martes, 18 de junio de 2019
EE.UU. y el despeñadero
Rebelión
Por Eduardo Montes de Oca
Aguzadas las entendederas con el discurrir de sabios que rechazan los emolumentos otorgados por el establishment a apologistas y turiferarios, compartamos conclusiones como las del conocido pensador Immanuel Wallerstein, para quien el área más fluida en el “sistema-mundo moderno”, en crisis estructural, es la geopolítica. “Ningún país está cercano a dominar este ámbito -insiste-. La última potencia hegemónica, Estados Unidos, […] tiene poder para destruir, pero no para controlar la situación. Sigue proclamando reglas […], pero puede ser, y es, ignorado”.
En el diario mexicano La Jornada, el “augur” desgrana un rosario de argumentos que nos convencen de que hoy una larga nómina de naciones se considera lista para desempeñarse de maneras específicas a pesar de las presiones de otras. “Una mirada por todo el globo confirmará puntualmente la incapacidad de Estados Unidos para imponer sus modos”. Si alguna vez, en plena competencia de la Guerra Fría, los dos gigantes con vigor bélico análogo -o casi- al detentado por el Tío Sam “se movían con cuidado para evitar la reprimenda” de Washington, “ahora, virtualmente es lo contrario. Estados Unidos tiene que moverse con cuidado vis-à-vis Rusia y China para evitar perder la capacidad de obtener su cooperación en las prioridades geopolíticas…”. Mas tomemos igualmente de ejemplo a socios confiables, como Japón y Corea del Sur:
Observemos “la situación en la península de Corea. Estados Unidos quiere que Corea del Norte renuncie a su armamento nuclear. Este es un objetivo que Estados Unidos ha repetido con regularidad. Fue cierto cuando Bush y Obama fueron presidentes. Ha continuado siendo cierto con Trump. La diferencia es el modo de conseguir este objetivo. Previamente, las acciones estadounidenses utilizaban cierto grado de diplomacia además de las sanciones. Esto reflejaba el entendimiento de que demasiadas amenazas públicas de Estados Unidos terminaban siendo contraproducentes”. El magnate-mandatario cree lo opuesto.
“No obstante, Trump tiene días diferentes. En el día uno amenaza a Norcorea con devastación. Pero el día dos hace que su objetivo primordial sean Japón y Corea del Sur. Trump dice que le proporcionan insuficiente respaldo financiero para los costos derivados de una continua presencia estadounidense armada ahí. Así que entre el ir y venir de las dos posturas estadounidenses, ni Japón ni Corea del Sur terminan estando seguros de estar protegidos. Japón y Corea del Sur han lidiado con sus temores e incertidumbres en modos opuestos. El actual régimen japonés busca asegurar las garantías estadounidenses ofreciendo un respaldo público total a las (cambiantes) tácticas estadounidenses. Confía, por tanto, en complacer a Estados Unidos lo suficiente como para recibir las garantías que quiere obtener. El actual régimen sudcoreano utiliza una táctica bastante diferente. Emprende de modo muy abierto relaciones más cercanas con Norcorea, lo cual en gran medida va contra los deseos de Estados Unidos. Con esto confía complacer al régimen norcoreano lo suficiente como para que Pyongyang responda accediendo a no escalar el conflicto”.
Como reflexiona nuestra fuente, la Casa Blanca no disfruta de una cabal perspectiva de mando. “Tanto Japón como Corea del Sur están buscando obtener calladamente armas nucleares para fortalecer su posición, dado que no pueden saber qué traerá el siguiente día en el frente estadounidense. La volatilidad de la postura estadounidense debilita aún más su poderío debido a las reacciones que genera”. Y existe una más compleja coyuntura en el llamado “mundo islámico del Magreb a Indonesia, y en particular en Siria. Cada una de las potencias importantes de la región (o que lidian con la región) tiene un diferente enemigo primordial (o enemigos). Para Arabia Saudita e Israel, por el momento es Irán. Para Irán es Estados Unidos. Para Egipto es la Hermandad Musulmana. Para Turquía son los kurdos. Para el régimen iraquí son los sunníes. Para Italia es Al Qaeda, que está haciendo imposible controlar el flujo de migrantes. Y así seguimos. ¿Y para Estados Unidos? Quién sabe. Ese es el miedo protuberante para todo el resto. Al momento Estados Unidos parece tener dos prioridades bastante diferentes. El día uno, es la aquiescencia norcoreana hacia los imperativos estadounidenses. El día dos es finiquitar su involucramiento en la región del este asiático, o por lo menos reducir sus desembolsos financieros. El resultado es más y más oscuro”.
