viernes, 29 de julio de 2016
Horowicz: Pasado y presente de los peronismos
Por Paula Varela y Fernando Rosso
Horowicz es un reconocido intelectual y ensayista, profesor titular de Los cambios en el sistema político mundial en la carrera de Sociología de la Universidad de Buenos Aires, autor además del clásico ensayo sobre el peronismo, de libros como Las dictaduras argentinas. Historia de una frustración nacional (Edhasa, 2012); Diálogo sobre la globalización, la multitud y la experiencia argentina (con Antonio Negri y otros, Paidós, 2003) y El país que estalló (Sudamericana, 2005). Ahora trabaja en una obra en tres partes sobre la derrota del socialismo, donde rastrea entre otras cosas, las formas de “doble poder” que germinaron en las revoluciones rusa y francesa.
La prueba para todo clásico es la resistencia al paso del tiempo. Sucede en distintos ámbitos: en la literatura, en el cine y hasta en el deporte. El ensayo de Alejandro Horowicz, Los cuatro peronismos ya atravesó tres décadas en la vertiginosa Argentina y sigue resistiendo con aguante. El libro es una lectura ineludible para quien pretenda entender desde la izquierda el movimiento político que marcó la segunda parte del siglo veinte argentino y sigue generando controversias y debates en el presente vidrioso que le toca vivir, luego de la derrota que sufrió en las elecciones del año pasado. En 2015 se cumplieron 30 años de su primera edición a mediados de los años ochenta.
En diálogo con Ideas de Izquierda, Horowicz realizó una síntesis con nuevos aportes a su periodización del itinerario del peronismo, pero además no se privó de plantear también algunas definiciones sobre el momento político actual: el balance del kirchnerismo, las posibilidades y límites de Macri, la realidad del movimiento obrero y la tragedia de sus conducciones, que están jugando un rol clave para la estabilización del nuevo gobierno.
Los cuatro peronismos
Hombre de definiciones fuertes, Horowicz es una ametralladora de frases que resumen conceptos.
Cuando nosotros miramos la sociedad argentina entre 1945 y 1975, lo que vemos son variantes del Plan Pinedo, resueltas, ejecutadas con distintas apoyaturas sociales, con distintas alianzas de clase, con distintas hegemonías.
De ese modo establece el piso común de los tres primeros peronismos y la profundidad del giro que significó el cuarto: ni más ni menos que un cambio de plan para la sociedad argentina. Pero establece también el centro de la pregunta con la que va a mirar al kirchnerismo y con la que dará una respuesta lapidaria: ¿Cuál fue el programa del kirchnerismo? Ninguno, el kirchnerismo nunca tuvo programa en el sentido estricto del término.
Después de allí, la circulación por 1945, por la resistencia y por los inicios de los ‘70, es un despliegue de reflexiones sobre Perón, el movimiento obrero y la nueva generación de jóvenes que parió Cuba. Un despliegue ácido en el que Horowicz reincide insistente en zigzaguear entre los conceptos que permiten comprender la historia y las personalidades que, por virtud o defecto, protagonizan “instantes de peligro”.
El 17 de octubre es el que funda el peronismo, porque no es Perón el que hace el peronismo, es el movimiento obrero el que hace el peronismo. A tal punto que cuando vos lees las cartas de Perón a Evita el 13 de octubre le dice que va a escribir un libro, que se van a casar, no que va a ser candidato a presidente de la república cuatro días más tarde, no tiene la más pálida idea. Porque es un coronel, y el coronel en el momento en que sus camaradas militares de Campo de Mayo le hacen un corte de manga, se va a la casa y se terminó. Punto. El movimiento obrero inventa al peronismo defensivamente, y lleva, construye, la fuerza política que es un partido basado en los sindicatos simplemente porque sintetizaba exactamente una experiencia real, ni más ni menos. El Partido Socialista y el Partido Comunista habían abandonado sus direcciones sindicales y en una fenomenal pelea al interior del movimiento obrero surgió una nueva dirección con una nueva movilización y una nueva jefatura. Ahora…. Perón se ocupa de destrozar al Partido Laborista y de destrozar la dirección del 17 de octubre y con eso consigue el 11 de septiembre de 1955.
