Por Alejandro Torrús
La descendiente de un represaliado por el franquismo encuentra un retrato que lleva la firma del escultor hispano-chileno y que fue pintado en la cárcel de Logroño en noviembre de 1936.
El escultor, autor del Monumento al Labrador de Logroño, reconocía en sus memorias que retrataba presos que intuían su próximo fusilamiento. Ahora, 84 años después, aparece el retrato de Honorio González, que se libró del pelotón de fusilamiento.
En noviembre de 1936 el escultor hispano-chileno Alejandro Rubio Dalmati era uno de los miles de presos que llenaban las cárceles de la España que ya controlaban los golpistas del 18 de julio. Estaba encerrado en la cárcel de Logroño. Era un muchacho joven, de apenas 23 años, que ya despuntaba en el mundo del arte, pero cuyo destino parecía escrito: el pelotón de fusilamiento. De haber sido así, Rubio Dalmati jamás habría diseñado en Logroño el Monumento al Labrador, la Fuente de los Ilustres o el Monumento de La Barranca. Tampoco habría dejado su obra en las catedrales chilenas de Concepción, Valparaíso o Talca, entre otras. Pero Rubio Dalmati no fue fusilado. Lo impidió un sacerdote jesuita al que el artista, previamente, había ayudado en el Madrid republicano. «Ten en cuenta que primero te parió tu madre, pero hoy te he parido yo«, le dijo el sacerdote que le libró de la muerte.
Su experiencia en aquella cárcel franquista quedó plasmada en su libro de memorias La razón de lo irracional, publicado en 1990. El escultor describió en él la angustiosa espera diaria de los presos. Cualquiera de ellos podía ser fusilado en cualquier noche. Y así se lo recordaba cada día otro sacerdote que acudía en la prisión para acompañar a los presos en el tránsito de la vida a la muerte. «Iba a la cárcel a decirnos, en nombre de Dios, que hoy, mañana o pasado, a más tardar, podíamos ser fusilados. Era un cura viejo, acartonado, de mirada cruel, enfermiza. Su maldad era demencial, producto de una vejez elaborada en siglos de ñoñería, vulgaridad e ignorancia, modelada en las sacristías y colegios religiosas, centros productores de esos monstruos de alma deformada y retorcida», señalan las memorias de Rubio Dalmati.
Y así pasaban las horas hasta que las manecillas del reloj marcaban las 12.00 horas de la noche, el momento en el que nacía un nuevo día y en el que los fascistas montaban a sus víctimas en un automóvil, los internaban en el campo y apretaban el gatillo. Por Dios y por España. Así lo recuerda el propio escultor: «Pasaban las horas hasta que llegaban las 12: era la hora fatal en la que la muerte llegaba cada noche, sin falta, con puntualidad terrible y espantosa«. Solo en La Rioja, un territorio donde no hubo guerra y el golpe triunfó, los fascistas asesinaron a 2.000 personas, 400 de ellas en La Barranca, según los datos proporcionados por el investigador y cantautor Jesús Vicente Aguirre en la obra Aquí nunca pasó nada.
El artista hispano-chileno también relata en el citado libro cómo con el paso de los días se estableció una especie de «costumbre» entre él y los presos: «Los que intuían su final, me solicitaban un retrato a lápiz, para dejarles un recuerdo a su mujer, a sus hijos, a sus padres… Cuando al día siguiente venían sus familiares a preguntar por ellos, se les entregaban sus escasas pertenencias y el pan del desayuno. En él habíamos practicado un agujero con un lápiz e introducíamos el dibujo muy enrollado, con la esperanza de que lo encontrasen dentro de aquel, que sería el pan más amargo de su vida».
Sin embargo, poco o nada había trascendido de los retratos dibujados por Rubio Dalmati en prisión. El sobrino, escultor y compañero de Rubio Dalmati hasta su muerte en 2009, Alejandro Narvaiza, relata a Público que su tío le habló muchas veces de estos retratos, pero que él nunca había podido ver ninguno de ellos. Una vez tuvo contacto con una persona de Madrid que le dijo que guardaba un retrato de su padre, fusilado en La Rioja, firmado por Dalmati. Sin embargo, no pudo verlo con sus propios ojos. Sí se conservaron, por contra, otros dibujos que el escultor realizó recordando su estancia en prisión, como la ceremonia de la misa o el dibujo del cura que exhibía el crucifijo antes de enviar a la muerte a un preso.
Sin embargo, esta situación ha cambiado. Ha aparecido un retrato firmado por el artista y fechado en Logroño en noviembre de 1936 cuando Rubio Dalmati estaba preso en la cárcel de la capital riojana. Lo encontró recientemente la lectora de Público Consuelo Sánchez y estaba entre los recuerdos de su tío abuelo Honorio González, que había estado preso en la prisión de Logroño pero que consiguió salir de allí con vida. El hallazgo fue, prácticamente, una casualidad. «El año pasado un primo que vino a pasar la Navidad y mirando un álbum de fotos familiares vio el dibujo de Honorio firmado por Dalmati. Me dijo que Dalmati era un artista muy famoso en Logroño y me contó que había leído las investigaciones de Jesús Aguirre, que señalaban que Dalmati había retratado en prisión a presos que eran víctimas de las sacas», recuerda Consuelo.
