Tiempo Argentino
Por Lina Castellanos
Su origen latinoamericano, indigenista y político lo diferencia de otras artes en el mundo de la pintura. El uso estético del espacio público: otra disputa de las mujeres.
El muralismo es una de las pocas técnicas artísticas reconocidas como de “origen latinoamericano” e incluso “indigenista”. Tal vez por esto, también para algunxs teóricxs del arte, dentro de la definición de muralismo, el factor colectivo en su proceso de realización es también algo definitivo, no solo por las grandes dimensiones que implica la técnica, sino porque en la búsqueda de una definición de identidad nacional, lo colectivo resulta también decisivo.
Por otra parte, el uso del espacio público, de los muros y las calles como lienzo propone un intercambio evidente entre la obra, quienes la realizan, el lugar en que se sitúa y las personas que habitan ese lugar. El mural es entonces un lugar de diálogo entre todos los actores que se involucran en el proceso.
Diálogo que a aquellos primeros muralistas mexicanos les resultaba necesario sacar al espacio público, para abrir la acción creativa y subvertir la relación cerrada entre artista y caballete en el espacio privado. Este diálogo también está embebido con nociones sociales y políticas, que al parecer de los muralistas mexicanos no estaban siendo tenidas en cuenta por las vanguardias artísticas europeas propias del siglo XX.
Con todas estas connotaciones de identidad, de comunidad, de lo político en el arte, entre otras, el muralismo se convierte en uno de los movimientos artísticos latinoamericanos más importantes y vigentes. Como toda herramienta artística, ha tenido diferentes formas de interpretación y apropiación a lo largo de la historia y de los lugares a los que ha llegado. Desde la teoría artística contemporánea, se ha pedido una distinción para las expresiones pictóricas y gráficas que suceden en el espacio público pero que no necesariamente están respondiendo a estos ideales políticos y estéticos que acompañan al muralismo. Y es de esta manera que el término street art o arte urbano aparece con mayor fuerza en el siglo XXI, intentando definir otras formas de expresión.
Así como el arte ha generado discursos políticos y estéticos sobre las nociones de espacio público, diferentes movimientos políticos también lo han hecho. El feminismo ha desarrollado diversas teorías acerca de cómo vivimos y nos relacionamos con el espacio público en relación a nuestro género, exponiendo la dicotomía que el patriarcado ha instalado entre el espacio público y el espacio privado, y cómo el primero parece ser un ámbito que está reservado para los varones, mientras el universo de lo privado, un lugar que compete a la mujer.
El muralismo no es la excepción a miles de rubros en los que la desigualdad de género se refleja en las cifras de participación, de remuneración económica o de asignación de proyectos y muros. Cuenta con las desigualdades propias del mundo laboral al que las mujeres nos enfrentamos, y además tiene las connotaciones patriarcales de la mujer y su relación con el espacio público.
Se asume que no hay mujeres muralistas, ya que “no es una profesión de mujeres”, al ser un oficio y una técnica relacionados con el trabajo de máquinas como grúas, el trabajo con el cuerpo en andamios, escaleras y demás estructuras de construcción que se suelen utilizar para realizar los murales. Esta excusa solo denota la mediocridad de lxs productorxs y curadorxs encargadxs de trabajar con muralistas. AMMURA (Agrupación de Mujeres Muralistas de Argentina) registra actualmente más de 300 participantes activas alrededor de toda la Argentina. Asimismo, desde esta organización se ha intentado por primera vez poner en números y datos la desigualdad de género que ya se palpaba por parte de las mujeres muralistas, pero los datos fueron aún más alarmantes de lo esperado.
Según las investigaciones de AMMURA realizadas en 2018, la mayoría de los murales en la Argentina es realizada por varones.
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Ciertos conceptos como “libertad de tránsito”, “confinamiento”, “restricción de movilidad”, entre otros, abundan en las discusiones actuales de este contexto pandémico y, por otra parte, la alarma desde algunos sectores de la ciudadanía parece no reconocer que han sido conceptos a los que las mujeres, de una u otra forma, hemos sido sometidas en nuestra relación con el espacio público desde hace siglos.
Desde el patriarcado se nos ha propuesto a las mujeres que la manera de relacionarnos con el espacio público es transitándolo, pero no habitándolo, mucho menos interviniéndolo con nuestro trabajo. Y de esta misma manera, la condena a no cumplir estas reglas puede incluso justificar que se atente contra nuestros derechos. Una forma de entender el espacio público que hoy parece generalizada para toda la ciudadanía.
Actualmente, se justifica el tránsito en el espacio público, especialmente si está acompañado del cuidado a familiares, niñxs y ancianxs. De lo contrario, es un tránsito que tiene que estar justificado con los deberes domésticos: hacer las compras en el supermercado, ir a la farmacia a comprar remedios, entre otros. La tercera razón que justifica nuestro tránsito es por supuesto, por razones de trabajo.
Si bien son distintos los frentes y herramientas que el feminismo ha presentado para poder romper estas construcciones patriarcales y acercarnos a las mujeres al espacio público de una manera política, actualmente, es necesario pensar qué herramientas seguimos teniendo a la mano y que además no comprometan la seguridad y salud de nuestras comunidades. El arte ofrece diferentes tipos de herramientas, que engloban connotaciones políticas que están a la mano de quienes quieran apropiarse de ellas. Estas herramientas pueden ser desde performances, happenings, land art, entre otras, o el muralismo.
El muralismo tiene una faceta multidimensional que puede contribuir no solo a la discusión política, sino también artística, además de físicamente ocupar el espacio que nos fue negado durante siglos. Hoy más que nunca es fundamental tomar en cuenta las distintas variables que nos trae el muralismo, idearlo con perspectiva feminista, colectiva y latinoamericana para así pensar un mundo en donde las mujeres también podamos ser parte de las calles, la creatividad y el desarrollo de la cultura.
La nota es parte de la alianza entre Tiempo y Economía Femini(s)ta, una organización aliada que trabaja para visibilizar la desigualdad de género a través de la elaboración de contenidos claros y de calidad.
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