Ni bien enuncia una definición, Horowicz se ocupa, ligero, de presentar la contradicción. No solo como presupuesto o procedimiento para pensar (¿la contradicción como motor de la historia?), sino como recurso, como estilo.
En 1955, Perón consigue que Lonardi, un general retirado con una pistola 45, dé vuelta como una media el Ejército. Porque ese general está dispuesto a matar y a morir, y el general Perón no está dispuesto a hacer tal cosa, y esta diferencia construye la diferencia. Y la dirección del movimiento obrero que había quedado en una dirección “sí Juan”, sirve para decir “sí Juan”, es decir, para nada, no porque no hubiera voluntad de combate en esa base, que surgió espontáneamente 200 veces, sino porque había ahí sí, una falta de dirección objetiva que él se había ocupado de construir.
El movimiento obrero que inventa el peronismo, el peronismo que inventa a Perón con mayúsculas y Perón que se ocupa de construir el límite del movimiento obrero. En el medio, un general (Lonardi) que está dispuesto a morir (o por lo menos es convincente al respecto), y un coronel (Perón) que nunca estuvo dispuesto a morir (¿porque el programa que le dio existencia es demasiado contradictorio?). Así se cierra el primer peronismo y se ingresa al segundo (1955-1973), sobre el que no vamos a charlar mucho. El tercero se abre paso rápidamente, un poco porque a Horowicz lo remite a escenas que ya cuenta en primera persona (como Villa Constitución), otro poco porque el kirchnerismo (que inevitablemente flota en el estudio de techos altos y paredes-biblioteca) abusó de él como imagen y banalización.
Villa constitución es decisivo porque es el primer momento donde un grupo de militantes obreros socialistas a cara descubierta como socialistas ganan la seccional de la UOM: era nada menos la quiebra política del segundo peronismo. Ahora, el segundo peronismo no tenía solo esos enemigos. Para el General, cuando estaba en España, esos también eran sus enemigos, por eso le da bola a los muchachos, si no le daba bola a los muchachos no podía mover un alfiler. En 1964 cuando intentan el Operativo Retorno, queda absolutamente claro que no tiene nada, que depende de lo que los otros quieren mover, si los otros no quieren mover, no mueven. Los viejos peronistas del ‘45 se fueron a la casa en el ‘55 porque Perón los mandó a la casa. Y cuando vos mandás a alguien a la casa los mandás sin pasaje de vuelta. Te putean, pero no vuelven. Si vos mirás las edades de los tipos que dirigen en el Cordobazo, vas a ver que son todas posteriores al ‘45. Tosco en el ‘45 no existía. Entonces vos ves cómo ahí sale una nueva generación a la cancha. Con esa generación Perón no tenía nada que ver. Perón le da bola a los montoneros y a todo el mundo, los invita a todos a entrar al movimiento. ¿Porque hace eso? ¿Le da un ataque de democracia tardía? No. No tenía opción, era eso o nada. Perón también juega con lo que hay en la cancha. Los otros hacen el metafisiqueo pelotudo de que el peronismo es eterno, por lo tanto si estuvo acá y está acá, estuvo también en el medio… Pero si nosotros leemos con cuidado, incluso las elecciones, Perón gana en el ‘51 con el 62 % de los votos, es decir que tiene más de 4 millones y medio de votos en 1951. Cuando vos mirás el voto en blanco de las elecciones constituyentes de 1957 que es mayoritario, ves 2 millones 200 mil votantes: se le fue la mitad. Cuando vos ves las elecciones a Frondizi, todavía 800 mil votantes lo hacen en blanco. El chiste era ¿qué pasaba si Perón no daba la orden de votar a Frondizi? ¡Votaban a Frondizi igual! La gente no es boluda. La gente elige entre lo que tiene para elegir. Entonces vos ves una situación: el costo político de la derrota del ‘55 es el despedazamiento del primer peronismo y la puesta en cuestión de quién manda, quién dirige. Eso no quiere decir que el peronismo no tiene militantes, no estoy haciendo una especie de tabla arrasada. Pero al mismo tiempo muestra el fenomenal retroceso que el golpe del ‘55 supone para el campo popular.