Resumiendo: deviene lección clave la decadencia de EUA, y como no ha ocurrido el advenimiento de otro hegemón, “la situación se pliega en un zigzaguear general y caótico, la volatilidad o inestabilidad de la que hablamos. Este, por supuesto, es el mayor peligro. Los accidentes nucleares, o los errores, o la locura, se vuelven de repente lo que priva en la mente de todos, especialmente entre las fuerzas armadas… Cómo lidiar con este peligro es el debate geopolítico más significativo a corto plazo”.
Ahondando más
Analistas hay más radicales en sus planteamientos. James Petras, verbigracia, se refiere en La Haine a que la supremacía de los EE.UU. fue temporal y efímera -basada en la desaparición de la URSS y un consiguiente universo unipolar-. Si bien la dinámica se asienta en el impulso hacia la expansión castrense y la ocupación, respaldadas por la intensificación del trabajo doméstico y el saqueo de la economía interna, el afamado sociólogo y contradictor niega rotundamente la noción de que la explotación en el extranjero ha transferido los ingresos para “comprar” a las clases medias y trabajadoras de su seno, en el curso de la consolidación de la “hegemonía imperial”. O sea que el “emporio” ya no se calza con un crecimiento robusto allende sus fronteras, sino que se ha convertido en “una propuesta costosa y en declive”. En consecuencia, ha tenido que recurrir a regresivas políticas impositivas, regulatorias y presupuestarias. Y lo peor para el “águila”, conforme al comentador, es que no revivirá su plétora recurriendo al proteccionismo.
Recordemos que desde finales de la Segunda Guerra Mundial hasta el término de la Guerra Fría, EUA se vio impulsado por el caudal y el poder de las multinacionales para granjearse beneficios, sostener un efecto de “goteo” sobre una fuerza de trabajo parcialmente sindicalizada, y apuntalar monetariamente a sus guardianes del capital global. Progreso que el creador del Banco Mundial y el FMI, postor de la doctrina neoliberal derivada del Consenso de Washington –con vistas a inducir la desnacionalización y la privatización en todo el planeta- consolidó aún más con la desaparición de la URSS, “la absorción de los estados clientes exsoviéticos y el saqueo de la economía rusa”. Los mandamases de la ciudad del Potomac manifestaron que EE.UU. era la “única potencia dominante, libre para invadir, conquistar y explotar a cualquier rival”. En su búsqueda frenética de fomento de su estatus, declaró una “guerra contra el terrorismo” que acentuó las dimensiones marciales de la unipolaridad. Y fue redefinido por su facultad para derrocar regímenes independientes, llevar a ejecución múltiples conflagraciones y “financiar conquistas económicas en el extranjero mientras se mantiene un crecimiento interno” raudo.
Empero, en esos multiplicados conflictos se erogaron miles de millones de dólares, que no se recobraron y redujeron la presencia de la “nueva Roma”, la cual vio constreñirse en gran medida la competitividad y crecer exponencialmente su déficit comercial. “En respuesta a las demandas militares para el financiamiento estatal, las corporaciones multinacionales buscaron impuestos más bajos, mano de obra barata y mercados internacionales más lucrativos. La desindustrialización estuvo acompañada por la financiarización de la economía estadounidense. El Estado imperial era un Jano de dos caras: política exterior militarizada y política interna financiarizada. Los déficits inducidos por los militares y las guerras múltiples e inconclusas llevaron a los constructores del imperio a exigir más a la economía. La financiarización condujo a una profunda crisis económica en 2008/09 y a una década de rescate de un billón de dólares”.
