martes, 17 de noviembre de 2020

¿Quiénes bajan de las lanchas?


Radio Progreso

Por Melissa Cardoza

Para empezar quienes llevaron las lanchas con sus propios medios y se pusieron a salvar personas atrapadas fueron gente que podía, pero además le sobraba un enorme sentido de responsabilidad humana, la solidaridad. Algunos fueron por sus familiares, y tantos se quedaron yendo y viniendo con quien encontraran por esos caminos de agua para ponerles a salvo, unos en lanchas, otros en cayucos, anónimos rescatistas de la fe en la humanidad.

Luego fueron censurados por los criminales del gobierno que creen que somos idiotas y que ellos son organizados y diligentes, expertos en simulación como lo han mostrado por años. Hoy, han llegado los comerciantes que han subido los costos de alquiler de las embarcaciones, así como las cadenas de farmacias del país le han subido a las medicinas y muchos médicos a las consultas, gracias a la pandemia. Hay humanos carroñeros que aparecen en momentos lucrativos. 

Con ojos arrasados por las lágrimas hemos visto a la gente que baja de las lanchas. Las que han bajado una y otra vez de los sitios de la desesperación y desolación porque la expresión que llueve sobre mojado nunca ha sido más precisa para la población que hoy deambula sin hogar, cuando pocas veces lo ha tenido. Una mi tocaya decía en la radio, Mi casa es de pedazos de cosas, de recicle, pero es la única casa que teníamos yo y mis cipotes.

Personas que con esfuerzos increíbles consiguieron tierra, levantaron hogar y fueron comprando a largos plazos sus cosas que claro que les cuesta dejar. Cuánto negocio se ha enriquecido de las primas y cuotas con la que se paga hasta tres veces una cama, una división, la pantalla de la televisión. Otra vez se nota que hay dos lados para abordar la desgracia, y la ganancia es una de ellas.

Les vimos bajar a esas mujeres rotundamente costeñas, anchas de ese modo que tanto molesta a la estética burguesa anoréxica que ha hecho de la delgadez un bien moral, precisamente esas amplias mujeres con las camisetas de frases en inglés que se compran a buenos precios en los agachones, mojadas y afligidas, bajaron de las lanchas jalando una mochila a reventar, bolsas de plástico, algún niño o niña, gatos, perros, pollos, jolotes, gallos. Hemos visto hombres con sus calzonetas cargando a otros, cuidando el paso de una doñita, tratando de rescatar algún chunche de la casa, con las miradas de susto y alivio al poner el pie en la tierra firme.

Hambrientos, sedientas, asustadas, dolidos todos.

Esa gente no olvidará que estuvieron a punto de morir, que no les dijeron el peligro real que se iba a vivir y mucho menos lo que debieran hacer para estar lejos de sus hogares, pero para estar bien y no para andar como ánimas en penas por las calles, durmiendo en el suelo como está sucediendo ahora. Las mismas a quienes invitaron a pasar una semana de feriado para salvar la economía con un huracán anunciado de por medio, que no fueron a buscarlos en los techos mojados del zinc donde esperaron con desesperación. Inoperantes, irresponsables y criminales secos y perfumados los responsables que emiten cadenas nacionales con consignas que les quedan enormes.

Ojalá escampe la tormenta, pero no la memoria.

Quienes  bajan de las lanchas de salvamento y quienes les esperamos con la angustia atrapada en las horas no olvidemos a esos que siguen desgobernando este país, la peor peste de los tiempos contemporáneos, los buenos para la trampa, rateros azules, ladrones de oficio, mentirosos de profesión, la clasista red de políticos coloridos que odian a la gente y la consideran tan poca cosa como para dejarla morir ahogada o por frío y hambre; cambiando las prioridades de seguridad del país por aviones de guerra, bombas lacrimógenas, patrullas; ocultando tan mal sus intenciones de robo en esta nueva desgracia que a la primera ya sabemos dónde estará también ese dinero. 

Cuando la gente bajó, y puso a sus perritos a salvo, encontró a otra gente que la abrazaba, unas mujeres que pusieron sus puestos de baleadas, pero no para venderles sino para darles de comer, encontró café caliente y agua de manos de otras que ya habían tenido tiempo de secarse y actuar. Una llamada telefónica y unas palabras de consuelo de quienes conocen el infortunio de primera mano.  

No encontraron a ningún diputado, diputada, funcionario, ministro, chafa o chepo que les respondieran con alguna solución inmediata sin querer sacar votos a cambio o foto para prestigiarse; a pesar de todo el dinero mal habido que todos y todas se embolsan con puntualidad y con el que hacen sus casas que nunca se van a inundar y engrosan sus cuentas bancarias. La política se ha convertido en un mal tan avieso como la corrupción, sino que se han vuelto lo mismo.

Encontraron a la gente como ellas y ellos.

La gente que baja de las lanchas es nuestra gente, nos emociona verlos vivas, y saber de todas las otras que han hecho una cadena de sobrevivencia sin presupuestos ni fanfarrias. La que les sobó sus pies fríos con mentolina porque pasaron tantas horas mojados, quien le puso a la orden su escaso alimento, quien les prendió velas en nombre de un dios al que tanto quieren que ni le reclaman que les mandara tanta agua, pero le agradecen estar vivos. La que sigue buscando a quien sobrevive, la que lleva de lo poco que tiene al albergue. Esa es nuestra gente, también la que está harta, y encachimbada de vivir bajo el terror en todas sus tonalidades, porque no salimos de una para estar en otra.

Ahora todos y todas tratan de politiquear, haciendo pornografía con la desgracia no disimulan para tomarse una foto por una libra de frijol que llevaron donde se requieren quintales, no tardan en poner sus asquerosas banderas donde ni ha dejado de llover portando promesas más naufragadas que toda la Lima del cinco de noviembre de este año lleno de males.

Ojalá que la gente vea en serio que es una buena parte de ella misma, solidaria y generosa en la que hay que confiar y depositar toda la esperanza, apenas se organiza y se reconoce.

Quien es capaz de salvar a otra persona que ni siquiera conoce, quien puede cruzar un río salvando un perrito en una paila porque es un ser vivo, quien alimenta con su pobreza a otras personas porque conoce el hambre y sabe lo bien que cae la comida, y de quien ni se sabe nombre ni sonrisa ensayada; toda esa gente tiene lo necesario para gobernar un país, los destinos de la vida común, encumbrar la apuesta ética por el bien común, lo demás que lo hagan técnicos que para eso estudian.

El resto de los actores y actoras que se han vuelto profesionales para hacer algo que trata del bienestar y la seguridad colectiva, y no hacen más que ganar pisto y acumular méritos en redes sociales entre la fiebre y el lodo son escoria, basura que se dedica a buscar poder, dinero y privilegios.

Un buen día se los llevará la corriente poderosa de la rabia popular consciente y reflexiva. Mientras salimos de esta hora con los y las que nunca han dejado sola a la vida cuando parece estar a punto de ahogarse en la desgracia.  


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