Contra el metafisiqueo que ayer se coreaba en multitudes y hoy se repite sin alma en pasillos académicos y patios cerrados, Horowicz opone la historia.
El segundo peronismo estalla finalmente en dos oportunidades. El 20 junio 1973 donde queda claro que el tercer peronismo es la Tendencia, el peronismo reconstruido en las condiciones de la Revolución Cubana; esto es, el peronismo cuando Perón tiene que cambiar sus tres banderas y pasar de independencia económica, soberanía política y justicia social, a independencia económica, soberanía política y socialismo nacional. Es cierto que el General nunca nos explicó muy detenidamente de qué clase de socialismo se trataba, y cuando nos explicó, nos contó el socialismo sueco. Pero conviene entender que no era esto lo que los muchachos tenían in pectore y la idea de que vos podés convocar a cientos de miles y que esto es gratis, esto es una idea profunda y totalmente ingenua.
IdZ: ¿Vos crees que tenía esa ingenuidad?
Hay una discusión muy interesante que no tiene estatuto suficientemente público, pero hay esquirlas que aparecieron hace un rato ya. Una es un diálogo entre Jorge Antonio y Perón, donde Jorge Antonio le dice “Juan, estos pibes no te deben la bicicleta, no te deben nada, Juan” el tipo entendía cómo era eso. Y la segunda parte es un diálogo entre la dirección montonera y Perón en Roma. El diálogo tiene dos partes. Escena uno, Perón les dice algo que no se entiende, dice que “el padre hace subir al hijo con una escalera a un altillo y después le saca la escalera”, y remata así “ni en el padre se puede creer”. Más allá del carácter enigmático del relato, lo que podemos decir son presunciones, vamos a dejar estostand by. Escena dos, el Brujo los invita a tomar un café. Y el Brujo era un tipo monótono, aburrido, no es un tipo con el que vos elegirías espontáneamente tomar café. Pero bueno, era el secretario de Perón. Entonces el Brujo les cuenta la siguiente historia: les dice que él es el guitarrista malo de Gardel, entonces silencio. Gardel cuando arranca era un payador, y los payadores apenas se conocen dos acordes de guitarra, y Gardel cantaba como cantaba un payador, no era Corsini. Pero Gardel, como es Gardel, inventa el tango canción, y cuando inventa el tango canción ya no le alcanzan los guitarristas muy malos que tenía y necesita un guitarrista mejor y consigue uno muy bueno. Pero claro, como es un guitarrista muy bueno, también puede hacer conciertos solo, puede tener una carrera propia. La moraleja era que él siempre iba a estar con Perón, porque él no podía hacer una carrera política propia, y los montoneros sí podían.
