martes, 9 de noviembre de 2021

Juan Orlando Hernández, de profesional mafioso a constructor de un narco Estado


Radio Progreso

Juan Orlando Hernández Alvarado, abogado de profesión, ha sido señalado por diversas fuentes, nacionales e internacionales, como un político que escaló las diversas posiciones hasta alcanzar la máxima magistratura del Estado con el apoyo de diversos liderazgos del crimen organizado, especialmente del narcotráfico.

Siendo presidente del Congreso Nacional entre 2010-2014, Juan Orlando Hernández contribuyó a consolidar las estructuras de crimen organizado más sólido en la historia del país, y en este período es cuando se otorgó el mayor número de concesiones a empresas extractivas, y cuando se aprobó por encima de la Constitución de la República, las Ciudades Modelo, a las que se denominaron ZEDE. Si se quiere conocer las huellas de su compromiso personal y familiar con cada una de las redes criminales existentes en el país, conviene darse un paseo por este período de 2010 a 2014  

Según fuentes debidamente informadas, una vez que consolidó el control de la institucionalidad del Estado y sus vínculos con el crimen organizado, Juan Orlando Hernández buscaría, ya como presidente de la República, el control absoluto de las redes criminales, sin competidores. Para ello, sirvió de soplón ante la DEA para entregar a varios de los líderes narcos como parte de su plan. Pero cuando más encumbrado estaba, la inteligencia del gobierno de los Estados Unidos le pisaba los talones, porque entregaba información de narcos, pero guardaba riguroso silencio sobre su hermano.

El período glorioso de Juan Orlando Hernández está inmediatamente en correspondencia con la gloria de su hermano Tony como uno de los mayores exportadores de droga hacia Estados Unidos. Y fue la gloria de su hermana mayor, Hilda Hernández, quien se convirtió desde 2010 en administradora de fondos, gestora de dineros, en el gobierno de Pepe Lobo, y a partir de 2014 en responsable de administrar y destinar todos los dineros del presupuesto nacional de la República, y el control de las relaciones públicas, desde su puesto de responsable de la estrategia de comunicación de Casa Presidencial. Hasta que murió misteriosamente.

La continuidad de Juan Orlando en el poder desde el Estado no es solo asunto de ambición política. Es de vida o muerte. Y es la misma suerte de su familia y de sus más cercanos colaboradores. Altos oficiales de la Policía Nacional y de las Fuerzas Armadas, el presidente del Congreso Nacional y sus diputados, los Magistrados de la Corte Suprema de Justicia, el Fiscal General del Estado, la mayoría de sus ministros, varios medios de comunicación y cerca de 80 periodistas, los más altos miembros del Partido Nacional, algunos de los más renombrados pastores evangélicos y algunos miembros denominados representantes de la sociedad civil, necesitan arroparse en torno al poder que acumuló Juan Orlando Hernández para salir airosos en el próximo futuro.

Como presidente, Juan Orlando Hernández toma decisiones estrictamente conforme a sus conveniencias, porque, así como negoció con la OEA la instalación de la MACCIH para neutralizar la presión social en su contra, también negoció con el secretario general de la OEA para romper dicho contrato, cuando la MACCIH se convirtió en amenaza para sus negocios ilícitos y los de sus colaboradores.

En los juicios a su hermano Tony y a otros narcotraficantes en la Corte de Nueva York, su nombre ha salido por varias decenas de veces, y muchos son del parecer que si no fuese por el protocolo de los Estados Unidos de respetar la investidura de presidente de la República, ya habrían formalizado acusaciones y órdenes de extradición en su contra.

Juan Orlando Hernández es formalmente presidente de Honduras, pero el poder que tiene lo convierte en presidente de la élite criminal, y opera a través del partido Nacional convertido en estructura mafiosa. Su oficio esencial es evitar ser capturado y extraditado a la justicia de los Estados Unidos. No tiene ningún otro oficio por encima de este. Y hará lo que tenga que hacer, como es la frase que lo ha acompañado a lo largo de al menos los últimos ocho años, para evitarlo. Y no tiene más caminos, porque él sabe que los gringos le pisan los talones.

Juan Orlando Hernández logró convencer a su hermano para que mantuviera la boca cerrada. Si Tony abría la boca tenía reducción de penas, pero ponía en bandeja a su hermano; si cerraba la boca, le esperaba la condena máxima, pero su hermano quedaba protegido. Juan Orlando Hernández logró callar a su hermano. Tony Hernández guarda prisión de por vida, y Juan Orlando Hernández sigue protegiéndose a costa de entregar a quien tenga que entregar.

Juan Orlando Hernández está con vida solo para salvar su vida, salvar su poder y estatus, y no le importará en absoluto aniquilar, hundir, desaparecer, desprestigiar a quienes se le crucen por el camino, y de negociar, sobornar, comprar a quienes sea necesario si así consigue su objetivo. Una persona como él, con todos sus sentimientos volcados sobre sí mismo, acaba siendo una persona sin remordimientos, sin sentimientos de culpa y sin sufrir por dolor ajeno. Es insensible ante lo que ve y oye, porque solo piensa en él. No hay familia que valga, menos amistades, porque toda gira en torno a cómo le puede ir a él y desde esta perspectiva trata a los demás.

Juan Orlando Hernández deja un reguero de malestares, muchos de ellos teñidos de sangre y de venganzas acumuladas. Deja un Narco Estado que tardará mucho tiempo en rehacerse como Estado de derecho, con una institucionalidad en donde funcione la justicia, el respeto a los derechos humanos y con oportunidades abiertas a más gente que no sean solo las que se beneficiaron de la narcodictadura. Deja un largo, larguísimo camino por recorrer para recuperar ambientes de humanidad, dignidad e institucionalidad confiable.


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