lunes, 3 de junio de 2019

¿Qué es el antiespecismo?


Por Rafael Silva


“El hombre en su arrogancia se cree una gran obra, merecedor de la mediación de una deidad. 

Más humilde, y yo pienso más cierto, 

es considerar que fue creado a partir de los animales”. (Charles Darwin)

Hablamos normalmente de Animalismo, de Liberación Animal, de Vegetarianismo, de Veganismo, etc., pero existe un concepto de mayor amplitud, que recoge toda la dimensión de los demás conceptos e ideas relacionadas: el Antiespecismo. Intentaremos explicarlo de forma resumida en el presente artículo, comenzando por entender qué es el Especismo. 
El ser humano actual (heredero evolutivo de sus antepasados Homo …), es, simplemente, una especie más en el universo. En el planeta existen millones de especies de animales y plantas. El cuervo, por ejemplo, es otra especie más. De entrada, muchas personas podrían pensar que entre el cuervo y nosotros los humanos no hay comparación, pero creemos que están en un error. Podrían pensar que nosotros somos “personas”, y a esta palabra le conceden un estatus superior al estatus que conceden al cuervo. Para ellas, por tanto, dadas nuestras más evolucionadas características en todos los órdenes (reflexión, inteligencia, capacidades, etc.), seríamos “superiores” a un cuervo. Bien, hasta aquí la discusión no saldría de unos límites académicos que podríamos explicar científicamente (y entonces veríamos que no hay tantas diferencias entre el cuervo y nosotros). Pero el especismo comienza desde el momento en que nuestra consideración de seres “superiores” al cuervo nos conduce a dominar a dicha especie, y a colocarla a nuestro servicio, sometiéndola a todo tipo de explotación. La especie trasciende a la clase, pero también al género, a la raza… 
Y así, desde tiempos inmemoriales, el papel que ocupamos en nuestro planeta frente al resto de especies de seres vivos nos ha conducido (por una serie de factores no evolutivos, sino culturales, sociales, educativos, políticos y económicos) a contemplar, digamos, una visión antropocéntrica (el ser humano sería el epicentro del universo), que nos ha empujado primero a la conquista, y luego a la destrucción de la naturaleza, y a tratar al resto de especies animales como verdaderos nazis, es decir, tratándolas como especies “inferiores”, y por tanto, autoconcediéndonos el supuesto derecho de explotarlos y asesinarlos para nuestro provecho. A lo largo del tiempo, toda una serie de deleznables prácticas han colocado al resto de especies bajo las más macabras intervenciones humanas: vivisección, experimentación animal, ganadería intensiva, uso de animales para nuestro ocio, celebración, tradición, diversión, deporte, costumbre, etc. Todo un tipo de alimentación humana basada en la ingesta de ciertas partes del cuerpo de los animales llevamos practicando desde hace siglos. Y toda una industria de productos derivados o procedentes de los animales se lleva cultivando para nuestra protección, abrigo, atuendo, modas, etc. La explotación animal llega a límites insospechados. Y en la inmensa mayoría de los casos, es una explotación sistemática, violenta, brutal, sanguinaria y macabra. El especismo justifica todas estas prácticas, legitima toda esta “cultura” basada en la sangre y el terror para el resto de los animales. 
El antiespecismo es una revolución ética y política que se opone a toda esta salvaje cosmovisión. El antiespecismo aboga por un respeto hacia todas las especies por igual, aplicando el principio de igual consideración de intereses, que ya describiera magníficamente el genial pensador Peter Singer, uno de los padres del movimiento mundial por la liberación animal. Pero el antiespecismo, como hemos indicado, es una causa política, y en este sentido, ha de ser coherente con el resto de causas políticas que están en su onda. En caso contrario, corremos el riesgo de quedarnos a medio camino, y por tanto, de perder credibilidad, haciendo un flaco favor a la causa. Porque si el antiespecismo aboga por la liberación de todas las especies de animales, la nuestra, es decir, la humana, también debe estar incluida. No tendría sentido desear para una foca lo que no deseamos para nosotros, los humanos. Por tanto, el antiespecismo está en línea con el anticapitalismo, ya que el capitalismo también es un sistema de dominación y explotación (en este caso, del hombre para el hombre). Y también está en línea con el antifascismo, ya que el fascismo es, igualmente, un sistema de opresión para nuestra especie. En este amplio sentido, el antiespecismo también es incompatible con el racismo, con el sexismo, con el clasismo, y con cualquier otro sistema de sometimiento de unas especies sobre otras, de unas razas sobre otras, o de unos individuos sobre otros. 