Entonces lo que estamos viendo es un fenómeno de surgimiento de una nueva dirección política que tiene como referencia a Perón, pero Perón no está sentado en el Estado como en 1945, no tiene un segmento de las Fuerzas Armadas como en 1945 y no tiene nada de lo que tenía en 1945; está solo en España. Y quiere recobrar el comando del movimiento y descubre que los nuevos militantes se referencian en él a través de esta nueva dirección, no a través de la dirección sindical, y ahí se produce la tensión fenomenal entre el segundo peronismo, lo que queda del segundo peronismo (Vandor ya está muerto) y el naciente tercero. El punto de conflicto entre esas dos corrientes es el 20 de junio, la ingenuidad de la dirección montonera rifó la dirección del movimiento. Si simplemente ellos hubieran hecho el control perimetral de Ezeiza para el que no tenían ninguna clase de dificultad porque tenían fuerza propia para hacerla y además tenían al ministro del Interior. Y si Perón bajaba el 20 de junio en Ezeiza y la multitud gritaba “reviente quien reviente, Perón es presidente”. ¿Qué pasaba? ¿Quién iba a impedir que eso fuera así? ¿Dónde estaba el límite? Perón no tenía intención de ser presidente por una insurrección social triunfante porque eso suponía una radicalización de su movimiento donde el programa que enarbolaba no tenía la más mínima importancia, porque cabalgaba una dinámica con un conjunto amplísimo de militantes que eran socialistas y que se planteaban una versión del socialismo, podemos estar más de acuerdo o menos de acuerdo con esa versión, ese es otro problema. Entonces estamos aquí en presencia de una posibilidad histórica que fue perdida porque los montoneros eran peronistas, confiaban en la dirección política del General, esperaban que el General resuelva la cuestión, y el General resolvió la cuestión como el General resuelve la cuestión: les dejó la universidad, todo lo demás no.
Pero esta resolución del General no alcanza a resolver. Porque imbricado con este relato en que los personajes, brillantes u oscuros, obran de protagonistas, lo que hay que resolver no se juega en el terreno de las personas, ni siquiera en el de la dirección montonera como dirección del tercer peronismo. Se juega en el campo de la imposición de un nuevo programa el partido del Estado que expulse del peronismo, pero también la “ciudadanía” conquistada, a la clase obrera. Lo que hay que resolver es la otra guerrilla, la fabril. Y para ser el destacamento de vanguardia de esa guerra, Perón recluta tropa propia: la Triple A.
El tercer peronismo dura en tensión extrema con el segundo todo el tiempo. Perón se ocupa de acorralarlo prolijamente y por eso los movimientos contra el gobernador de la provincia de Buenos Aires, contra el gobernador de la provincia de Córdoba, y no se concluye con la provincia de Mendoza a la que no destituyen. Son todos movimientos para recuperar administrativamente el control político de su fuerza, el costo de esto es un grado de tensión que estalla el 1º de mayo de 1974 en la Plaza de Mayo. Y Perón expulsa a todo el segmento dinámico. El secreto de la aparición de la Triple A es simplemente el secreto de la ausencia de militantes que no fueran militantes de la tendencia. No estoy diciendo que fueran simplemente mercenarios, pero no funcionaban sin la billetera atrás y sin aparato del Estado, eso está claro. Y eso es porque Perón sabía que si permitía que el Ejército entrara a la represión perdía el control político. El único modo que tenia de conservar el control político de su propia situación respecto al bloque de clases dominantes, respecto a la naturaleza del estado y respecto al conflicto interno en su propio movimiento, era tener tropa asalariada que reclutaba en la policía. Por eso yo digo en Los cuatro peronismos que el pase de Cabo de López Rega a Comisario Mayor, no es una estupidez fantástica, tiene que ver con una necesariedad lógica de la estructura que está armando. Perón no hacía las cosas de cualquier manera, y esto no es una inferencia. Perón convoca en enero de 1974 a los diputados de la Tendencia, con sus entorchados de Teniente General, después del ataque del ERP a Azul (disparate atómico, de la irresponsabilidad máxima, pero ese es otro problema), y les dice “a la violencia se responde con la violencia, lo haremos dentro de la ley o fuera de la ley”. Esto y explicar la Triple A es exactamente lo mismo. Perón no se andaba con chiquitas. Es verdad que Perón manejaba eso a escala homeopática. Y que López Rega, cuando él muere, lo maneja de otro modo. Pero la relación entre las dos cosas es una relación de causa y efecto.
