Rebelión
Por Jesús Aller
El rasgo más terrible sin duda de nuestra civilización es la coexistencia en ella de una tecnología extraordinariamente sofisticada y una miseria atroz que castiga a centenares de millones de personas.
Mucho podría hacerse y muy poco se hace, por ejemplo, por paliar los estragos de la desnutrición, lo que aporta una prueba de cargo abrumadora contra el sistema económico que nos rige. En frase de Jean Ziegler, “cada muerte de hambre en el mundo supone un asesinato”, y estamos hablando nada menos que de nueve millones de asesinatos todos los años.
Ante este problema crucial, el primer objetivo es aquilatar sus dimensiones y rastrear sus causas en cada región, labor compleja que recibió un impulso enorme gracias al médico, geógrafo y activista brasileño Josué de Castro, un prolífico escritor también entre cuyos trabajos destaca Geopolítica del hambre. Este libro, publicado en 1951 y actualizado en una edición definitiva en 1972, supuso un aldabonazo en la conciencia mundial, al poner al descubierto tanto las proporciones del desastre como la naturaleza de las condiciones que lo generan. En este enlace puede descargarse libremente la versión castellana de la edición de 1951 que ha sido reeditada en 2019 por el Instituto de Salud Colectiva de la Universidad Nacional de Lanús (Argentina). El volumen trae textos introductorios de Ana Jaramillo y Hugo Spinelli.
Una vida dedicada al problema del hambre
Josué de Castro nació en Recife en 1908 y se graduó en medicina en la Universidad de Río de Janeiro. En los años 30, su experiencia clínica en su tierra natal le hizo ver las graves consecuencias de la desnutrición crónica y comenzó a estudiar esta lacra mientras se ganaba la vida como docente en diversas universidades. Así, en 1937 publica La alimentación brasileña a la luz de la geografía humana, y partir de 1940 logra desarrollar, con el apoyo del gobierno de su país, iniciativas para mejorar la alimentación de las masas populares.
Geografía del hambre, de 1946, aporta un análisis exhaustivo de la magnitud de la tragedia en Brasil, demuestra que ésta surge de circunstancias socioeconómicas concretas, y rechaza las interpretaciones que la presentan como inevitable. El paso siguiente era extender el estudio a todo el planeta y esto es lo que de Castro culmina en 1951con Geopolítica del hambre, al tiempo que continúa con su activismo social. Entre 1952 y 1956 preside el Consejo Ejecutivo de la FAO, tratando de dinamizar proyectos para el tercer mundo y criticando incansable la “acción tímida y vacilante” del organismo.
Su participación en la política, como diputado federal y representante de Brasil en instituciones mundiales, se vio truncada por el golpe militar de 1964, que lo condenó al exilio. Establecido en Francia, nuestro recifeño siguió colaborando en acciones internacionales a favor del desarrollo y ejerció como profesor universitario hasta su fallecimiento en París, en 1973, de un infarto de miocardio.
La primera radiografía de un problema global
La obra comienza planteando con claridad el gran dilema que se propone investigar y que es posible resumir en una pregunta: “¿Es el fenómeno universal del hambre algo natural, inherente a la vida, o más bien una plaga social creada por el propio hombre?” Avanzar en una respuesta requerirá establecer primero unos aspectos generales, y recorrer después las regiones diversas del planeta para trazar las dimensiones reales del problema y analizar sus causas. Por último, se presentarán las perspectivas para una solución duradera.
El tabú del hambre
Antes que nada, es necesario reconocer que el hambre se ha convertido en un tabú, un asunto ominoso que no se considera apropiado estudiar y se relega a un carácter secundario, cuando la realidad es que causa mayor mortalidad que guerras y epidemias juntas. Tras este tabú se esconde, sin duda, el deseo de las opulentas sociedades occidentales de ocultar que el origen del mal está ligado a la depredación colonial que ellas protagonizaron.
