Pie de Página
Por Eugenio Fernández Vázquez
Vale la pena revisar nuestras ideas sobre los impactos ambientales que tuvo la llegada de los españoles a América y la imposición del dominio de la Corona española sobre las tierras. El año que viene hará aun más intensas esas discusiones. Hay que entrarles de lleno, también desde lo ecológico y desde la lucha en defensa del planeta
Este 12 de octubre anuncia un 2021 lleno de reflexiones y polémicas, pues ha servido como preludio para el quinto centenario de la caída de Tenochtitlan. La jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, ha llamado a reflexionar sobre la pertinencia de devolver a su pedestal la estatua de Cristóbal Colón que fue removida en días recientes para su restauración, y es un llamado muy necesario. Respondiendo a él, vale la pena revisar nuestras ideas sobre el entorno y sobre el medio ambiente, y sobre los impactos que sobre él tuvieron la llegada de los españoles a América y la imposición del dominio de la Corona española sobre las tierras de este lado del Atlántico.
Lo primero que encontrará quien emprenda ese camino es que los paisajes que hoy vemos son producto de procesos que muchas veces ocurrieron hace siglos. Es cierto que nunca habíamos alterado la tierra como en las últimas pocas décadas, pero también lo es que las últimas décadas no son el único momento histórico en el que se han registrado alteraciones sustantivas del medio ambiente. En el caso de México (al menos del centro del país), uno de los periodos en los que estos cambios han sido más intensos fue, precisamente, en los primeros cien años después de la llegada de Cristóbal Colón a lo que después se llamó América.
Por ejemplo, la historiadora Elinor Melville mostró en varios trabajos que el valle del Mezquital solía ser un mosaico muy complejo de sistemas hidrológicos, bosquecillos y parcelas agrícolas —algo muy diferente de los paisajes semiáridos que hoy cubren el estado de Hidalgo. Lo que ocurrió es que se registraron una serie de procesos muy complejos, producto de la combinación de tres factores fundamentales: el Gran Cocoliztli —la epidemia que redujo la población indígena de México en un 90 por ciento entre 1520 y 1600—, la sujeción de estas tierras a los intereses de la Corona española y de los peninsulares inmigrados, y la llegada de los borregos.
La combinación de impunidad para los peninsulares, debilidad de las poblaciones locales, urgencia de recursos y adaptabilidad del ganado provocó un rápido aumento de las poblaciones de borregos en la zona y, con ello, detonó una espiral hacia el fondo que convirtió la región en un paisaje yermo. Puesto en forma muy sucinta, conforme aumentaron los borregos y empezaron a pastar en zonas cada vez más amplias y a invadir cada vez más ecosistemas, los pastores sentaron las condiciones para que esos ecosistemas no pudieran restaurarse y su lugar lo ocuparan las especies semiáridas que hoy son tan comunes ahí.
El Gran Cocoliztli también tuvo impactos en sentido contrario. Sin ir muy lejos, estudios realizados con tecnología LiDAR han mostrado en los últimos años que la zona de la Mosquiitia, en Honduras, solía estar densamente habitada. Hoy en día, sin embargo, es una de las selvas más densas y ricas en biodiversidad que hay en el mundo. Lo que ocurrió probablemente nunca se sabrá, pero todo parece indicar que una epidemia importada de Europa acabó con la población, inclusive antes de que los europeos tuvieran contacto directo con los habitantes de la región.
Ahí están también, obviamente, los impactos de la minería y los orígenes coloniales y colonialistas de la minería en México. El auge de muchas ciudades del país —y la prevalencia de instituciones muy dañinas en ellas— se debió en no pocas ocasiones a ese desastre ecológico que es la minería, y que no se puede explicar sin la integración de América a los mercados europeos y su sujeción a una lógica extractiva que nos hace daño hasta ahora.
La historia ambiental es muy compleja, y requiere de la integración de conocimientos de muchas disciplinas, pero es una tarea importantísima. Sheinbaum abrió —de palabra y acción, con la remoción de la estatua de Colón— la puerta a las reflexiones sobre lo que ha ocurrido en nuestro continente y nuestro país en los últimos quinientos años. El año que viene hará aun más intensas esas discusiones. Hay que entrarles de lleno, también desde lo ecológico y desde la lucha en defensa del planeta.
* Eugenio Fernández Vázquez. Consultor ambiental en el Centro de Especialistas y Gestión Ambiental.
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