Por eso, la intensificación de la expoliación del mercado laboral nacional, “la reasignación del presupuesto federal y la reducción de impuestos para la élite económica. EE.UU. redefinió la construcción del imperio como una forma de explotar la economía doméstica para militarizar el imperio. Washington debatió dos opciones paralelas: una basada en una mayor internacionalización de la economía estadounidense con la esperanza de recuperar los mercados y el capital; la segunda opción fue convertir a los EE.UU. en una ´fortaleza Americana´ creando muros alrededor de un Estado proteccionista y preparando una ´guerra comercial´. Ambas opciones dependían de la reducción de los costos laborales, la concentración de la riqueza y la reducción del trabajo y el bienestar”.
Obama optó por la "internacionalización", apelando al “imperialismo económico y militar”; Trump eligió una estrategia militarista-proteccionista diseñada para atraer capital de fuera por intermedio de amenazas bélicas y comerciales, a fin de intimidar a los adversarios. Subrayemos que los dos enfoques se sustentan fundamentalmente en el colonialismo doméstico. El período previo a las crisis de 2008-2009 y el subsiguiente rescate cifrado en un billón de dólares implicaron el saqueo del Estado y profundizaron la financiarización.
“La transferencia a gran escala de las ganancias de la fabricación interna a los mercados extranjeros y a los sectores bancarios, inmobiliarios y de seguros (FIRE) contribuyó a la creciente polarización de la economía y a la profundización de las desigualdades sociales. Estos cambios en la economía fueron acompañados por cambios regresivos en la carga tributaria: las multinacionales evitaron cientos de miles de millones en impuestos a través de paraísos fiscales en el extranjero y pagaron menos impuestos nacionales a medida que la tasa impositiva efectiva disminuyó”.
Así las cosas, el capital global aumentó “a expensas de la economía doméstica, el crecimiento del capital financiero menguó los ingresos de la clase trabajadora y la clase media, las costosas guerras imperiales aumentaron el déficit comercial, el empleo temporal mal pagado en los servicios se convirtió en la norma…” Ante la realidad de la caída, y el despegue de la disidencia popular, el dilema era (es) marginar todavía más a la mayoría o dirigir el descontento masivo hacia los competidores foráneos. De ahí, la culpa atribuida por los demócratas a Rusia y de los republicanos a China e Irán. Eso, ayuntado con las desaladas desregulación, aglutinación del patrimonio, las reducciones impositivas para los corporativos multinacionales, una puja comercial contra “todas las banderas”, y, entre otras medidas, una estrategia para satisfacer a los señores ideológicos de la confrontación.
De acuerdo con Trevor Austin, en la digital WSWS, un informe publicado por el Watson Institute of Public Affairs, de la Universidad de Brown, señala que el monto total destinado a la “guerra contra el terrorismo” es muy superior al sugerido anteriormente. El autor del estudio, el profesor Neta C. Crawford, reveló que el total del gasto del Gobierno en esos menesteres tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 iba a llegar a los seis billones de dólares antes de finalizar el año fiscal 2019.
PL remarca que en el segundo año de mandato de Donald Trump, USA desplegó sus desembolsos castrenses, e hizo gala de actos de fuerza aquí, allá y acullá. “Para el ejercicio fiscal 2018, que culminó el 30 de septiembre pasado, el Departamento de Defensa contó con un presupuesto de unos 700 mil millones de dólares, lo que significó un incremento de alrededor del 15 por ciento en comparación con el período anterior (2017), en el cual se asignaron poco más de 600 mil millones. A mediados de junio pasado el Senado aprobó una asignación de 716 mil millones de dólares al Pentágono para el año fiscal 2019”.
Según el diario The Washington Post, ese es uno de los más considerables planes de egresos de este tipo en la historia contemporánea de los Estados Unidos, y el de más colosal magnitud desde la década de los 70, “a pesar de las preocupaciones de algunos expertos y congresistas acerca del creciente déficit federal, que para 2020 pudiera sobrepasar el billón (millón de millones) de dólares”.