Para de Castro, con una perspectiva optimista, comprensible en alguien que escribe durante los “treinta gloriosos”, el mundo entra tras su segunda Guerra en una fase revolucionaria, caracterizada por el triunfo de los planteamientos “sociales” sobre los “económicos”. Según él, esto ha de hacer posible romper el tabú del hambre e investigar sus enigmas con un análisis global que aborde la raíz del problema.
Es imprescindible también poner en su lugar las teorías que presentan el hambre como una consecuencia inevitable del aumento demográfico. Los datos disponibles demuestran que la curva exponencial de Malthus no es real en la mayor parte de los casos, por la influencia de las circunstancias ambientales y sociales, como ya señalaron Fourier, Proudhon, Marx, Engels o Kropotkin, entre otros. Tampoco es cierto que los recursos alimentarios no puedan adaptarse a la población del mundo con una planificación adecuada. De hecho, la cantidad de tierras potencialmente cultivables es enorme en amplias zonas del planeta. La tesis que se va a defender es justamente la inversa: No es el hambre una consecuencia de la superpoblación, sino que la superpoblación surge como resultado del hambre.
Los matices del hambre
El hambre se materializa bajo aspectos muy variados, y a esta tipología está dedicada la segunda parte de la obra. Es necesario diferenciar los episodios agudos, en los que solemos fijarnos más, de la desnutrición crónica, lo que de Castro denomina “hambre oculta”, que en realidad es mucho más letal. Un repaso de los mecanismos de la nutrición humana permite deducir que los hábitos alimentarios de las sociedades resultan con frecuencia generadores de enfermedades. Es el caso de las deficiencias de proteínas, elementos químicos como calcio, hierro, yodo o sodio, y vitaminas, estudiadas todas con minuciosa erudición en la obra.
Pero no es sólo el cuerpo el que sufre la desnutrición, es posible demostrar cómo ésta afecta también al carácter y hábitos sociales de los humanos. Como en otros animales, se observa que el hambre aguda rebaja la libido e induce comportamientos de extrema violencia en busca de alimento. Por el contrario, una dieta escasa en proteínas y algunas vitaminas incrementa la libido y la fecundidad en experimentos con animales y estudios sobre sociedades humanas. Este aspecto crucial se confirmó con nuevos datos incorporados en la segunda edición de Geopolítica del hambre.
El hambre en el Nuevo Mundo
A pesar de su demografía relativamente moderada, América es una de las grandes regiones de desnutrición y hambre, y para de Castro éstas explican muchos de los otros males del continente. Al sur del Río Grande, la indolencia de las poblaciones depauperadas tiene para él su origen en estas lacras, como muestran fehacientemente los datos que aporta del nordeste del Brasil.
En América del sur la dieta es deficitaria en proteínas y adolece de carencias minerales en muchos casos. La causa de esto no se halla en la alta densidad de población ni en la pobreza de los suelos, sino en una historia marcada por la crisis alimentaria ligada a la explotación colonial. Los ciclos sucesivos extractivos y de monocultivos impuestos: oro, azúcar, piedras preciosas, café, caucho, petróleo, etc. arruinaron la economía tradicional y quebraron la posibilidad de autoabastecimiento y de una alimentación apropiada.
En América central la dependencia casi exclusiva del maíz, cereal que no aporta suficiente cantidad de proteínas, sales minerales y vitaminas, es un grave problema que ya existía antes de la conquista española, pero que se agravó con la obsesión minera y los monocultivos que proliferaron también aquí. En las Antillas la población aborigen, exterminada, fue sustituida por africanos que cultivaron caña de azúcar como esclavos, enriqueciendo a las potencias coloniales, pero sumiéndose ellos mismos en un abismo de desnutrición crónica. Es un escenario terrible, aunque con variaciones locales. Un caso notable es Cuba, donde el triunfo de la revolución supuso un importante impulso positivo.
