Por Pablo Correa *
La precariedad de los sistemas de salud, las desventajas socioeconómicas y la menor diversidad genética parecen haber creado un escenario ideal para el avance del nuevo coronavirus SARS-CoV-2 entre los pueblos indígenas del continente americano y, en especial, entre los pueblos amazónicos.
Tras dos reuniones de alto nivel para evaluar el impacto de la COVID-19 en los pueblos indígenas, representantes de la Organización Panamericana de la Salud (OPS) hicieron un llamado a todos los gobiernos y actores involucrados.
«Si queremos que nadie se quede atrás durante la pandemia por COVID-19, se deben acelerar los esfuerzos para garantizar una respuesta coordinada y óptima al virus con organizaciones y líderes indígenas», afirmó la Directora Adjunta de la OPS, Mary Lou Valdez.
Se calcula que existen cerca de 55 millones de personas indígenas que viven en América Latina y el Caribe, y más de 7,5 millones viven en América del Norte. A pesar de la escasez y desconfianza en los datos, al 30 de octubre la OPS reportaba 168.000 casos en poblaciones indígenas en 12 países, con casi 3.500 muertes.
En algunas zonas de la cuenca amazónica las poblaciones indígenas son diez veces más vulnerables a contraer la COVID-19 que otros grupos de las mismas zonas, alerta.
“Una vez más, como ha ocurrido en varias ocasiones desde la colonización europea en las Américas, una enfermedad infecciosa se convierte en una amenaza mayor para los nativos amerindios”, escribieron en un artículo de la revista PLoS Neglected Tropical Diseases, un grupo de investigadores de varias instituciones de Latinoamérica y Norteamérica.
Ellos revisaron el comportamiento hasta julio de la pandemia en la región panamazónica que incluye a Brasil, Colombia, Perú, Ecuador, Venezuela, Bolivia, Surinam y Guyana Francesa.
“La pandemia dejó en evidencia que tácticas epidemiológicas como las cuarentenas pueden resultar ineficaces en áreas como la región panamazónica. Con innumerables vías fluviales, las medidas de bloqueo para contener el movimiento de la población son casi imposibles” (Juan David Ramírez, Universidad del Rosario, Bogotá.
De acuerdo con los investigadores, aunque no hay datos suficientes para sacar conclusiones confiables sobre la influencia de factores climáticos, como la temperatura y la humedad en la transmisión del SARS-CoV-2, sí es posible deducir características que pueden estar jugando a favor de la transmisión del virus y, por lo tanto, del riesgo para muchas comunidades.
En el estado de Amazonas, en Brasil, cuya capital es Manaos, donde viven aproximadamente dos millones de personas, se observó la tasa más alta de letalidad por el nuevo coronavirus (6,07 por ciento al 23 de julio).
La convergencia de una población particularmente vulnerable, un nuevo patógeno y las instalaciones y recursos de salud limitados crearon una «tormenta perfecta», en opinión de los investigadores. Entre el 26 de marzo y el 23 de julio se registraron oficialmente 32.496 casos de infección en un lugar con apenas 293 camas de hospital (privadas y públicas) y 8 ambulancias.
“La pandemia dejó en evidencia que tácticas epidemiológicas como las cuarentenas pueden resultar ineficaces en áreas como la región panamazónica. Con innumerables vías fluviales, las medidas de bloqueo para contener el movimiento de la población son casi imposibles”, comentó a SciDev.Net Juan David Ramírez, autor principal y profesor de la Universidad del Rosario en Bogotá.
Leticia, capital del departamento de Amazonas en Colombia, con apenas 80.000 habitantes, tenía el mayor número de casos de COVID-19 per cápita en Colombia, con 2.335 casos confirmados y 98 muertes hasta el 23 de julio de 2020. Solo hay 2 hospitales en la ciudad con un total de 70 camas. Solo uno de ellos tiene UCI, con 23 camas, que llegaron a una ocupación total.
La misma historia se repitió en la Amazonía peruana. La región de Loreto, hogar de la mayor cantidad de comunidades indígenas amazónicas del Perú, tiene una de las tasas de letalidad estimadas más altas del país: 5.1 por ciento en comparación con 4.7 por ciento en el resto del país.
Según el último censo de comunidades nativas peruanas, sólo el 32 por ciento de ellas tenía un puesto de salud y prácticamente ninguna tenía instalaciones para admitir pacientes.
El caso de Venezuela es particularmente dramático pues antes de la pandemia, como señalan los investigadores, ya se venía observando un resurgimiento masivo tanto de infecciones prevenibles con vacunas, especialmente sarampión, como de enfermedades tropicales desatendidas.
Los investigadores creen que la población altamente móvil y las fronteras permeables entre Venezuela y sus vecinos, Colombia y Brasil, han facilitado un corredor para la transmisión del virus.
¿Qué hacer?
Para prepararse ante la eventualidad de una segunda ola de la pandemia, los autores proponen aumentar la vigilancia epidemiológica, movilizar recursos para la prestación de servicios de salud, establecer sistemas de respuesta rápida para garantizar la seguridad alimentaria y organizar el despliegue al campo de personal sanitario especializado.
Igualmente, destinar los recursos necesarios para proporcionar pruebas in situ y cuidados críticos a los pacientes afectados, movilizar fuerzas de seguridad necesarias para restringir cualquier incursión extranjera ilegal a los territorios indígenas, particularmente a los mineros ilegales.
“Una mayor propagación de la ola epidémica de COVID-19 podría resultar devastadora para muchos amerindios que viven en la selva amazónica y, en última instancia, empujar a estas comunidades hacia la extinción”, alertan.
Para Camila Rodríguez, gestora del Instituto Nacional de Salud en la región amazónica del Vaupés en Colombia y directiva de la organización Sinergias, pensar que el nuevo coronavirus pueda extinguir un pueblo “es un poco desproporcionado”.
“El efecto más devastador es sobre la cultura, porque mueren los mayores que tienen el conocimiento”, señaló a SciDev.Net. Rodríguez, que no formó parte del estudio, y subrayó que en la Amazonía hay pueblos “con menos de 200 habitantes”.
* Francisco Cali Tzay, Relator Especial de las Naciones Unidas sobre los derechos de los pueblos indígenas, advirtió que “la pandemia también ha exacerbado el racismo y el estigma hacia las comunidades indígenas, acusándolas de no respetar las medidas de salud pública y culparlas por las altas tasas de infección».
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