La salida del infierno no es un programa político
El infierno que comienza con la Triple A en vida de Perón es conocido por todos y todas. El infierno después del infierno se llama, para Horowicz, la democracia de la derrota, el proceso que arranca en 1983. Sus momentos en la hiperinflación de fines de los ‘80 y la desocupación masiva de fines de los ‘90, son los que prepararon la crisis del cuarto peronismo. Crisis como resquebrajamiento de su programa del ajuste (o, en sus términos, el “programa del partido del Estado”), y crisis como aparición de un movimiento popular sin dirección y sin programa, pero existente: el 2001. Sobre esa curva de la historia se asienta la llegada del kirchnerismo, obligado a hacer variaciones sobre el “programa del ajuste”, obligado a hacer homenajes a los hacedores del “que se vayan todos”, pero no obligado a proponer, porque “cuando se está en fondo del pozo, todos los tranvías te llevan a algún lado”. El kirchnerismo no es ni continuación simple y lineal del cuarto, ni mucho menos restitución del primero, el segundo o el tercero. Pero tampoco llegó a materializarse como un quinto peronismo. El kirchnerismo fue el peronismo sin programa.
Conviene recordar tres cosas: primero la crisis de representación brutal del orden político. Los tipos que podían ganar la interna radical, sacan menos votos en la nacional que en la interna. Elecciones del 2003, el radicalismo saca nada, pero los votos del radicalismo los tiene el “Bulldog” (Ricardo López Murphy, NdR) y “Lilita” (Elisa Carrió, NdR). Tienen los votos, pero no tienen el aparato. El sistema político está organizado de modo tal en que ejerce el monopolio de las candidaturas y no hay modo de ser candidato sino a través de esa lógica política. Ese es el poder institucional de ese sistema. Por lo tanto los que se ríen de él no son más que liberales bienpensantes, en realidad malpensantes, porque están perdiendo de vista cuál es el papel objetivo que cumple este sistema electoral.
Con esa rara combinación de puntero de Lomas de Zamora y de estadista que tiene Duhalde, entendió perfectamente esto y entonces organizó una interna “externa”: tres candidatos peronistas disputaban las elecciones nacionales. Conviene recordar quién ganó en la primera vuelta y con cuánto: Carlos Saúl Menem, después del 2001, después del “que se vayan todos”, gana la primera vuelta. Y un ignoto gobernador sureño, que no movía el amperímetro y que solamente la masa de intendentes del conurbano bonaerense, gobernado con mano de hierro por Duhalde, le dio el caudal que le dio y le otorgó la visibilidad pública que no disponía de antes de las elecciones.
Se produce este primer fenómeno, y acá viene la cuestión: cuando uno está en el fondo del pozo, las discusiones ideológicas tienen muchas limitaciones. Podemos discutir si vamos a pagar o no vamos a pagar, cuando hay plata para pagar. Cuando no hay un cobre, no hay modo de discutir cómo vamos a pagar. Por lo tanto, todos los tranvías que nos llevan a alguna parte nos sirven.
Entonces viene acá el fenómeno siguiente: el kirchnerismo, logra salir del fondo del pozo, pero hay dos cosas que no logra. Primero, salir del fondo del pozo no es un programa. Salir del fondo del pozo es cambiar las condiciones elementales de existencia. Pero cuando llega el momento de definir un programa, el kirchnerismo no puede definir un programa. Y cuando digo no puede lo digo en literalidad. Cuando uno mira los programas históricos del peronismo. El de Gelbard, el de Huerta Grande, el de La Falda, el del Primer Plan Quinquenal, son todos programas con objetivos explícitos y públicos.
Ahora bien, el kirchnerismo no plantea programa, desaparece de la lista del debate político argentino el programa, porque el bloque de clases dominantes ya no tiene más programa. Su programa es hacer todos los negocios y permitir que la estructura del Estado les asegure todos los instrumentos para ejecutar los negocios. Razón por la cual no tiene programa y no tiene sector burgués “orgánico” atado a su propia peripecia política. Por eso la discusión es sobre Lázaro Báez, y cuando uno investiga a Lázaro Báez va a parar a los segmentos orgánicos del bloque de clases dominantes.
IdZ: Bueno pero, ¿lo de Lázaro Báez no es también el intento de construir una “burguesía nacional”, lo que planteaba Néstor Kirchner al principio y termina en esto?