Se analiza la situación en regiones de colonización anglosajona. En Puerto Rico la extenuación se disparó en el siglo XX por el cultivo intensivo de caña impuesto por los norteamericanos. En los Estados Unidos se codean el despilfarro y la miseria, con bolsas de desnutrición en los estados sureños y en los suburbios de las grandes ciudades.
El hambre en Asia
Es éste el continente por excelencia tanto de las grandes acumulaciones humanas (dos tercios de la población en un tercio del área), como del hambre en sus expresiones máximas.
Un recorrido por la historia de China muestra una secular escasez de proteínas y vitaminas (más acentuada en el sur), así como de sales minerales. Algunos autores calculan 203 años con hambrunas graves por sequías extremas en el milenio entre 620 y 1620, lo cual es mucho decir, y eso sin contar las que originaban inundaciones y plagas de langostas. Esta hambre crónica se veía potenciada por la estructura social opresiva y las aglomeraciones humanas en algunas zonas. China ofrece un buen ejemplo de cómo la alta natalidad se correlaciona con una alimentación pobre en proteínas. Generar muchos descendientes se convierte en un mecanismo para perpetuar a una población amenazada por el hambre y otras calamidades.
Esta bien asentada situación no hizo sino empeorar durante el siglo XIX, con las guerras coloniales y el declive económico inducido, y solamente tras la revolución de 1949 el país comenzó a despegar. Los datos económicos y sociosanitarios que se aportan muestran esto con claridad, incluso considerando los errores y retrocesos del “Gran Salto Adelante”, entre 1958 y 1961.
El pueblo de la India es de los más subalimentados del mundo, aunque el déficit generalizado de proteínas no se da en áreas como el Punjab, donde la talla y resistencia física de la población es notablemente mayor. Las avitaminosis son comunes y la mortalidad temprana es de las más elevadas del planeta. Las hambrunas crónicas de la India se agravaron durante el siglo XIX debido a la colonización inglesa.
La India, con superpoblación y hambre endémica parece ofrecer un ejemplo óptimo de cómo la primera causa la segunda. Sin embargo, un análisis detallado demuestra que son las circunstancias socioeconómicas las que generan la miseria, y no la escasez de tierras cultivables o el exceso de población. Si se gestionaran adecuadamente los recursos, el país podría mantener a toda su gente, pero el régimen imperante de ninguna manera permite que tal cosa ocurra. En épocas de hambruna, es común que sólo los más pobres perezcan, mientras los propietarios se enriquecen con la exportación de alimentos.
Un repaso de la historia reciente muestra, de todas formas, una situación relativamente próspera en el siglo XVIII, con desarrollo de manufacturas que presagiaba un progreso económico como el que se daba simultáneamente en Europa. Pero fue entonces cuando la debacle colonial vino a dar al traste con todo, al abortar el despegue industrial y potenciar la producción de materias primas para la metrópoli. De esta manera, las condiciones de vida de la población cayeron en picado. Tras la independencia, las ilusiones de mejora no cristalizaron, porque ésta no modificó la sumisión económica ni la estructura feudal de la propiedad en el país.
Los campesinos de Japón sufrieron durante siglos una desnutrición crónica ligada al régimen de feudalismo agrario imperante. En este tiempo, la población no crecía, debido a las guerras, hambrunas e infanticidios que se prodigaban. La situación cambió en el siglo XIX con el comienzo de la industrialización, la reforma agraria y la introducción de técnicas modernas en el campo. Sin embargo, todo esto generó un incremento demográfico, con lo que la miseria no remitió bajo el capitalismo naciente. Para de Castro, el imperialismo japonés del siglo XX es consecuencia de un cóctel explosivo: masas pauperizadas y fanatizadas en el culto al emperador, y capitalismo en expansión que opta al fin por la opción militarista.
