lunes, 8 de diciembre de 2014

Una historia de 32 años


Proceso

Por Telma Mejía

Mis inicios en el periodismo estuvieron ligados a los estertores de la guerra fría en Centroamérica, la doctrina de la seguridad nacional y la historia de las desapariciones forzadas de personas como parte de las sistemáticas violaciones de derechos humanos en Honduras.

Cubrí los efectos de una guerra que no era nuestra en cada rostro de los niños y niñas que se encontraban en los campamentos de refugiados salvadoreños y nicaragüenses, hacia donde me movilicé e interné por días como parte de mis primeros pasos como corresponsal de la agencia de noticias Inter Press Service (IPS).

De los dibujos de los niños y niñas en los campamentos de refugiados aprendí como el dolor y el miedo les marcaba la vida, porque temblaban o se orinaban al escuchar a lo lejos una detonación, las pesadillas que les asaltaban por las noches y la labor humanitaria que organismos como Unicef y el Acnur realizaban en la zona.

En ese trajín y como toda inexperta preguntaba y preguntaba. Hoy -más de dos décadas después de hacer periodismo- sigo preguntando. Aprendí de mis compañeros más fogueados, muchos de los cuales hoy son parte de mis más preciadas amistades.

Con mi colega y amigo Wilfredo García, cubrimos la salida de los campamentos de refugiados del país, en aquellos tiempos en donde los militares le decomisaban a uno la tarjeta de identidad, te hacían firmar un documento en donde decían que uno iba a ingresar a un territorio en el cual ellos no se hacían responsables de tu vida. Y lo firmamos, porque había que cubrir la historia. Los riesgos siempre acompañan a los periodistas y al periodismo.

Pronto supe que esas prácticas a las que sometían a la prensa los militares en los famosos años ochenta, no eran correctas, violaban los derechos humanos y qué decir de la libertad de expresión.

Traigo a colación estos recuerdos porque estuve recientemente en el festejo del 32 aniversario del Comité de Familiares Detenidos Desaparecidos en Honduras (Cofadeh), que en aquella época junto al Codeh, eran las voces disonantes que denunciaban las violaciones humanitarias y la desaparición forzada de personas.

Ambas instancias tienen su papel en la historia y muchos desafíos ahora por enfrentar.

En el Cofadeh conocí el dolor de las víctimas, las madres, esposas, hermanas, hijos y parientes de los desaparecidos. Recuerdo que estaban ubicados al par de la farmacia Santa Bárbara, en el barrio Los Dolores.

Ahí estaban “las viejas” como cariñosamente llamábamos a las madres de los desaparecidos.  En medio de su dolor, siempre había una sonrisa, un consejo, una broma o un abrazo. Hoy, muchas de ellas ya no están, se murieron sin saber dónde están sus hijos.

Honduras tiene esa deuda con estas mujeres valientes. Doña Liduvina Hernández, es una de ellas. La vi en el hermoso refugio construido por el Cofadeh en Santa Ana, llamado “El bosque contra el olvido”.

La vi linda como siempre, pero con esa tristeza que nunca desapareció de sus ojos. Estaba con Bertha Oliva, una mujer valiente y luchadora, con quien no siempre comparto criterios, pero respeto profundamente por su lucha a favor de los derechos humanos, aunque a veces sienta que esté equivocada, como nos equivocamos los seres humanos.

El Cofadeh celebró el 32 aniversario, reconstruyendo la memoria histórica de esas más de tres décadas que no han sido fáciles. No han sido años color rosa para el Cofadeh, que subsiste, a mi juicio, por la terquedad y valentía de esas mujeres que lidera Bertha.

Allí esta Mery, Lorena, Ninoska, Nohemy y Dorita, gente valiosa y extraordinarias, con un compromiso como pocos he visto, con unas ganas de encontrar la verdad que las impulsa a no desfallecer, pese a las complicaciones del tiempo. Detrás otra red de voluntarios incuantificables, gente del pueblo, eso fue lo que vi ese día. Eso es lo que he visto siempre desde que cubría el Cofadeh.

Sin duda esos 32 años del Cofadeh son un testigo viviente que las luchas por mejorar el tema de los derechos humanos sigue siendo una agenda pendiente. Los escenarios han cambiado, pero las causas estructurales siguen intactas, cambiaron de piel, pero son las mismas que duelen en este país: se llaman impunidad.

Hoy a diferencia de hace 32 años, Honduras tiene más leyes que protegen los derechos humanos que antes, la gente está más empoderada de sus derechos, pero nunca será suficiente porque así como evolucionan las leyes, lo hacen también los criminales. Y ese es el desafío de quienes defienden los derechos humanos. Es el reto del Cofadeh.

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