Al decir de Petras, el recurso del régimen de Obama al “imperialismo militar y financiero basado en el colonialismo interno” había llegado a sus límites. Definitivamente, Donald Trump ha tratado de “externalizar a los enemigos” y, ante todo, dirigir su “imperialismo nacional” contra China.
La sombra larga del déficit comercial
El régimen respaldado por los demócratas ha buscado alimentar al imperialismo militarizado inventando un peligro de beligerancia rusa en Siria, Ucrania, el Reino Unido (la trampa del espionaje), y una conspiración para controlar las elecciones presidenciales norteamericanas; Trump, por su parte, intenta evitar el inminente fracaso de su política económica culpando a China de esquilmar a EE.UU., mediante relaciones unilaterales de tráfico de mercancías, inversión y tecnología, todo derivado en el déficit comercial, que para él tiene relación con una estructura económica perversa y las decisiones de los gobernantes anteriores.
Sin embargo, el panorama se distingue nítidamente. Conforme al observador, “el déficit comercial de los EE.UU. es el resultado de que las multinacionales se muden a China y vuelvan a exportar a los EE.UU. Las exportaciones estadounidenses de China representan casi un tercio del déficit. Washington no puede y no quiere coaccionar o atraer a los corporativos trasnacionales para regresar a los EE.UU., incluso con generosos incentivos fiscales. En segundo lugar, el déficit comercial es el resultado del creciente gasto militar de EE.UU. en guerras múltiples y continuas, en lugar de aumentar la inversión en los sectores de exportación. En contraste, China aumenta sus inversiones públicas en sectores de exportación de alto crecimiento que agregan valor y aseguran nuevos mercados. En tercer lugar, EE.UU. restringe las exportaciones de tecnología militar y de alta tecnología a China para favorecer los intereses de la economía de la clase militar, lo que lleva a la pérdida de mercados y la capacidad de reducir los déficits”.
Prosiguiendo con la relación, “en cuarto lugar, EE.UU. restringe las inversiones chinas en sectores que financiarían industrias de exportación que podrían reequilibrar el comercio basándose en el falso argumento de la ´seguridad nacional´. En quinto lugar, EE.UU. y los corporativos trasnacionales […] reciben incentivos del Estado para retener 2.5 billones de dólares en paraísos fiscales, lo que reduce la capacidad de EE.UU. para financiar su sector de exportación y ´equilibrar el comercio´ con China (y el resto del mundo). En sexto lugar, EE.UU. acusa a Pekín de insistir en que las empresas estadounidenses que invierten en China transfieran tecnología. Esta es una situación en la que todos salen ganando: las multinacionales estadounidenses obtienen beneficios y China obtiene conocimientos técnicos. Si los EE.UU. invirtieran sus ganancias en la actualización constante de su tecnología, podrían continuar reteniendo los mercados y las ganancias y sus ventajas de exportación”.
O sea, que, lejos de hacer trampas, el titán asiático está aprendiendo y desarrollándose; depende de los Estados Unidos hacer lo mismo, en vez de adquirir las ganancias y trasladarlas a paraísos fiscales y al sector financiero. En sí, para la socorrida fuente, la amenaza gringa de una liza mercantil con el “dragón” devastará las exportaciones de Norteamérica en tecnología, transporte, agricultura e industrias avanzadas, al tiempo que socavará los sectores nacionales de consumo. La superpotencia venida a menos tendrá que exprimir el ingreso interno para mantener la primacía, lo que provocará más descontento popular.
Entonces, y a guisa de colofón, reiteremos que la cacareada preponderancia resultó transitoria, afirmada en la difuminación de la URSS, en un orbe unipolar y en la cruzada contra el terrorismo. El ascenso de Moscú y el auge de Beijing, con “los rescates bancarios de un billón de dólares y las prolongadas pérdidas militares” minaron las “preeminencias” gringas.
Y la Unión ha sido obligada a saquear la economía doméstica, lo cual denota con más fuerza la posibilidad de que, al fin y al cabo, ruede por el despeñadero.
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