jueves, 28 de julio de 2016

La solidaridad como modelo de vida



La solidaridad es la capacidad de accionar con compasión ante el dolor ajeno, de ponerse en los zapatos del que sufre, en los zapatos del sicario, de la madre soltera; ponerse en los zapatos del indígena, del campesino. Una vez puesto en sus zapatos toca cargar con su sufrimiento, acompañarles hasta salir del estado inhumano.

La solidaridad es aquello que emerge de nuestro interior, y nos impulsa a salir de nuestro encierro al encuentro del clamor del otro. La solidaridad como mística de vida no es neutral, nos impulsa a tomar partido por la persona que necesita. Nos impulsa a compartir lo que nos hace falta y nunca lo que nos sobra. La solidaridad es la acción liberadora con una persona, un grupo o un pueblo.

La Iglesia Católica establece con claridad el papel de la solidaridad en la búsqueda del bien común de los pueblos, y citamos: “El mensaje central en la doctrina social acerca de la solidaridad pone en evidencia el hecho de que existen vínculos estrechos entre la solidaridad y el bien común, solidaridad y destino universal de los bienes, solidaridad e igualdad entre los hombres y los pueblos, solidaridad y paz en el mundo”.

La solidaridad como valor social está en plena crisis, su principal amenaza se llama neoliberalismo. Dicho modelo promueve y se sostiene en valores como el individualismo, en la ganancia, en el sálvese quien pueda, en la ley de los más fuertes. El modelo actual le ha puesto precio a todo, al agua, la tierra, el oxígeno, a la sonrisa y los sentimientos. Compartir nuestros recursos materiales y capacidades humano como voluntariado es asunto del pasado, se colgaron como piezas de museo que se valoran sólo como hechos históricos, pero nunca como modelo de vida, de cotidianidad.  

En nuestros días, el ejemplo de No solidaridad es la bolsa solidaria. Porque no tiene como fundamento acompañar a los empobrecidos en la miseria hasta sacarlos de ella. En sentido contrario, la bolsa solidaria contribuye a profundizar el estado de calamidad de las familias, les roba la dignidad al ofrecer comida a cambio del voto. Dicho programa ve en los empobrecidos un instrumento para que un alcalde, un diputado y un presidente aumenten sus riquezas a costa de hambre de millones de hondureños y hondureñas.

En el relacionamiento humano, la expresión extrema de la devaluación de la solidaridad se observa en cómo hemos sustituido los abrazos por los “me gusta” en el Facebook, se cambió la plática en el parque y en el patio por las conversaciones en el whatsapp, mesenger y telegram, se cambió la sonrisa por las caritas de los celulares. La humanidad se metió en el espiral de la tecnología, un aspirar que no se le ve fin, pero que ya tiene consecuencias: la deshumanización, la soledad, el encierro.

La solidaridad es un valor que en mucho nos hace falta a toda la sociedad hondureña, especialmente en los sectores más empobrecidos, porque sólo uniendo y creyendo en nuestras fuerzas seremos merecedores de otra historia.

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