Una de las facetas del especismo es considerar la vida de los animales como nuestra propiedad, ya que de esa forma, legitimamos la explotación que practicamos con ellos, obviando lo que les pertenece al más alto nivel, que es su propia vida. En nuestra jerga aplicada a los animales de compañía (y a otros que no lo son), les aplicamos el nombre de “mascotas”, o decimos que somos sus “dueños”, o que nos pertenecen. Y es que dicho sentido de la propiedad nos conduce a la cosificación, en este caso de los animales, es decir, a considerarlos como a cosas que son nuestras, y que podemos hacer con ellas lo que queramos. Más bien al contrario, lo que debe primar en nuestra relación con los animales es la ética del respeto. Si llevamos este concepto de la propiedad y cosificación de los animales hasta el extremo, nos encontramos con los perversos escenarios que podemos contemplar en la ganadería extensiva (de vacas, cerdos, pollos, gallinas…), donde se secuestra literalmente la vida de estos animales desde su nacimiento hasta su muerte, y se les somete a todo tipo de torturas para obtener de ellos determinados productos que luego pasarán al circuito alimentario (huevos, leche…), o a la industria del vestido, del calzado (pieles, cuero…), etc. Vacas sometidas a potentes máquinas succionadoras de leche, gallinas hacinadas que no pueden ni desplazarse medio metro, crías de animales a las que se somete a crueles amputaciones de determinadas partes de su cuerpo, y un largo etcétera de salvajes prácticas demuestran hasta qué punto el ser humano “posee” a estos animales, “secuestra” sus vidas y los coloca a su servicio, sometiéndolos a todo tipo de torturas, maltrato y sacrificios. 
La falta de ética del especismo se aplica también a la experimentación científica, donde es usual observar, en muchas disciplinas de investigación, los experimentos que se realizan en los laboratorios, a la hora de diseñar cierto producto cosmético, o bien de avanzar en la creación de algún fármaco para combatir determinada enfermedad. Lo típico es encontrarse con que los experimentos han sido realizados con animales (los ratones son los que se llevan la peor parte aquí), en las fases previas de experimentación clínica y comprobación de resultados, hasta que, con el paso del tiempo y los avances científico-técnicos, se consigue el efecto deseado, y comenzamos a patentar dicho producto, antes de aplicarlo a los humanos. Pero hasta llegar ahí, miles de animales mueren en los laboratorios (ante experimentos fallidos), son sometidos a crueles torturas, o bien quedan severamente afectados por los efectos secundarios o colaterales que dicha experimentación pueda ocasionar. El antiespecismo aboga porque los animales no pueden ser considerados recursos de experimentación, carne de cañón expuesta continuamente a los terribles efectos derivados de nuestros avances científicos. La ciencia posee otras alternativas para avanzar sin tener que someter continuamente a determinadas especies de animales a este constante maltrato, explotación y asesinato. 
El especismo nos ha enseñado, desde pequeños y a través de varias instancias sociales (la familia, la escuela, el trabajo, etc.) a ver al resto de especies animales como meras mercancías, como máquinas, como utensilios para nuestra ayuda, como productos para satisfacer nuestras necesidades (alimentación, abrigo, etc.), pero nunca como seres capaces de sentir amor, sufrimiento y dolor, tal como lo sentimos nosotros. Nos han enseñado que son cosas, que son reemplazables, que son descartables, que nunca estarán a nuestra altura de seres humanos. Pero la verdad es que todos somos animales, todos sentimos por igual, todos nos merecemos la libertad y el mejor trato, todos merecemos vivir vidas dignas. El antiespecismo, pues, se enfrentaría a toda esta cosmovisión antropocéntrica que nos ha conducido a la situación actual, reemplazándola y tendiendo hacia una visión respetuosa e integradora de la especie humana con el resto de especies animales y con la propia naturaleza, entendiendo que no estamos aquí para dominarla ni para destruirla, sino para ser, estar y existir en función de ella, siendo parte de ella, siendo uno con ella, en armonía plena, y donde la naturaleza y el resto de especies animales no están a nuestro servicio, sino que todas las especies compartimos por igual la misma casa común, la madre Tierra. 

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