El retrato realizado sobre una cuartilla y a lápiz muestra a Honorio González de perfil durante su tiempo de cautiverio en la prisión de Logroño. González, afortunadamente, no fue fusilado. Cuenta Consuelo Sánchez a Público que Honorio llegó a estar en la lista de personas a fusilar, pero que el médico José María Oliver, amigo de la familia y afín a los golpistas, le protegió borrando su nombre de la lista y, así, pudo escapar de una muerte segura. El retrato, por tanto, lo sacó de la prisión el propio Honorio. «Una vez falleció mi tío, el retrato lo guardó mi abuela, después mi madre y ahora yo«, cuenta a Público esta mujer.
El investigador especializado en la represión franquista en La Rioja Jesús Aguirre considera que el retrato facilitado por la familia tiene «un valor incalculable». «Y no hable de dinero. Es una pieza de museo», señala Aguirre a Público. El deseo, además, es que este descubrimiento abra una nueva puerta para que aparezcan otros retratos que el artista dibujó en prisión y que fueron entregados a las familias de los fusilados enrollados en un pequeño trozo de pan para el desayuno del fusilado. Porque no todos los compañeros de encierro del artista tuvieron la suerte de la que gozó Honorio González, el entonces administrador de la Beneficencia de Logroño y afiliado al Partido de Azaña Izquierda Republicana.
El propio Dalmati cuenta en sus memorias que una noche «se llevaron a todos los compañeros» de celda, que «fueron despidiéndose con el abrazo breve y la emoción contenida». «Me quedé solo. Nunca me he sentido tan solo, como si fuese el único habitante del universo. Quedé deshecho, desesperado, con una tristeza tan grande, que ni siquiera contiene el consuelo de las lágrimas. Necesitaba llorar, pero los ojos estaban secos. La congoja me ahogaba (…) Me acosté en el suelo y envejecí mil años, y noté entonces que había murallas insalvables alrededor de mi espíritu. Ahora era un preso de verdad, ya no sería capaz de volar, de soñar con otros mundos de luz y de libertad… libertad que habían asesinado juntos con mis otros compañeros…«, señalan sus memorias.
Pero el escultor recuperó la libertad y 40 años después de estos acontecimientos, en 1976, tras una dilatada trayectoria, comenzó a trabajar en un impresionante monolito que sería instalado en 1979 en La Barranca, donde fueron fusiladas y enterradas más de 400 personas durante la represión comandada en la zona por el general Mola. Se trata de un monolito en el que parecen enroscados los cuerpos de los que allí terminaron sus días. Dalmati cumplía así el deseo de los que 40 años antes le habían visto dibujar y le pedían que una vez acabada la barbarie, les hiciera un homenaje.
«En la cárcel, cuando yo hacía aquellos dibujos, los compañeros decían que les haría un monumento… Al volver de Chile yo me acordaba de aquello. Y entonces me proponen hacerlo. Yo insistí en que no fuera algo de un partido sino de todos. Y se pagaron los gastos, pero yo no cobré mi trabajo», relató el escultor cuando inauguró el monumento, que fue acompañado del siguiente mensaje: «Este horror ya fue. Hoy no queremos ni odio ni venganza, pero sí dejar testimonio para que esas locuras no se repitan«.
Rubio Dalmati falleció el 16 de mayo de 2009. Sin embargo, 11 años después, uno de sus retratos en la prisión de Logroño en 1936 vuelve a ver la luz. Su sobrino y compañero de trabajo Alejandro Narvaiza, que ya ronda los 80 años, relata a Público que el descubrimiento de este nuevo retrato supone «una gran emoción». «Ojalá pudieran aparecer más retratos como este de aquellos en los que mi tío estuvo cerca de ser fusilado», prosigue Narvaiza, en conversación con Público.
La tarea, no obstante, se antoja complicada. Ha transcurrido demasiado tiempo desde entonces. Demasiado tiempo desde que, tal y como dejó escrito Rubio Dalmati, «los fusiles de unos cuantos fanáticos exterminaran a sus hermanos» y Franco convirtiera España «en su finca particular». Para recordar, para no olvidar, Rubio Dalmati dejó unas memorias que en pleno 2020 siguen siendo necesarias: «He escrito estas páginas, pensando, sobre todo en los jóvenes, porque siendo ellos el futuro, tienen también la obligación de conocer el pasado y así mejor comprender que una guerra nunca tiene justificación, ni mucho menos una guerra civil».
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