miércoles, 27 de julio de 2016

La resistencia en nuestra identidad nacional



De acuerdo al calendario cívico y tradicional hondureño, el 20 de julio celebramos la fiesta del Día de Lempira, y a la que diversas organizaciones populares y étnicas han bautizado como el día de la resistencia indígena y popular hondureña.

A partir del golpe de Estado, la palabra resistencia adquirió una connotación muy específica. Y no deja de crear alguna roncha. En la polarización hondureña, el sector ultraconservador de la sociedad ha logrado teñir la resistencia con desorden, violencia, caos, revueltas, insultos y malacrianzas. Con mayor saña todavía, han logrado colocar la resistencia como si fuera solo un partido político y con su líder de bigote y sombrerón.

Sin embargo, la resistencia es sobre todo una actitud, un modo de la gente de plantarse con dignidad y orgullo frente a los atropellos y humillaciones por parte del extraño, justamente como lo hizo el indio Lempira y como lo siguen haciendo actualmente los lencas, los tolupanes, los garífunas ante los proyectos extractivos de empresa multinacionales en asocio con élites empresariales hondureñas.

La resistencia no nació con el golpe de Estado. Ni el interés por tergiversar su fuerza es reciente. Solo para poner un ejemplo reciente: en el año 2003, en el fragor de la lucha en contra de la municipalización y privatización del agua potable y de otras demandas sociales, se conformó la Coordinadora Nacional de Resistencia Popular que movilizaba a miles de compatriotas en franca resistencia en contra del modelo neoliberal en sus expresiones extractivistas, privatizadoras, represivas, corruptas e impunes.

Mucho antes de la Coordinadora Nacional de Resistencia Popular, mucho antes del siglo veintiuno, la sociedad hondureña vivió experiencias muy hondas de resistencia. Ya en 1994 emergió con toda su fuerza el COPINH, liderado por la legendaria Berta Cáceres, y mucho más antes, tenemos la resistencia de los campeños y sus aliados campesinos y profesionales progresistas, expresada en la huelga de 1954, sin duda la más hermosa expresión de resistencia popular conocida en la historia nacional.

Todavía más atrás, en la raíz de nuestra identidad nacional, nos encontramos con la lucha de resistencia indígena impulsada por el pueblo Lenca y liderado, entre otros, por el Cacique Lempira. De manera que la resistencia no es un rasgo añadido de última hora la vida de la sociedad hondureña. Es una veta cultural, política y popular que está en la raíz de nuestra propia identidad. Es como la savia de un árbol que alimenta toda la historia y es una reserva ética y política que en su momento emerge como defensa y lucha ante el atropello, imposición y dominio del extraño invasor.

Ese rasgo, esa veta de resistencia, no se puede reducir ni solo a una coyuntura, ni a un determinado sector ni mucho menos se puede consumir en un partido político. La resistencia es patrimonio y la expresión soberana del pueblo hondureño. Es la resistencia que hemos heredado de nuestros ancestros, la que se consolidó en la huelga de 1954, se expresó en la Coordinadora Nacional de Resistencia Popular, se movilizó en contra del golpe de Estado, llenó las calles de indignación en contra de la corrupción, y hoy emerge en defensa de la soberanía ante la amenaza de la industria extractiva, la privatización de los bienes públicos y ante la barata irrupción de un dictador.

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