jueves, 7 de julio de 2016
Golpe a golpe y verso a verso
Rebelión
Por Milson Salgado
Se celebraron 7 años del más brutal asesinato a la institucionalidad hondureña. El más grave acto de corrupción pública que se ha producido en la historia de Honduras. Uno de los más horroroso episodios por lo que ha pasado nuestro país. En ese momento muchas personas que aparecen en la escena actual como periodistas, como políticos, como militares, como actores de opinión pública renunciaron a su humanidad y al respeto que se debe dispensar a la dignidad humana, y en pos de una jugada geopolítica que catapultaba los intereses del imperio estadounidense, volvieron a poner los intereses del estado oligárquico por encima de la vida y la dignidad humana consagrada en la Constitución de la República.
La crisis de hegemonía había rebasado la gota de los intereses clasistas, y era necesario mandar un mensaje exabrupto para que nadie siguiera la senda de la solidaridad social y los números a favor de los pobres, porque esto es un anatema y una herejía pronunciada en una religión minoritaria de opulentos y comparsas sin justificación que profesan devoción por los intereses de los millonarios y de las estrategias del imperio en este diminuto país.
Los indígenas y los campesinos en la casa presidencial hablando de tú a tú con el Presidente Zelaya, era vergonzoso para un poder que tuvo su parto paradójicamente del saqueo de las propias arcas del Estado, y darle apertura a los menesterosos era quitarle el prestigio a la administración pública, y volver asquerosa la propia casa presidencial. No allí hay que ir bien cambiadito con corbatita y traje de etiqueta, porque los pobres no están ni preparados para preguntar ni para pensar, peor aún para participar de los asuntos públicos. Este fue el mensaje que mandaron cuando criminalizaron la Consulta de la Cuarta Urna, la generación de una falsa democracia de fusiles y bayonetas persuasivas adonde la gente le está prohibido preguntar y contestar.
Allí los medios de comunicación cercaron la información, y las muertes fueron calladas y las torturas soslayadas porque era necesario para sostener un régimen de trogloditas que rebuznaban su civilización anunciando que como isla de la abundancia se alejaban del mundo porque el mundo no los comprendía. La democracia que costó sangre de mártires y sacrificios de tantos hombres y mujeres se trasmutó en monarquía, porque aquello era sucesión constitucional, una figura que es empleada para los cambios del poder real que se suscitan en los estados monárquicos, o invadiendo el campo de las herencias y los legados, sería algo así como heredar el poder de un bien inmueble.
Justo allí, se asesinó con bisturí de cirujano a buenos hondureños con los patrones manidos de las fuerzas del orden; y con amnistías legislativas se declaró inocente a los culpables, y culpables a los inocentes, quienes por ser funcionarios del gobierno derrocado sufren hasta nuestros días el calvario de la persecución selectiva, y el exilio forzado por una administración de justicia secuestrada por la institucionalidad que constituye la continuación, y la consolidación del golpe de Estado del 28 de junio del 2009.
No obstante, el golpe de Estado no fue un ataque a una persona en particular representada en el presidente Zelaya, fue más bien la reacción geopolítica a una manera particular de administrar el Estado por caminos jamás explorados por otros gobernantes del país, y ésta contó con las jugadas de Washington y sus maneras ambivalentes de manejar las crisis históricas. La derrota hegemónica sufrida en el sur no tenía que reeditarse en el istmo centroamericano, y peor aun en un país que siempre sirvió de portaaviones para atacar a la Cuba de Fidel Castro, a la Guatemala de Jacobo Arbenz y a la Nicaragua de los sandinistas. Era preciso dar el zarpazo a una administración que tuvo el descaro de aumentar a los trabajadores y quitar plusvalías a empresas, a una administración que dejó sin negocios a las transnacionales estadounidenses comercializadoras de petróleo, a una administración que se unió al Alba y Petrocaribe de Hugo Chávez, a una administración que tuvo varios gestos de dignidad en política exterior, a una administración que respetó los derechos y las conquistas sociales de los trabajadores, y sobre todo a una administración que tuvo la osadía de querer hacerle preguntas al pueblo, cuando el pueblo no está en las democracias formales y representativas, ni preparado para preguntar ni tiene la capacidad de contestar interrogantes sobre el destino del país, porque su formación solamente llega a protagonizar el papel de actores pasivos y de ovejas mansas y bobaliconas listas para certificar con su voto de cada cuatro años, a una democracia hecha a la medida del traje de los eternos saqueadores.
El plan trazado desde consensos oscuros hoy castiga a un país, cuyo Estado volvió a entregarle el negocio a las comercializadoras estadounidenses del petróleo, eliminó las conquistas sociales de los trabajadores, derogando leyes y atacando frontalmente la recuperación de tierras de vocación agraria a los humildes campesinos hondureños. Además consolidó las políticas neoconservadoras otorgando concesiones de ríos y minas por más de cien años a empresas extranjeras, entregando nuestras carreteras y empresas nacionales a fideicomisos de maletín y trampa, atomizando nuestro territorio en ciudades-Estados con autonomías propias, despidiendo a más de 100 mil trabajadores públicos y condenándolos a la orfandad, congelando salarios con incrementos irrisorios y fijos, para al fin de cuentas hacer de este país de parias y desheredados un mercado libre y abierto a la avidez de los intereses transnacionales que trafican hasta con nuestras miserias.
Los golpes que hemos recibido han sido muchos después de ese golpe que partió el país en dos bandos. El bando de los pocos que viven en la opulencia a costa de los menesterosos; y ese pueblo maravillo que respondió con valentía y heroicidad en ese momento histórico que le tocó vivir. Paradójicamente el golpe parió una conciencia colectiva que hoy marca el rumbo de la legitimidad, que ya no le pertenece ni a este sistema ni a nadie más que al pueblo, y que hace ejercicios de protesta social y de repudio absoluto a los planes privatizadores e insidiosos del Estado que vive la experiencia de ilegitimidad más significativa en la historia de Honduras. Hoy precisamente hoy, los estudiantes de la Universidad Autónoma de Honduras han retomado su papel histórico y en un puslo a pulso, han desafiado la institucionalidad espuria y los planes hegemónicos de privatizar la educación e imponer esa cultura del sálvese quien pueda y del venga usted mañana eterno, de la intrascendencia del debate, del pensamiento uniforme y de una centralización impositiva que trata de trasmutar en productos en serie del copyright y códigos de barras la férrea personalidad de los estudiantes, pero estos en estos días, y hoy precisamente en jornadas gloriosas de solidaridad y amor a la patria, los estudiantes se han puesto pañoletas para no facilitar la identificación a quienes toman fotografías para desaparecer y para asesinar, porque ya están cansados de ausencias y martirios, y han resistido con valentía e imaginación inteligente contra un Estado represor que siente que este paquete de medidas que pretenden secuestrar la cultura académica, se les está yendo de las manos, y ante la razón y la civilidad, la irracionalidad y el abuso de la fuerza que es connatural a su falta de opciones existenciales.
Golpe tras golpe hemos sufrido estos años, pero contra los golpes los pasos sigilosos y valientes de un pueblo noble, que ha respondido con el verso a verso de la imaginación y la alternativa cultural; y que inexorablemente marcha hacía la mágica victoria de la utopía que se asoma bajo la perspectiva de un horizonte a la vista.
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