrebatadas y junto con ellas, su vida. No fue necesario más de un disparo en la frente para que aflojara la única mano que le quedaba, del bolsón que sujetaba fuertemente tratando de evitar que le llevaran la fotografía de su familia, unos tratados religiosos y unos cuantos pesos para terminar la travesía.

Él ya no existe más que en la memoria del tiempo. Aquel ser humano que huía de la condena de convivir con la miseria, por las fechorías de unos cuantos ambiciosos de su país, había sido sentenciado por la fatalidad a una muerte prematura, alejado de su amado hogar. “La Bestia” le arrancó parte de su cuerpo y la despiadada conducta de un grupo de muchachos le extirpó la vida en menos de cinco minutos.

Sin embargo, su familia no lo sabe. La angustiada madre sigue rezando por la vida de su hijo, su esposa aguarda la esperanza de estar junto a él dentro de unos pocos meses y sus pequeñines todavía atesoran en su corazón las conmovedoras caricias de la –ahora inexistente– mano derecha de su difunto padre.

El día es opaco en complicidad con la aflicción de aquel soñador que, alejado de su tierra y de su gente, murió junto a su paquete de sueños por cumplir. A varios kilómetros de donde yace su cadáver, una mariposa negra ha entrado a la humilde casa de bahareque, donde reza una supersticiosa madre, como avisándole que ya el alma de su hijo había alzado el vuelo hacia las alturas de lo desconocido para los vivientes.

J Donadin Álvarez
Estudioso de las Ciencias Sociales de la UPNFM

No hay comentarios: