Rebelión
Por Eduardo Peralta Villegas *
Cada vez que se efectúan reuniones, foros o cumbres mundiales acerca del cambio climático, no se hacen esperar los “llamados enérgicos” de los principales dirigentes de países, organismos e instituciones internacionales para resolver el problema ambiental.
La cumbre climática actual efectuada en Glasgow, Escocia (COP26) no ha sido distinta en ese sentido. “Basta de tratar a la naturaleza como un excusado”: secretario general de la ONU; “Cada día que nos retrasamos aumenta el costo de la inacción”: Joe Biden; “Falta un minuto para medianoche y tenemos que actuar ahora. Si no nos tomamos en serio el cambio climático hoy, será demasiado tarde para que nuestros hijos lo hagan mañana”: Boris Jonhson. Si por discursos fuera, el asunto ambiental se habría resuelto hace años ¿Cuál es el problema?
El cambio climático y el calentamiento global han aparecido como fenómenos que evidencian las transformaciones ambientales sobre la naturaleza, las cuales amenazan seriamente la propia supervivencia de la especie humana. El incremento de la temperatura en la tierra en los últimos años ha generado cambios bruscos sobre ecosistemas enteros, modificando ciclos naturales tanto vegetales como animales. Si bien estos cambios e incrementos de temperatura son transformaciones que aparecen sobre la superficie, son producto de procesos más profundos de desgaste ecológico. La deforestación de bosques y selvas, la contaminación de ríos y mares, la destrucción de montes y cerros, el aumento de la erosión de los suelos cultivables, así como la disminución de la calidad del aire por el incremento de gases contaminantes, son algunos de los elementos más visibles que coadyudan a modificar los ciclos de la naturaleza.
Pero, ¿por qué aumenta la devastación ambiental? ¿Necesitamos de tecnología más avanzada que permita una menor destrucción? ¿Nos estamos tardando en la transición energética para pasar de combustibles fósiles a energías limpias? De acuerdo al debate en los círculos de las élites, estos combustibles aparecen como los principales responsables. “Nuestra adicción a los combustibles fósiles está empujando a la humanidad hacia el borde del abismo… basta de matarnos a nosotros mismos con el carbón”, afirmó el secretario general de la ONU. Por ello, los principales compromisos en los diversos acuerdos, actas y cumbres, establecen reducir gases contaminantes y en virar hacia una transición energética basada en energías limpias.
No es casualidad que, nuevamente, en la cumbre climática de Glasgow se anuncie como compromiso de gran calado un plan global de reforestación mundial (85% de las reservas naturales) y una reducción de gas metano (30%) para el 2030. El objetivo final consiste en no elevar la temperatura de la tierra en 1.5 grados al final del siglo; en esto radica su “plan ambicioso”. Para lograrlo, aunado al plan global mencionado, se proponen medidas específicas como la reducción de la dependencia de los combustibles fósiles (transición energética), reducción en el consumo, control en el crecimiento de la población, mantener los mercados de carbono como una herramienta central para luchar contra este calentamiento, así como mantener los pagos por servicios ambientales y los programas de “el que contamina paga”.
Sin embargo, ninguna de estas medidas pone en cuestionamiento el problema de fondo: la producción incesante de mercancías. En el capitalismo, el objetivo central es la ganancia. Si no hay producción, no hay ganancia. Por lo tanto, la producción acelerada y creciente es una característica intrínseca del sistema en el cual vivimos; crecimiento económico significa un incremento de la producción, y este incremento implica la necesidad de materias primas y de recursos naturales. La naturaleza sometida a los designios del capital.
Por ello, encontramos que los grandes capos de la devastación ambiental son las grandes empresas. Coca-Cola, Pepsico, Nestlé, Unilever, Mars, Danone y algunas más se encuentran entre las primeras 10 que más contaminan en el planeta por su elevada producción, que implica no sólo la generación de residuos de plástico, sino fundamentalmente la utilización de agua, petróleo y demás materias primas a niveles realmente alarmantes. ¿Qué efecto tiene la política de los mercados de carbono o de los programas de “el que contamina paga”?, realmente ninguno, pues estas empresas tienen la capacidad de cubrir el costo y seguir produciendo. Pagan por contaminar.
En el mismo sentido, tan sólo el 1% de la población contamina más del doble que el 50% más pobre; de acuerdo a datos de Oxfam, el 1% de la población genera el 15% de las emisiones de carbono, mientras que el 50% más pobre contribuye con el 7%. Si esto lo trasladamos a países, tenemos que China (30%), EUA (13%), India (7%) y Rusia (5%) contribuyen con 55% de la emisión global de CO2. ¿Qué significa esto?, que el problema está lejos de ser causado por el ser humano per se, el fondo del problema se encuentra en la propia dinámica del sistema de producción capitalista que impera en la actualidad.
Para resolver en serio el problema del cambio climático es indispensable erradicar completamente la lógica de la ganancia individual, de la producción al infinito y del crecimiento por el crecimiento. Lo demás es discurso y demagogia. Queda claro que la solución no vendrá de arriba, no saldrá de las cumbres ni foros impulsados por las élites mundiales, pues sus “soluciones” no tocan ni un pelo la forma en la cual se produce; al fin y al cabo, son representantes de este sistema. “Basta de tratar a la naturaleza como un excusado”, repite el secretario de la ONU, sin poner en tela de juicio al sistema capitalista.
Por el contrario, una de las “soluciones” planteadas fue crear un grupo que se autodenominó Alianza Financiera de Glasgow hacia las Cero Emisiones Netas, que no es otra cosa más que apoderarse de lo que llamaron la “economía verde”; es decir, la transición hacia energías limpias. Este conglomerado está formado por 450 grandes firmas financieras (bancos, fondos de pensiones, empresas de seguros, consultoras en inversiones de riesgo, la mayoría procedentes de los 20 países más acaudalados) para movilizar 130 billones de dólares en clima en los próximos 28 años. Y que, en teoría, servirán para que los países en desarrollo, sus gobiernos y su aparato productivo financien la transformación hacia una economía más sostenible, para lo que también deberán comprar en la mayoría de los casos la tecnología que han desarrollado los países más ricos del mundo. No es casual que Jeff Bezos y la fundación Rockefeller se hayan sumado a estas fundaciones con grandes sumas de inversión, pues de lo que se trata no es de salvar al planeta, sino controlar lo que, para muchos, será el negocio del futuro. La solución no puede provenir de las empresas.
Lo que está en juego es la propia supervivencia del planeta. La dicotomía es clara: salvar el planeta o salvar el capitalismo. No existen caminos intermedios, la situación actual es prueba de ello. “Mientras tengamos capitalismo este planeta no se va a salvar, porque el capitalismo es contrario a la vida, a la ecología, al ser humano, a las mujeres”, afirmaba Berta Cáceres. Para enfrentar el cambio climático de manera resuelta es necesario un cambio de sistema, más justo, equitativo y en armonía con la naturaleza. No basta con medidas tibias y promesas de reducciones graduales y paulatinas en los próximos 100 años que, seguramente, tampoco se harán realidad.
La tarea es ardua y más que difícil, sin embargo, no serán las empresas ni los gobiernos, serán los pueblos los únicos capaces de generar y aplicar soluciones reales, enfrentando incluso a estos sectores empresariales. Queda claro que la defensa del medio ambiente o “el ecologismo” no es un movimiento “inventado” por los neoliberales, como afirmó AMLO; por el contrario, es una lucha que nace como necesidad para hacerle frente al capital en este terreno. El ecologismo es una lucha estratégica para la humanidad que, lejos de distraer, amplía la visión sobre las luchas sociales en general. La defensa de la vida en el planeta tiene que pasar necesariamente por la lucha contra el capitalismo.
* Eduardo Peralta Villegas. Profesor Facultad de Economía – UNAM. Maestro en Economía.
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