El hambre en África
Resulta paradójica, a primera vista, la alta incidencia del hambre en un continente relativamente poco poblado como es África, y para explicarla hay que recordar la abundancia en él de desiertos y bosques tropicales, poco favorables al hábitat humano, pero, sobre todo, los estragos de esclavismo y colonialismo, ya desde los tiempos de Roma, que arrasaron con las formas de vida tradicionales. Las independencias aquí tampoco solucionaron nada pues la explotación económica siguió en el régimen neocolonial que aún subyuga al continente.
De Castro analiza las condiciones nutricionales diversas del África blanca, más benignas, y el África negra, muy variables y terriblemente degradadas por la imposición colonialista de monocultivos, que además empobrecen la tierra e incrementan su erosión.
Y en Europa también
La Edad Media europea estuvo marcada por devastadoras hambrunas, potenciadas por la explotación e incomunicación inherentes al feudalismo, pero el flagelo no cedió después, y a comienzos del siglo XX la alimentación era todavía muy deficitaria en amplias regiones del continente. La penosa situación descrita, incluso en países meridionales y orientales de gran potencial, sólo se entiende al considerar el régimen de propiedad dominante en ellos, basado en latifundios.
Las dos guerras mundiales no hicieron más que exacerbar el cuadro. Los nazis confiscaban las reservas alimenticias en todos los países que ocupaban, incluso en satélites como Hungría o Rumanía, porque el hambre era un arma más en su arsenal. Así convirtieron el continente en un gran campo de concentración y exterminio. Los datos que se aportan muestran lo extraordinariamente difícil que fue la recuperación post-bélica.
Por un mundo sin hambre
Evidenciado con todo detalle la magnitud del problema y su origen social, la sección final de la obra trata de plantear las estrategias concretas con las que el empeño, perfectamente viable, de alimentar adecuadamente a toda la humanidad podría materializarse. Se describe un amplio abanico de alternativas, desde el aprovechamiento de regiones no cultivadas y de alto potencial, hasta la exploración de nuevos alimentos y técnicas agrarias, pasando por el uso de rotación de cosechas y policultivos que no degraden el suelo. Tampoco se debe renunciar a métodos novedosos, como la producción de plantas y animales en océanos, ríos o lagos.
Sin embargo, todos estos planes se enfrentaban a las rigideces de un sistema económico, político y social en el mundo que poco quería saber de ellos. Era notable por ejemplo, en la época en que el libro fue escrito, la escasez de investigación científica en el campo alimentario, en comparación con la que servía al Moloch industrial. Es importante también constatar que las grandes zonas de hambre endémica se corresponden al milímetro con las que sufrieron explotación colonial y están aún hoy sometidas a otra neocolonial no muy distinta en esencia.
La conclusión es la necesidad de una economía humanista que ponga fin a estos atropellos, pero ésta sólo se alcanzará a través de la conciencia de las gentes y la acción política conjunta de todos los estados.
El hambre y el hombre
Con la palabra tabú en su propio título, Geopolítica del hambre, la obra más emblemática y ambiciosa de Josué de Castro, recopila las evidencias precisas para alumbrar el secreto más oscuro de nuestro tiempo. Éste no es otro que la tragedia sin final a la vista que se consuma cada día ante nosotros no es una plaga bíblica o un cataclismo inevitable, sino un monstruoso crimen. No se trata de un libro partidista o sesgado ideológicamente, pero contra la conspiración de silencio y mentiras tejida desde arriba, tiene la virtud de exponer la realidad con una contundencia que debería hacernos reaccionar.
La documentación exhaustiva, la prosa diáfana y persuasiva, que realza lo crucial de los temas expuestos, y la estructura ágil, ajustada siempre al hilo de los argumentos, hacen de la lectura de esta obra una experiencia irrepetible. Hay libros que merecen ser eternamente recordados y éste es sin duda uno de ellos, porque a través de él Josué de Castro dibujó una nueva imagen del mundo, tan real como terrible.
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