La idea de que se puede construir una burguesía nacional forma parte de las fantasías reaccionarias de 1945. En 1945 había condiciones dónde eso políticamente existía. En una oportunidad yo participé de un seminario que hizo la universidad de México, la UNAM, en 1974, sobre la existencia o la inexistencia de la “burguesía nacional”. Estaba en ese seminario, habían invitado a Mandel (Ernest, NdR) y propuso cambiar el eje, y ese cambio de eje fue absolutamente ilustrativo. Mandel dijo “se puede discutir hasta el infinito la existencia de una ‘burguesía nacional’, lo que no se puede discutir es la existencia de movimientos políticos que actúan en nombre de esa ‘burguesía nacional’”. Ese es a mi modo de ver el modo de resolver, cortando el nudo gordiano de este conflicto. Ahora, una cosa es que existan movimientos políticos que intenten representar la burguesía nacional y otra cosa es que un movimiento político que intente representar a la burguesía nacional pueda crear a una burguesía nacional. Esa es una trivialidad trágica. Porque lo que se puede hacer no es una “burguesía nacional” sino lo que el diario La Nación llama el “capitalismo de amigos”.
Y ahora qué pasa
Impiadoso con Mauricio Macri, Horowicz sentencia: “es un gerente y los gerentes no deciden, sino que ejecutan órdenes que deciden otros y ningún burgués está preocupado por el destino de un gerente”. Más estructuralmente opina que las posibilidades de éxito de Cambiemos dependen en gran parte de las condiciones internacionales: “yo creería que le puede ir bien si hubiese alguna perspectiva de resolución de la crisis mundial, pero no es eso lo que se divisa en el horizonte”. En torno a las contradicciones internas del “plan” de Cambiemos es categórico:
… si vos en cinco meses te morfaste la quita de las retenciones, entonces explícame de dónde vas a sacar la guita, no tiene resto, en este momento si hubiera un paro general y el tercer cordón decide moverse, el gobierno se cae.
Esto introduce una cuestión clave en toda la obra de Horowicz: el movimiento obrero. Como en el diálogo con Juan Carlos Torre (1) y Daniel James (2), la pregunta por el movimiento obrero llevó a la alternativa de “la columna o la cabeza”.
Si miramos esto respecto del ‘45 estamos hablando de una fantasía. Y la idea de reconstruir el ‘45 es una fantasía reaccionaria, en primer lugar porque no hay modo y en segundo lugar porque no se trata que en la nueva construcción la clase obrera sea la columna vertebral, se trata de que sea la “cabeza de”. Entonces esta es la primera diferencia que tenemos con todas las versiones de todos los peronismos.
Antes los obreros cotizaban, formar parte de un sindicato era poner plata para que el sindicato exista, poner plata para que el militante milite. Cuando la red de militancia que sostiene el sistema de activistas empieza a resquebrajarse, los recursos empiezan a faltar, entonces Vandor sustituye los recursos de la militancia por el recurso de los lapiceros, pero todavía los lapiceros estaban al servicio de la política de la UOM, no la UOM al servicio del negocio los lapiceros. El cuarto peronismo rompe con el movimiento obrero, no con la cúpula sindical sino con los trabajadores. Lo que estamos viendo ahora en los sindicatos es el momento en que los dueños de los negocios se hicieron cargos de los sindicatos, no los negocios que los sindicatos controlaron.
IdZ: Ayer estábamos discutiendo: Moyano está sosteniendo a Macri con unas ganas…
Por supuesto, pero es que Moyano no es idiota, si la dinámica política fuera la del paro general y la movilización, nuestro espacio sería enorme, no tendríamos manos suficientes para recoger lo que hay que recoger. Tendríamos que organizar organizaciones de organizaciones.
Notas:
1.Véase, “La idea sería que el gigante se vertebre”, entrevista con Juan Carlos Torre, IdZ 4, octubre 2013.
2.Véase, “La interpelación actual del peronismo es algo muy frágil”, entrevista con Daniel James, IdZ 2, agosto 2013.
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